OPINIÓN
CRISTAL DE ROCA
Especial
| En la Edad Media las mujeres pertenecientes a la nobleza eran objeto
de intercambio en las relaciones de poder entre feudos o reinos. Ahí
tenemos la historia de Enrique VIII con sus seis esposas.
Por: Cecilia Lavalle*
Cimacnoticias | México, DF.- Imagine que es un florero o una silla o una mesa. Imagine que es una cosa, un objeto. Ahora imagine que le usan, le reciclan, le desechan, como solemos hacer con cualquier objeto. ¿Qué siente? La respuesta es importante, porque en esa categoría colocan a millones de mujeres.
Considerar a las mujeres como objetos no es nuevo. En la Edad Media, por ejemplo, las mujeres pertenecientes a la nobleza eran objeto de intercambio en las relaciones de poder entre feudos o reinos. Ahí tenemos la historia de Enrique VIII con sus seis esposas.
Y una pensaría que la Edad Media fue hace mucho tiempo, que los castillos son cosa del pasado, hasta que se topa con los ecos, con los susurros, con las resonancias.
Venía de regreso a casa. Venía feliz porque había sido un éxito el taller que impartí respecto a la construcción de equidad en instituciones de educación. Venía pensando en esos maestros y maestras que con una nueva mirada podían sembrar un mejor terreno, para que la convivencia entre mujeres y hombres fuera en igualdad de condiciones.
Y en eso, una voz de hombre me sacó de mi paraíso. “Mi tierra, mi casa, mi vieja y mi rancho. Esas son mis prioridades”.
Sin el mayor recato giré la cabeza para mirar al señor que salió del túnel del tiempo. Imaginé que vería a un señor feudal arriba de su caballo o, ya en el folclor, a un revolucionario de las huestes de Pancho Villa.
Pero mis ojos se toparon con un hombre enfundado en un traje impecable, portafolio sobre las piernas incluido, que sin mirarme siguió hablando con su compañero de asiento de lo orgulloso que estaba de ser un hombre de familia e-jem-plar.
Recordé entonces el anuncio de un famoso refresco de cola, en el que el actor Roberto Palazuelos va perdiendo (en el comercial se van evaporando) sus cosas: su tele, su auto, su sala, y de pronto, también, una mujer que está en la escena como si fuera su esposa con un bebé en brazos.
Los “creativos” de estos comerciales, como el señor de mi viaje, asumen que las mujeres –“sus” mujeres– son cosas que pertenecen al inventario de sus propiedades.
Y acaso el señor y los creativos no entiendan mi indignación, puesto que en ese inventario están sus objetos de valor.
Para el señor sentado tras de mí, “su vieja” se encuentra entre la casa y el rancho; eso sí, después de la tierra, ¡na’más faltaba! Y para el anuncio protagonizado por Palazuelos, después del auto y la televisión, ¡pero era TV de plasma!
Colocar a las mujeres en el mismo rango que las cosas tiene efectos devastadores.
Una sociedad que acepta y tolera cosificar a las mujeres, ve bien que mujeres en poca ropa lo mismo anuncien cemento, que una cerveza que pone al calce de la fotografía de tres mujeres: “la botana”.
Una sociedad que acepta y tolera que la mitad de su población se encuentre en la categoría de cosas, mira como lo más normal que jovencitas en ropa ceñida distribuyan propaganda de cualquier negocio.
Una sociedad que acepta y tolera que las mujeres sean cosas, acepta y tolera la prostitución, y acepta y tolera a las edecanes en un evento público a quienes llama: “el atractivo visual”.
Una sociedad que acepta y tolera todo eso, se despierta un día con violencia generalizada, secuestros y redes de trata entre su comunidad, y no entiende qué pasó.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.
*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario