OPINIÓN
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Alena Pashnova*
Cimacnoticias | México, DF.-
Hace
apenas unos días, la Organización Mundial de Salud (OMS) publicó un
informe aterrador: según las últimas investigaciones, una de cada tres
mujeres en el mundo ha sufrido violencia física, sexual o ambos de
parte de sus parejas.
Fue el primer estudio sistemático a nivel mundial que recopiló los
datos acerca de la violencia contra las mujeres ejercida por sus
parejas y otras personas. Se ha comprobado que en cualquier continente
o región del mundo una mujer corre más riesgo de ser violada y abusada
por su “media naranja” que por una persona desconocida.
No tenemos que ir lejos para encontrar un ejemplo, ya que el mundo se
quedó pasmado ante una reciente noticia sobre una niña boliviana de 12
años embarazada tras sufrir años de violaciones por sus familiares más
cercanos: su padre, su tío y su padrino.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(Inegi), 47 de cada 100 mexicanas que han cumplido 15 años y han tenido
una pareja, fueron víctimas de situaciones de violencia física,
económica, sexual o emocional por su ex pareja o su pareja actual.
De acuerdo con los expertos en el tema, las estadísticas no varían
drásticamente dentro de grupos con diferentes niveles de educación,
socio-económico, nacionalidades o religiones. Para realizar una breve
comparación, en Rusia se ha registrado algún incidente de violencia en
una de cada cuatro familias.
Desgraciadamente, la realidad no ha cambiado mucho desde que en 1979 la
Organización de las Naciones Unidas reconoció que la violencia en el
entorno familiar es el crimen encubierto más frecuente del mundo.
Desde finales del siglo pasado el tema dejó de ser prohibido y se han
realizado innumerables esfuerzos para sensibilizar al público y
transformar su percepción del problema. Pero sabemos que el mundo sigue
igual. ¿Por qué es tan difícil de exterminar la violencia dentro de
nuestros hogares?
Independientemente de la nacionalidad o del origen de las mujeres que
han sufrido la violencia, sus razones para no denunciar los actos de
agresión son muy similares: en muchas ocasiones la mujer puede estar
convencida de que la constante violencia dentro de su familia es una
normalidad, que ella misma es la causa y/o la culpable de ello.
Otra de las razones más mencionadas es el miedo, ya sea a la
inestabilidad económica, a no poder mantener a las y los hijos, a
separar la familia, entre otros.
La mujer que está involucrada en un ciclo de constante violencia puede
padecer el Síndrome de Indefensión Aprendida: cuando la víctima cree
que es indefensa y no tiene control sobre la situación. En su mente,
cualquier intento de cambiar su realidad resultará inútil o causará aún
más daño.
Pero lo que realmente sufre daños severos es la salud de la víctima,
pues la OMS menciona las siguientes posibles consecuencias: muerte y
lesiones (ya que 38 por ciento de las mujeres asesinadas fueron
asesinadas por sus parejas), embarazo no deseado y abortos, depresión,
problemas con el uso de alcohol y drogas e infecciones de transmisión
sexual.
De hecho, la violencia intrafamiliar fue reconocida por la OMS como “un problema de salud global de proporciones epidémicas”.
Todos sabemos que cuando alguien se enferma, puede resultar incapaz de
ayudarse a sí mismo o siquiera reconocer la existencia de su enfermedad.
Para los problemas de salud más comunes existen hospitales, consultas
médicas y ambulancias, ¿pero quién ayudará a una persona que está
expuesta a la violencia intrafamiliar, dado que sus síntomas no son tan
fáciles de reconocer a primera vista?
Sí, existen varias instituciones que aportan a la investigación sobre
el tema, a la protección de las víctimas, a la defensa de sus Derechos
Humanos, pero ¿es suficiente este esfuerzo para vencer la enfermedad de
una vez por todas? La realidad nos demuestra que no.
Entonces ¿qué podemos hacer al respecto? La respuesta es fácil y
difícil al mismo tiempo, ya que todos nosotros podemos ser médicos y
combatir con éxito la epidemia de violencia. No podemos dejar todo el
trabajo en manos del gobierno y de las organizaciones no
gubernamentales, cuyos recursos y capacidades de respuesta pueden ser
muy limitados.
La responsabilidad también recae en nosotros. Tenemos que informarnos,
leer constantemente sobre el tema, hablar con las personas y
sensibilizarlas.
La violencia –como cualquier virus– no es invencible, sólo hace falta
ser conscientes de las medidas preventivas y reactivas, “vacunarnos”
con la información objetiva, cuidarnos y cuidar a nuestros seres
queridos, y por supuesto, correr la voz para no dejar que se propague.
Invito a las y los lectores a que recuerden que el día para combatir la
violencia contra las mujeres no es el 25 de noviembre de cada año, sino
hoy y ahora. Finalmente, según las estadísticas, hay muchas
probabilidades que la mujer con quien platica a diario es una víctima
de violencia. Usted le puede salvar la vida.
*Periodista rusa residente en México.
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