El año 2011 se ha caracterizado por la aparición de movimientos sociales en diferentes partes del mundo para denunciar injusticias con orígenes y características muy variados; tal ha sido el caso de las revueltas que han derrumbado algunos gobiernos en la región de Medio Oriente y del norte de África, los surgidos en varias naciones europeas en contra de la discriminación que se hace con las poblaciones inmigrantes, y las ocurridas en torno a los grandes centros financieros como el de Wall Street en Nueva York, como consecuencia directa de diferentes formas de explotación irresponsable, como las de los países europeos en los procesos de colonización realizados en África, Medio Oriente y parte de Asia durante los siglos XVIII, XIX y XX, o como la aparición de líderes nacionalistas que terminaron imponiendo a sus pueblos dictaduras violentas y corruptas.
Más recientemente, otros movimientos de carácter social han surgido también alrededor del mundo para denunciar diferentes prácticas políticas y económicas ejercidas por empresas y gobiernos, las cuales han sido lesivas de diferentes maneras para amplios segmentos de la sociedad; tales son los casos del movimiento de los indignados en varias ciudades de Europa y de Estados Unidos, o como el Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad, contra la violencia ejercida por las organizaciones delictivas, por los paramilitares contratados por los diferentes grupos de poder o por el mismo gobierno mexicano. En muchos de estos movimientos, el uso de las redes de comunicación que la tecnología está haciendo posibles tiene como fin la búsqueda de un cambio en las relaciones de desequilibrio económico y social, que el capitalismo salvaje ha venido produciendo hasta convertirse en una amenaza para la sobrevivencia misma del planeta.
Esto mismo que hoy tiene convulsionadas a varias naciones, como resultado de las prácticas especulativas de diferentes empresas y grupos de interés –que no pueden pensar en otros propósitos que la magnificación de las ganancias, la supervivencia y el dominio de quienes más tienen–, es un hecho también en nuestro país, en el que la conciencia crítica parece orientarse sólo hacia la denuncia y el rechazo al gobierno y a las instituciones políticas, ignorando la explotación sin límites de que estamos siendo objetos por parte de empresas y grupos económicos que, sobreprotegidos por las estructuras del poder, actúan sin recato ni miramientos, produciendo enormes daños a grupos sociales específicos y a la nación en su conjunto.
A diferencia de otros grupos sociales surgidos en el pasado, estas nuevas agrupaciones de disidentes e inconformes parecen estar sumamente informadas y con capacidades inéditas para intercambiar información y conformar acervos colectivos de conocimiento de tal magnitud como para crear un nuevo orden social, totalmente diferente e imposible de concebir hace unos cuantos años.
Preguntémonos así lo que puede suceder cuando uno de los millones o cientos de miles de usuarios de un banco o de un servicio público, cuyo recibo aparece con un incremento inusitado y que al acercarse a una ventanilla de su proveedor de servicios, para solicitar que se corrija su situación, recibiendo un mal trato de los empleados de la empresa, tenga la posibilidad de percatarse de que él no es un caso aislado, sino que existen seis millones de usuarios con demandas similares a las suyas. Entonces la organización de protestas gigantescas podrá darse en días o horas, frenando abusos colectivos que deberían ser motivo de castigo ejemplar. Ayer que leía sobre la existencia de 6.8 millones de llamadas a la Comisión Federal de Electricidad, y la respuesta de un alto funcionario de la empresa fue que no todas eran de quejas
, quedé convencido de que la tecnología nos está abriendo una nueva oportunidad para corregir mucho de lo que está mal, tanto en el sector público como en las empresas privadas, y que hasta ahora pasa desapercibido, por no existir medios por los cuales los ciudadanos podamos expresarnos y ser escuchados.
Los reportajes de la organización Anonimous de carácter internacional, para penetrar a algunos grupos del crimen organizado, cruzando los datos proporcionados por diversos informantes, está abriendo sin duda nuevos caminos de defensa de pueblos enteros y de la sociedad civil de todo el planeta.
Consideremos por ejemplo lo que podremos lograr con los bancos, las empresas de seguros, las compañías de aviación o las empresas de telecomunicaciones, cuando con los datos conocidos sobre cantidades de usuarios de estas organizaciones sea posible organizar bancos de datos y mecanismos para que los hombres y las mujeres, sin importar su condición, puedan expresar sus experiencias en torno a malos servicios, malos productos, engaños y malos tratos recibidos de las empresas que operan en el país; una de las características del desarrollo tecnológico moderno es la velocidad con que las ideas de este tipo pueden evolucionar y perfeccionarse hasta llegar a niveles de sofisticación similares a las que poseen las empresas mismas, colocándolas contra la pared. No tengo duda de que un fenómeno de este tipo es el que está aflorando en Europa y en Estados Unidos, expresándose en Wall Street y en otros centros financieros donde son manejados los títulos de propiedad de esas compañías.
La instrumentación de esta idea no es sencilla, requiere de esfuerzos e imaginación considerables, por lo que tomará tiempo antes de ver resultados, pero cuando esto comience a suceder no habrá poder alguno que detenga el fenómeno, no tengo duda de que será en este campo donde se estarán librando las grandes batallas sociales del futuro. Por mi parte, me propongo escribir algunos artículos tratando de mostrar ejemplos de los abusos que es posible evitar con la información aportada por trabajadores, usuarios y ciudadanos de diferentes condiciones sociales, que son lectores de nuestro periódico La Jornada, para ello pongo a su disposición desde ahora la página www.redsocialmexico.com.mx.
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