José Steinsleger /IV
A los historiadores de intereses y fobias inconfesables, que sin prueba alguna continúan calificando a Evita de
populista,
caudillista,
chovinista,
redentoray
pro nazi, no les interesa recordar el día que la ministra de Trabajo y Seguridad Social Golda Meir visitó Buenos Aires, y se abrazó con la lideresa argentina por su labor realizada en favor del flamante
Estado de Israel(abril 1951).
En cambio, intelectuales honestos, como el historiador Leonard
Senkman, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, escriben: “…en la
última década del siglo veinte todavía era posible encontrar en algún kibutz de
Israel cobijas con el sello de la Fundación Eva Perón (FEP) enviadas en
1948, cuando Argentina se convirtió en el primer país que reconoció la
soberanía del Estado judío” ( El peronismo y los judíos, danielblinder@hombregris 2001.com.ar).
En noviembre de 1951, Perón fue relecto con 62 por ciento de los
votos, de los cuales 64 por ciento eran femeninos. Pero en julio de
1952, la muerte de Eva marcó el principio del fin de la FEP. Con todo,
la semilla daba ya sus frutos. Al año siguiente, una mujer fue nombrada
vicepresidenta de la Cámara de Diputados, primera en ocupar un cargo
tan alto en el mundo.
Tras el golpe oligárquico de 1955, la representación política de las
mujeres argentinas empezó a declinar, y sólo hacia finales de siglo,
con la
ley de cupo, el número de diputadas electas fue mayor al alcanzado en aquel trágico año en el que la
democraciay la
libertaddel imperialismo cerró todo un ciclo de luchas populares.
Vale preguntarse: ¿qué predominó en las luchas de las mujeres argentinas? ¿Componentes de
géneroo de
clase? Ambos conceptos tienden a embrollarse. Por ejemplo, cuando la ONU consagró el Año Internacional de Mujer (México, 1975), el gobierno de la presidenta Isabel Martínez (segunda esposa de Perón) adhirió a un evento que al mismo tiempo calificaba de
marxista. Mientras de su lado, socialistas y feministas argentinas lo repudiaban por su “…visión conservadora y moralizante de la mujer”.
Luciana Sousa, de la Agencia de Noticias Paco Urondo, sostiene que
Evita resignificó el lugar de la mujer en particular, y como parte
fundamental en los procesos de cambio. “Con ella surge a la vida
política un nuevo actor social que amenaza el statu quo,
incluso después de muerta.” De paso, afirma que los ataques misóginos a
Cristina Kirchner son similares a los que Evita recibió medio siglo
atrás.
Grandes íconos de la cultura antipopular la despreciaron. Para Jorge Luis Borges Evita fue
la mujer del látigo, y Ezequiel Martínez Estrada se refería ella como
la mujer de pelo en pecho. Años después, el género masculino no bajaba a
Isabelitade
puta, así como hoy tratan a Cristina de
yegua.
El periodista Jorge Halperin, compilador del libro de ensayos Las muchachas peronistas (Eva, Isabel, Cristina)… ¿por qué desatan odios las mujeres en el poder (Aguilar, 2009), recuerda en la introducción que en vísperas del derrocamiento de
Isabelita(1976), preguntó a un vendedor de periódicos: ¿Por qué cree que los militares serán mejores que Isabel? Respuesta: cualquier cosa es mejor que esa puta. Y en días pasados, en Luján de Cuyo (Mendoza) la
virreina de la vendimia y embajadora de las bodegas Malbec, Priscila Quintero Rovati, fue destronada luego de escribir
que maten a la hdpen la red social Facebook.
Juliana Di Tullio, jefe de la bancada de diputados kirchneristas, dice:
A ningún espacio o sector de oposición se le ocurriría denostar a un presidente varón en su condición de género masculino, pero sí lo hace con una presidente mujer. Por su lado, el historiador Hernán Brienza, afirma: las mujeres que ofenden a Cristina desde el género, son víctimas de su propia concepción cultural… en ella (ven) su propia frustración. En general son mujeres que saben poco y nada de política y se enfrentan a la imposibilidad de realizar un planteo político serio”.
¿Género
oclase? ¿Género
yclase? En todo caso, frente al liderazgo de Evita y los gobiernos de Isabel y Cristina, fue en los sectores femeninos de mayor poder adquisitivo donde se presentaba y continúa manifestándose el rechazo mayor a la equidad y distribución de los roles de género. Elsa Drucaroff, escritora, apunta:
La crítica furiosa (contra Cristina) es la otra cara de la admiración y de la envidia, porque ella ejerce de frente y con legitimidad, lo que las mujeres tenemos culturalmente prohibido ejercer, salvo con tretas oscuras o ilegítimas: el poder.
Decía la revolucionaria Flora Tristán (1803-44) que el grado de
desarrollo de un país se conjuga con el de la libertad de la mujer.
¿Será? Como fuere, parece innegable que la experiencia de millares de
mujeres argentinas que pasaron a ocupar niveles de responsabilidad en
el Estado, el Congreso y los poderes locales podría, quizá, aportarnos
algunas ideas originales. ¿O las multifacéticas y por momentos harto
confusas teorías masculinas de la revolución y el socialismo, no
necesitan de ellas?
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