11/14/2011

Nubosidad


John M. Ackerman

La Presidencia de la República ha pedido que por respeto a las víctimas y a sus familiares no se especule ni se lucre políticamente con la caída del helicóptero del secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora. Sin embargo, Felipe Calderón ha sido el primero en hacerlo. Asimismo, tanto el Presidente como el secretario de Comunicaciones y Transportes, Dionisio Pérez Jácome, han reiterado una y otra vez que como siempre, el gobierno federal actuará con toda transparencia, a pesar de que todo indica que la opacidad será la regla.

En su primer pronunciamiento el viernes pasado, Calderón afirmó que las condiciones de nubosidad que prevalecían... hacen pensar, ciertamente, en la probabilidad de un accidente. El sábado, Pérez Jácome se distanció de su jefe y se limitó a afirmar que solamente es probable que se haya encontrado con capas de nubosidad y que presumiblemente estas condiciones pudieron haber requerido que la tripulación buscara una ruta alterna. Es decir, todavía no contamos con información confiable siquiera sobre las condiciones meteorológicas, pero el gobierno federal da ya vuelo a su imaginación para construir una narrativa que pueda tranquilizar a la opinión pública.

Existe un evidente doble rasero. Son tachados de irresponsables e irrespetuosos los que presumen que, dado lo extraño de los acontecimientos, la muerte del secretario y su equipo pudo haber sido resultado de un ataque directo. Las autoridades, sin embargo, tienen permitido especular para minimizar la relevancia política del trágico acontecimiento.

Calderón también fue el primero en lucrar políticamente con la tragedia. En su discurso del sábado, llamó a la unidad y a redoblar esfuerzos para seguir luchando y con mayor convicción aún, en evidente referencia a su cuestionada estrategia militarizada de combate al narcotráfico. También señaló que eventos como éste ponen a prueba a las instituciones y que estos son momentos difíciles, desde luego, para el gobierno y lo son, también, para la nación.

Estas declaraciones chocan de manera frontal con la tesis de la nubosidad como causa de la muerte del secretario. Si fue un mero accidente, ¿entonces por qué pone a prueba las instituciones y genera un momento difícil para la nación? Aunque ocupaba un cargo muy importante, Blake no destacaba en el gabinete. Su perfil era el de un burócrata más, un amigo del Presidente que se ocupaba principalmente de las relaciones públicas de su jefe. Como él, existen más de una docena de otros funcionarios cercanos a Calderón que podrán hacer el trabajo igual o mejor que Blake. La muerte del secretario, y de los otros siete ocupantes, es evidentemente una tragedia para sus familias y allegados. Sin embargo, no pone a prueba las instituciones y mucho menos pone en aprietos a la nación, a menos de que el Presidente sepa o quiera sugerir que efectivamente el incidente no haya sido un mero accidente.

El objetivo del Presidente pareciera ser entonces descartar públicamente la tesis del atentado, para no parecer débil ante los ataques del narcotráfico, pero también utilizar el incidente para legitimar su fallida estrategia militar y apuntalar a su partido de cara a las elecciones de 2012. En otras palabras, Calderón busca simultáneamente minimizar la vulnerabilidad de su gobierno y aumentar el miedo entre la sociedad. Con ello se busca presentar al PAN como el único partido que podría asegurar la integridad del Estado mexicano a partir de 2012, tal como lo hizo Ernesto Zedillo con el PRI en 1994.

Una de las pocas certezas que tenemos es que nunca sabremos la verdad sobre lo que realmente ocurrió el pasado 11/11. Tal como ocurrió en los casos de Ramón Martín Huerta y Juan Camilo Mouriño, los expedientes serán reservados por décadas. El día del choque de Blake, el gobierno prohibió a los periodistas acercarse para tomar fotografías del helicóptero destrozado. Desde entonces ha limitado el flujo de información y solamente ha respondido a unas cuantas preguntas de la prensa.

Supuestamente la aeronave que transportaba una de las cargas más importantes del país simplemente no contaba con una caja negra, o cualquier otro dispositivo, que registrara los detalles del vuelo y las voces de los pilotos. Es cierto que la norma oficial mexicana NOM-022-SCT3-2001 que regula los registradores de vuelo excluye a las aeronaves militares. Pero esto no es porque aquellas aeronaves sean menos importantes, sino por todo lo contrario. Resulta muy difícil creer que no exista registro alguno, en algún aparato especializado o por lo menos en los celulares de los tripulantes, de los últimos minutos del vuelo del helicóptero.

Habría que mantener la mente abierta ante las investigaciones oficiales. Es posible que ellas arrojen datos contundentes que demuestren que el choque fue un mero accidente. Mientras, habría que exigir al gobierno federal que deje de especular y que se limite a proporcionar datos objetivos. Tienen razón el 69 por ciento de los mexicanos que, de acuerdo con Latinobarómetro, desconfían en las autoridades. La carga de la prueba se encuentra de lado de aquellos que defienden la hipótesis de un simple accidente, no de los que suponen la existencia de un sabotaje premeditado.

In memorian de don Rafael Jacobo García, infatigable luchador social y líder campesino.

www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman


Ricardo Raphael

Tragedia y decisión impostergable

Es de mal gusto y al mismo tiempo el Estado mexicano no puede esperar a que los tiempos de luto se resuelvan. El nombramiento del futuro secretario de Gobernación es anticlimático y al mismo tiempo ineludible. Lo primero por razones obvias, relacionadas con la fatídica muerte de Francisco Blake Mora; y lo segundo porque habrá que contar pronto con el encargado de la política interior que sorteará el tramo más espinoso del actual sexenio.

Sin necesidad de especular demasiado cabe suponer que la pugna electoral del año próximo será tanto o más polarizada que la experimentada por los mexicanos durante el 2006. Se anuncia así por el talante rijoso que poseen algunos de los participantes, pero también porque el contexto mexicano de fractura política y social se ha exacerbado durante el reciente lustro.

A la virulencia verbal que, al parecer, ya se nos volvió tradición, ahora hay que añadirle las pugnas relacionadas con la lucha por las drogas, el enfrentamiento entre mafias (muchas de ellas insertas dentro del Estado) dedicadas a la muy diversa criminalidad, el deterioro económico global que va a lesionar nuestra expectativa de crecimiento y la radicalización de la derecha estadounidense, facción que tanto gusta de culpar a los mexicanos por los males que ocurren en su país.

En efecto, a las malas noticias de ayer se suman las de mañana: algunas son humanamente inevitables, pero otras podrían sortearse si existiese un ánimo político más inteligente y conciliador por parte de quienes conducen la política. El nombramiento del futuro secretario de Gobernación se inscribe precisamente en este segundo orden de ideas.

¿Elegirá Felipe Calderón a un funcionario diestro para la conciliación o más propenso para la polarización? ¿Querrá un personaje que le profese absoluta lealtad, aun si no es interlocutor confiable para el conjunto de la clase política? ¿Buscará un hombre de Estado o alguien que le sirva como parcial instrumento de gobierno?

Si se revisan las decisiones que el habitante de Los Pinos ha tomado previamente, estas interrogantes resultan ociosas. Los cuatro nombramientos anteriores para ocupar el Palacio de Covián fueron entregados a panistas leales al presidente. Cuando alguno de ellos se atrevió a disentir, el desafortunado no sólo dejó de ser secretario de Gobernación, sino también dejó de ser panista. El episodio se recuerda como el extraño caso del abogado Fernando Gómez Mont.

Aunque sirva sólo para contraargumentar tiene sentido concebir un escenario donde el responsable de tan compleja decisión fuera capaz de modificar las premisas que guiaron sus decisiones pasadas y, a la luz de la gravedad de la época, se atreviera a invitar como encargado para conducir la política interior a un personaje distinto.

La circunstancia actual hace obligado recordar aquella decisión que Carlos Salinas de Gortari hubo de tomar en el año 1994, después del levantamiento zapatista en Chiapas y del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Entonces no se envió a la Secretaría de Gobernación a un priísta típico, mucho menos a un incondicional del presidente.

Para sorpresa de muchos, Salinas propuso a Jorge Carpizo Mcgregor: un crítico del sistema de partido hegemónico, académico respetado y defensor de los derechos humanos. A este funcionario se le encomendó la casi imposible tarea de otorgarle trazos de normalidad política a una realidad social reventada.

Sería impreciso decir aquí que la sola presencia del ex rector de la UNAM en la Secretaría de Gobernación logró reencauzar la vida institucional del país, haciendo que aquel proceso electoral sirviera para que los mexicanos ratificáramos pacíficamente la confianza en nuestras instituciones; con todo, esa decisión terminó siendo clave para que así sucediera.

Los tiempos que hoy corren se miran tanto o más revueltos que aquel año cuando, por adelantado, los mexicanos decidimos clausurar nuestro siglo XX. A partir de este argumento es que cabría valorar un nombramiento en la Secretaría de Gobernación que jugara más cerca del Estado y menos del partido en el gobierno, que apueste por los consensos y no fertilice más la ruptura, que coloque las instituciones por encima de las pulsiones, que modere los ánimos de berrinche y extienda la serenidad adulta, en breve, que combata las condiciones de incertidumbre que de tan mal ánimo nos traen a todos los mexicanos.

Quizá sea mucho pedir y, sin embargo, la tragedia no tiene por qué continuarse.

Twitter: ricardomraphael
Analista político


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