COMUNICAR IGUALDAD- Lucía Maidana tenía 24 años y era estudiante universitaria. Fue asesinada el 6 de abril en Posadas, Misiones. Se cree que la mataron y después incendiaron la casa en la que vivía con su hermana, probablemente para no dejar huellas. El cuerpo fue encontrado al costado de la cama semicalcinado.
Laura Iglesias tenía 55 años en mayo, cuando fue abusada sexualmente y luego asesinada con golpes y estrangulamiento. Su
cuerpo fue encontrado en las afueras de Miramar. Otra mujer fue
asesinada también en mayo en Villa Adelina, provincia de Buenos Aires.
Probablemente la molieron a golpes. El cuerpo apareció en el baúl de un
auto envuelto en bolsas.
¿Queremos más crueldad? El año pasado en Tucumán, Aída Correa fue violada por seis hombres, uno de ellos el novio. Después la torturaron con alambre de púa, le cortaron los pechos y la quemaron viva. En la misma provincia, Marcela Chiaro fue descuartizada y tirada en los cañaverales, probablemente por su ex marido.
¿Por qué ninguna de ellas
ocupó más de un breve de los medios de comunicación nacionales y
algunas ni eso? ¿Por qué el asesinato de Angeles Rawson es ficha puesta
en los medios desde hace dos semanas?
¿Será porque ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, más aún, en pleno
Palermo, en un edificio habitado por personas de clase media? ¿Será
porque en nuestro etnocentrismo creíamos que el asesinato feroz de una
mujer no sucedería entre nuestras paredes?
Así como los varones feminicidas no son monstruos,
sino personas normales –muchos de ellos vecinos respetados en la
comunidad, amables y simpáticos, que nadie identificaría con un
asesino, como el encargado del edificio en el que vivía Angeles hasta
que la asesinaron- que circulan por las calles de todas las ciudades
del mundo, desde los países más a los menos desarrollados, así también
los asesinatos de mujeres suceden en todas las sociedades, aún las más
“civilizadas”. La violencia de género no tiene que ver con la barbarie, es justamente una cualidad de la cultura.
No podemos oponer civilización a barbarie para incluir o excluir la
violencia de género de una sociedad. Una cualidad que define a la
violencia de género es ser parte de la socialización cultural
patriarcal de mujeres y varones desde hace miles de año en el mundo.
La relación de desigualdad entre mujeres y varones es intrínseca a
nuestras sociedades. No está claro cómo empezó, pero se sabe que alguna
vez, sobre aquello que era sólo diferencia sexual, se fue construyendo
desigualdad. Una desigualdad que hace que los varones se sientan con derecho a dominar y poseer a las mujeres.
Podemos ir al cine una vez por semana, leer al menos un libro todos los
meses, seguir las noticias, ser profesionales exitosas y exitosos,
enviar a nuestras hijas e hijos a colegios progresistas, hacer las
compras en el Jumbo de la estación Pacífico, y cuando volvemos a casa
nosotras cocinamos y ellos miran la tele; nosotras bañamos y acostamos
a los niños y ellos se quedan leyendo un libro; nosotras pedimos
permisos laborales para llevar a niñas y niños al médico y ellos siguen
haciendo carrera profesional; ellos tienen tiempo libre para ocios
varios y nosotras apenas nos damos un rato para un café con una amiga.
La desigualdad no es patrimonio de los sectores populares, y la
desigualdad se transforma en violencia, antes o después. Porque
nosotras ya no queremos esos roles estereotipados y ellos no lo toleran
o porque esa noche no quisimos hacer el amor. No se sabe cuándo
sucederá pero en algún momento explota.
La Organización Mundial de la Salud acaba de sacar una nueva investigación en la que señala que la violencia contra la mujer es “un problema de salud global de proporciones epidémicas”:
el 35% de las mujeres del mundo entero han sido víctimas de violencia
física y/o sexual por parte de su pareja o de violencia sexual por
parte de personas distintas de su pareja y el 38% del número total de
homicidios femeninos se debe a la violencia conyugal.
Cuando se desglosa la prevalencia por regiones, hay zonas del mundo
–como el sudeste de Asia, Medio Oriente o Asia- donde las estadísticas
son más altas (un promedio de 37% de las mujeres de esas naciones
manifestaron haber sido víctimas de violencia); sin embargo, en las
regiones con estadísticas más bajas –el este de Asia y Europa- hay un
25% de prevalencia: un cuarto de las mujeres de esos países dicen que
alguna vez las violentaron. En las Américas, la prevalencia es casi del
30%.
La violencia contra las mujeres está entre nosotras y nosotros, en cada casa, en cada ciudad, en cada país. Cada caso como el de Angeles Rawson debería despertar conmoción social, sacarnos del letargo, hacernos decir NUNCA MAS,
como vienen diciendo desde hace años las organizaciones de mujeres que
batallan en todo el país y en el mundo para evitar la indiferencia y la
naturalización de esta forma de violencia.
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