Adrien Brody interpreta con solvencia el complejo personaje de Henry Barthes, profesor sustituto que en su paso temporal por una secundaria es cortejado por varias mujeres sin poder relacionarse satisfactoriamente con ninguna. Su incapacidad afectiva provoca en estas personas un daño mayor al beneficio que aparentemente debía procurarles su conducta, por lo general generosa. Sin mayores trámites recoge y atiende en su casa a una joven prostituta (Sami Gayle), cuya salud física y mental se encuentra en riesgo. Sin casi darse cuenta alimenta también en una joven alumna (Betty Kaye) una infatuación amorosa que rápidamente se vuelve incontrolable.
Algo parecido sucede con la relación laboral, ambigua y tensa, que tiene con una colega (Christina Hendricks). Y a pesar de este aparente analfabetismo emocional, Henry Barthes consigue ganarse el respeto de alumnos imposibles que primero le manifiestan desconfianza y desprecio, para luego sucumbir al carisma de su personalidad.
El comportamiento del profesor muestra una fuerte ambivalencia en el terreno emocional. Es capaz de controlar las situaciones en lo laboral, e incluso de imponer cierta autoridad en un ambiente francamente hostil; también atiende a su abuelo aquejado de demencia senil y protege filantrópicamente a la joven prostituta, pero es incapaz de un sostenido compromiso afectivo.
Adrien Brody despliega en su actuación todas las facetas de esta neurosis, y de hecho es él quien sostiene vigorosamente una trama por momentos convencional, destinada a un gran público. Temáticamente, la cinta no posee la fuerza dramática de aquel clásico de fricciones y dramas escolares, Semilla de maldad (The Blackboard Jungle, Richard Books, 1955), pero tampoco naufraga en el maniqueísmo edulcorado de Al maestro con cariño (To Sir With Love, James Clavell, 1966).
Es de principio a fin un notable estudio sicológico, centrado más en la figura del profesor que en la conducta de sus alumnos, ilustrado con atractivas viñetas de animación y un impecable conjunto de actuaciones. Una metáfora final, relacionada con un cuento de Edgar Allan Poe, redondea el propósito del director de sugerir una sociedad decadente, marcada por la superficialidad y el desapego afectivo.
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