Escrito por Jenaro Villamil
Edward Snowden “no es una maleta, no es un bicho, no es una mosca a la que yo pueda meter al avión y llevármelo a Bolivia”.
Eso declaró el miércoles 3 de julio el
presidente de Bolivia, Evo Morales, después de protagonizar uno de los
episodios más delirantes en esta historia de persecución al joven
informático de 30 años, cuyas revelaciones a principios de junio
actualizaron la distopía del Big Brother orwelliano de 1984, pero la persecución contra él decretada por Washington desde el 14 de junio son dignas de El Proceso, de Franz Kafka.
No en balde el escándalo internacional
por la revocación del permiso de sobrevuelo al avión Falcon 900, donde
viajaba Evo Morales, ocurrió el mismo día que se cumplían 130 años del
novelista que describió la maquinaria del poder burocrático capaz de
anular toda libertad de decisión individual.
El martes
2 de julio, después de sostener un encuentro de países exportadores de
gas en Moscú, Evo Morales partió de regreso a Bolivia. La tarde del
mismo día su avión fue impedido de cruzar el Atlántico
porque Portugal, Francia e Italia revocaron el permiso de sobrevuelo.
La aeronave hizo un aterrizaje forzoso en Viena, donde permaneció
varado 13 horas.
“Alguien” avisó que en esa aeronave de Evo Morales podía estar Snowden, “refugiado” desde el 23 de junio en un aeropuerto de Rusia tras su espectacular fuga de Hong Kong. El mandatario ruso Vladimir Putin, experto en espionaje e intrigas de Estado, le puso como condición a Snowden para quedarse en territorio eslavo que prometiera cesar sus “filtraciones” contra su “socio” Estados
Unidos. El joven prefirió pedir asilo a 21 naciones, pero sólo tres se
han convertido en opciones reales: Bolivia, Venezuela o Islandia.
Bajo esta circunstancia de persecución imperial contra un individuo –que también recuerda a la fatwa de Jomeini contra Salman Rushdie por Los Versos Satánicos–,
el avión de Evo Morales se transformó en una especie de “bomba humana”,
quizá más peligrosa para los intereses de Washington que aquellas
aeronaves que se estrellaron contra las Torres Gemelas, el 11 de
septiembre de 2001.
El presidente español Mariano Rajoy dio
la nota cuando declaró que “lo importante es que Snowden no va en ese
avión y que, por tanto, todo ese debate que se ha producido es un poco
artificial”. ¿Cómo sabía Rajoy que “lo importante” es que Snowden no
viajara con el mandatario bolivariano?
Desde su cuenta de Twitter, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner se convirtió en narradora y animadora de este episodio que sorprendió a todos.
La mandataria dio a conocer su
intercambio de llamadas con el propio Evo Morales y con los presidentes
de Ecuador, Rafael Correa, y de Perú, Ollanta Humala para convocar a
una reunión urgente de Unasur (el bloque de países sudamericanos) y
condenar el bloqueo al avión del boliviano.
“Definitivamente están todos locos.
Jefe de Estado y avión tienen inmunidad total. No puede ser este grado
de impunidad”, exclamó Fernández de Kirchner. Y, al mismo tiempo,
confirmó que se comunicó con Evo Morales. La reproducción de esta
conversación es digna de Kafka también:
“-Hola compañera, ¿cómo está? –¡el me pregunta a mí cómo estoy!
“Me lleva miles de años de civilización
de ventaja. Me cuenta la situación: ‘estoy aquí, en un saloncito en el
aeropuerto. Y no voy a permitir que revisen mi avión. No soy un
ladrón’. Simplemente perfecto. Fuerza Evo”.
La paradoja de esta historia es que la
presidenta argentina logró transmitir su indignación utilizando
Twitter, una de las redes sociales que Estados Unidos aspira a
controlar y vigilar después de Facebook. ¿Para qué quieren espiar si
los propios mandatarios pueden revelar de manera directa y simultánea
su comunicación privada frente a una crisis diplomática de estas
dimensiones?
Los mandatarios latinoamericanos –con
la notable excepción del mexicano Enrique Peña Nieto– hicieron aflorar
la incordia mundial frente a la actuación de Washington como sheriff mundial y, al mismo tiempo, como Big Brother orwelliano exhibido de manera impecable.
Lo más kafkiano de esta persecución es
que las verdaderas víctimas del espionaje reciente de la administración
de Obama –los Estados europeos– actúen como naciones subdesarrolladas,
algo que en otros momentos le hubiera correspondido a los regímenes
latinoamericanos.
Angela Merkel, la mandataria de
Alemania, sólo hasta ahora ha reaccionado reclamándole una explicación
a Obama, tras la presión que han ejercido los opositores verdes y
socialdemócratas.
Ellos le han reclamado a Merkel que debió estar al corriente del programa PRISM, la primera gran revelación de Snowden. La revista Der Spiegel documentó que Alemania estaba entre los objetivos principales del espionaje vía intercepción de comunicación en redes sociales.
El caso de Gran Bretaña es más bochornoso. The Guardian ha documentado que los flemáticos servicios de inteligencia británicos han actuado como si fueran mayordomos de la serie Dowton Abbey para favorecer la compulsión intrusiva de las 12 agencias de inteligencia norteamericanas.
En medio de este debate, The New York Times publicó
este jueves 4 de julio que también el Servicio Postal de Estados Unidos
ha vigilado la correspondencia de los ciudadanos norteamericanos. La
información indica que esta dependencia fotografió 160 mil millones de
sobres, paquetes y tarjetas postales. Esto le permite saber dónde
residen las cuentas bancarias de los norteamericanos, con quiénes se
comunican y otras pistas de “inteligencia”.
En esencia, la persecución contra
Snowden es la admisión del Estado norteamericano que desde el Acta
Patriótica de George W. Bush esta nación dejó de ser de libertades y
derechos para transformarse en una maquinaria paranoica global.
La principal consecuencia será para el
futuro de las poderosas empresas de la web 2.0, como Facebook, Apple,
Google y Microsoft. A menos que la rebelión de los propios usuarios
coloque al espionaje ilegal contra la pared.
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