“El ofendido soy yo”, respondió Humberto Moreira, actual presidente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), a la pregunta de si dejaría su cargo por las acusaciones de endeudamiento fraudulento cuando fue gobernador de Coahuila. El asunto trae de cabeza no sólo al mencionado político, sino a uno de los que lo manejan: Enrique Peña Nieto.
Hace días metieron a la cárcel a dos funcionarios que trabajaron en la administración de Moreira, Héctor Javier Villareal, encargado del Servicio de Administración Tributaria, y Ricardo Fuentes Flores, de esa misma dependencia. Ambos salieron libres bajo fianza por considerar que los delitos de falsificación de documentos para obtener un crédito de 3 mil millones de pesos era un asunto menor.
Hay que recordar que al llegar Moreira al gobierno recibió una deuda de menos de 1 mil millones de pesos y al finalizar su administración la cifra había aumentado a más de 30 mil millones. Cantidad que no podrá liquidarse en los siguientes 20 años.
Es cierto que algunos dicen que hizo una obra monumental, incluidos reconocidos columnistas. Pero ha sido tal el escándalo y las pruebas mostradas que sus mismos seguidores se han hecho un lado. Nadie defiende a este dicharachero que hoy está ciertamente preocupado, pues no obstante lo que alegue, le es imposible refutar los cuestionamientos de como uno de sus cercanos, Vicente Chaires, pudo adquirir medios de difusión y propiedades en Estados Unidos.
Algunos con razón han dicho que los cargos son una maniobra política realizada por Ernesto Cordero, quien al frente de la Secretaría de Hacienda obtuvo información acerca de los múltiples enredos financieros de Moreira, el bailador. Y es por ello que la disputa verbal de éste ya no es en contra del presidente Felipe Calderón, a quien había criticado mordazmente al principio de su gestión. Hoy a quien satiriza es al precandidato albiazul, a quien llama lo mismo Chiquidrácula que el Chavo del Ocho, esto último porque el hombre cercano al jefe del Ejecutivo no levanta su preferencia en las encuestas por encima de ese número. La pelea, empero, seguirá en las próximas jornadas.
Y subirá de tono después que se apruebe el Presupuesto de Egresos de la Federación. Antes no porque en la negociación tiene importancia, sin duda, la posición de Moreira. Así pues, los tiempos de mayor ira están por venir.
Una fuente confiable ha dicho que en el grupo íntimo de Peña Nieto se ve con desdén el asunto. Incluso se dice que el cambio del profesor se dará luego de que se elija el candidato priísta, a finales de año. Ello porque el presidente del PRI sirve como un pararrayos a los ataques que le puedan lanzar al esposo de la Gaviota y que, además, al ser un recomendado de la maestra Elba Esther Gordillo, no lo pueden defenestrar tan fácil; seguramente necesitan la aprobación de la tan cortejada profesora que no acaba de deshojar la margarita para saber con quién hace alianza.
Pero el asunto no es tan fácil como pretenden los peñistas. Cada día que pasa el desprestigio del Comité Ejecutivo Nacionaldel PRI aumenta. Tanto, que a Morerira se le ve desencajado, ya casi no bromea y evita las reuniones en corto con los periodistas, algo común al principio.
Tal vez por eso en Semana Santa algunos dijeron que Moreira es un cadáver en vida, al cual es mejor darle cristiana sepultura y que no ande causando lástimas y penando en diversos lugares. Incluso el columnista Pablo Hiriart (La Razón, 1 de noviembre de 2011) lo ve como un fardo del cual hay que desembarazarse.
Y todo esto viene a cuento porque las diferentes acciones políticas son para dar lástima. Lo mismo vamos para un año que el Instituto Federal Electoral no está completo; el pleito entre las tres fuerzas importantes para la elección de 2012 se agrava; la Cámara de Diputados es criticada por sus mismos asistentes como un bar donde huele a alcohol; la reforma política resultó limitada y parcial (ver por ejemplo los artículos de Alberto Aziz y María Amparo Casar, en El Universal y Reforma, respectivamente, 1 de noviembre de 2011); y hay un desencanto respecto a la democracia en México. Según una encuesta actual de Latinbarómetro (organización no gubernamental que investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad en su conjunto), el 73 por ciento de los mexicanos no está satisfecho con la democracia actual. El 50 por ciento preferiría tener un régimen que no fuera democrático: 14 por ciento uno autoritario y 36 por ciento otro que fuera antidemocrático. Esto revela la inutilidad de las reformas que se han llevado a cabo, pues ninguna convence realmente.
Únicamente en contadas ocasiones nuestros compatriotas se han sentido realmente atraídos por las elecciones. En los comicios de 1997 (fin de la hegemonía priísta), 2000 (el triunfo de Vicente Fox) y 2006 (la contienda donde diversas fuerzas de poder evitaron a toda costa que llegara a la Presidencia Andrés Manuel López Obrador).
Fuera de eso, la gente ve con abulia, desdén y hasta desprecio todo lo que huela a democracia y política, algo que no ocurre en Uruguay, Argentina, Panamá, Ecuador y Venezuela, los cinco punteros en América Latina en cuanto a estar satisfechos con el régimen democrático y sus formas de efectuar los cambios pacíficos.
Hace poco la organización no gubernamental Freedom House (conduce investigaciones y promociona la democracia, la libertad política y los derechos humanos) con sede en Washington, Estados Unidos, señaló que México pasaba de ser una nación donde la libertad de prensa era parcial a una situación peor, en la que ésta no existía. Algo realmente preocupante aunque lógico, ya que los asesinatos de periodistas continúan y no se detiene a los culpables.
Sabemos, claro, que sin libertad de información y expresión no hay democracia. ¿Entonces?
*Periodista
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