Sanar heridas simbólicas de los cuerpos
Posguerra
en Guatemala. Amandine Fulchirone dice que entonces se oía el silencio.
Era un secreto estridente que la tortura sexual había sido parte de la
estrategia genocida que implementó el ejército, pero los relatos de las
mujeres no parecían ser escuchados a pesar de las evidencias.
Ahora, más de una década después, se escucha la rabia. De la mano,
primero de Yolanda Aguilar y después, acompañadas por un porrón de
mujeres más (Liduina, Virginia, Elsa, Josefa, Chave, Andrea, Elsa,
Malcom y Brenda) fundan el colectivo “Actoras del cambio”. Me pide que
nombre a todas sus compañeras porque, dice, es tan importante saber con
quién se empieza el camino, que reconocer las huellas que dejan quienes
nos acompañan hoy. En esta entrevista, Fulchirone no sólo aporta claves
imprescindibles para sanar la violencia sexual en contextos de guerra
sino que señala los mecanismos violentos que se dan entre feministas,
habla de su apuesta por lograr una justicia más allá de los Estados y de
las heridas simbólicas que guardan los cuerpos de las mujeres.
- Andrea Momoitio (AM): ¿Cómo surge el colectivo?
- Amandine Fulchirone (AF): Cuando llegué a Guatemala se oía el
silencio y aquello era una cosa tremenda. Decidimos hacer algo para
ayudar a sanar, a reconstruir la vida, desarticular la culpa, la
vergüenza, el terror en la piel.
- AM: ¿Cómo han sido esos procesos de sanación que habéis acompañado?
- AF: Eran momentos muy complejos. No se hablaba de la violencia
sexual y los comisionados militares estaban en las comunidades
controlándolo todo. Decidimos trabajar en la clandestinidad para hacerlo
más tranquilas, pero tres o cuatro años después las mujeres quisieron
hacerlo públicamente. Tuvimos que reflexionar sobre qué quería decir
eso: ¿Qué queréis que se sepa? ¿En qué condiciones? ¿Con qué voces? Al
principio quisieron que hablásemos en su nombre, pero la historia no
tendría el mismo peso si no era contada por ellas. Sus voces, además,
iban a permitir que sus hijas, sus nietas y nietos pudieran aprender de
los errores. Empezamos a organizar los “Festivales por la memoria”.
Queríamos contar lo que había pasado, pero no desde el dolor, sino todo
lo contrario: con mucha claridad política. Necesitábamos señalar
responsables y crear conciencia porque la violación sexual es un crimen,
que no se iba a permitir otra vez. Estas mujeres, que habían sido
estigmatizadas, rechazadas, consideradas parias por haber sido violadas,
acabaron por convertirse en referentes.
- AM: ¿Son procesos únicamente terapéuticos?
- AF: Es un proceso terapéutico que se vincula a un proceso de
organización política. El trabajo de sanación implica un trabajo que lo
integra todo: el pensar, el sentir y el hacer. Trabajamos las creencias
que nos han inculcado a partir de la reflexión sobre la experiencia
propia. ¿Por ejemplo? En torno a la sexualidad. Ellas retomaron el poder
sobre sí mismas cuando pudieron decir que “no” a sus parejas en las
relaciones íntimas. Te encontrabas con mujeres que hablaban públicamente
de los crímenes sexuales cometidos por el ejército, pero que tenían
normalizadísimas las violaciones sexuales que se daban los ámbitos
íntimos.
- AM: Dices que “siempre que se da un genocidio se da un feminicidio”.
- AF: Sí.
- AM: Explícamelo, por favor ¿por qué en todo genocidio se asesina también a las mujeres?
- AF: Porque para matar al pueblo, o a un pueblo en concreto, van a
atacar de forma específica a las mujeres a través de la violación
sexual. El feminicidio se da a través de la violación sexual. Antes de
las masacres siempre hay una tortura específica: la tortura sexual, que
tiene efectos de destrucción del tejido social, de aislamiento, de
éxodo. Acaba cortando la posibilidad de tejer fuerza comunitaria. Por
eso, antes de un genocidio, que es la destrucción de un pueblo, se
necesita pasar por el cuerpo de las mujeres para demostrar su poder
sobre otros hombres.
- AM: Antes y después.
- AF: Antes y después.
- AM: Pero no todos los feminicidios van de la mano de genocidios.
- AF: No. No. Pero cada genocidio sí ha necesitado de un feminicidio
.
- AM: Desde Bosnia a Guatemala o de Guatemala a Colombia, ¿se nota algún cambio?
- AF: Bueno, desde Bosnia a Guatemala se nota mucho; de Guate a
Colombia también. Creo que las colombianas han aprendido mucho de las
experiencias previas. Muchas de las estrategias del movimiento de
mujeres feministas se centran en la búsqueda del reconocimiento de la
memoria, la justicia, la verdad, pero parece que estamos esperando a que
sea el Estado el que nos reconozca.
Nuestra apuesta no es esa. Buscamos que seamos nosotras mismas
quienes reconozcamos la historia y, a partir de ahí, la podamos afirmar,
sin esperar la validación masculina, la validación del Estado, ni de
ningún Tribunal. Es un reconocimiento social que parte de nosotras
mismas. Creo que en Colombia todavía está muy puesta en el Estado la
necesidad de reconocimiento. Lo entiendo porque es el referente
simbólico de poder más importante y tendría sentido si tuviéramos unos
Estados que funcionasen, pero esos no existen. El Estado ha utilizado el
ejército y a los paramilitares para despojar a los pueblos de sus
tierras, para masacrarlos. Es como pedir el reconocimiento a tu propio
agresor.
- AM: ¿Y por qué tanto empeño del movimiento feminista en hacer peticiones a un Estado que sabemos que es patriarcal?
Y sabemos también que no hay condiciones para que esto sea de otra forma.
Si entendemos que la responsabilidad es de los Estados, que la
violencia es estructural, ¿por qué señalar a los agresores en particular
y no a las instituciones por su inacción?
- AF: Creo que se necesitan las dos cosas. Nombrar a los agresores es muy importante.
- AM: ¿Señalar a los agresores, uno a uno?
- AF: Sí. Es muy importante porque se necesita revertir el mecanismo
social que hace recargar la culpa, la vergüenza y el terror sobre
nosotras, sobre las que lo denuncian. Es muy útil que el que comete el
crimen asuma socialmente las responsabilidades y la vergüenza porque
ayuda a sanar. Pero ¿cómo hacemos ese tipo de sanción? ¿Desde lo legal?
¿Desde lo comunitario? ¿Desde lo colectivo? ¿Desde dónde? En cualquier
caso señalar sólo al agresor no es suficiente. Si individualizamos la
responsabilidad, que es la lógica que se sigue con la cárcel, obviamos
lo que implica en términos sociales. ¿Y las sentencias supuestamente
paradigmáticas? ¿Qué eficacia tienen? ¿Tienen un impacto político
suficiente para transformar las relaciones de poder? Las relaciones de
poder cambian cuando construimos nuestro propio poder, individual y
colectivo como mujeres, cuando somos capaces de afirmar nuestra verdad y
poner límites a los agresores. Eso implica un trabajo de organización
política muy grande, que va mucho más allá que la denuncia, de las leyes
o de la vía penal.
En Guatemala estamos hablando de comunidades que están acostumbradas a
trabajar colectivamente. En un espacio más urbano, más individualizado,
es más complejo, pero creo que por eso es mucho más importante
todavía. Necesitamos el vecina a vecina, esa red de protección que
permita poner un cuerpo colectivo de mujeres para protegernos a todas.
- AM: ¿Es posible una comunidad así en el Ciudad de México, por ejemplo?
- AF: Creo que sí. Tenemos que lograr que la seguridad seamos nosotras mismas.
“El miedo va a cambiar de bando” es un lema cada vez más coreado.
Devolver la vergüenza y el miedo es imprescindible. Los agresores,
para que dejen de violar, necesitan encontrarse con el límite. ¿Quién
pone ese límite? Lo ideal es que se lo pongamos las mujeres. En
comunidad es más fácil porque rápidamente ubicas quiénes te pueden
apoyar, qué casas te pueden acoger, quién puede actuar contigo. Hemos
vivido varias experiencias así, pero las represalias son muy fuertes. Es
el poder simbólico puesto en escena. ¿Hasta dónde somos capaces de
contrarrestar con otra voz, con nuestra voz, el poder simbólico
patriarcal? Las represalias no fueron físicas, pero había mucha tensión,
era muy gruesa la violencia verbal. Frente a la violencia verbal y la
violencia simbólica, ¿qué hacemos? Hay muchas posibilidades, pero si no
estamos muy fuerte colectivamente, nos devastarán. El miedo rompe
cualquier proceso colectivo.
- AM: ¿Cómo valoras movimientos ‘virtuales’ como el #MeToo? ¿Cómo damos el salto de la catarsis a la acción?
- AF: El mundo virtual es tremendo. Creo que para cambiar,
especialmente el hecho de que el cuerpo de las mujeres siga siendo un
campo de batalla, necesitamos ponerle cuerpo a nuestras luchas y a
nuestras estrategias. La lucha requiere cuerpo material.
- AM: Pero el cuerpo ya lo hemos puesto y lo han dañado mucho.
- AF: No. No lo hemos puesto en el sentido de construir
colectivamente, de acuerparnos juntas. Lo hemos puesto, pero porque
ellos nos lo agarraron. Hablar de violencia sexual es fundamental, pero,
¿qué haces con tanto dolor? ¿Qué hacemos con tanta rabia? ¿Cómo
construimos a partir de ahí? Necesitamos volver a encontrarnos en
comunidad para elaborar lo que tengamos que elaborar, politizar lo que
tengamos que politizar. Nombrar es una cosa, sí, pero luego tenemos que
trabajar nuestra memoria de violación sexual: ¿Qué ha dejado en nuestra
vida? ¿Qué creencias nos ha instalado? ¿Cómo nos relacionamos desde
entonces? ¿Cómo volvemos a estar bien con nosotras mismas? ¿Cómo
volvemos a confiar? ¿Cómo volvemos reconstruir el poder sobre nosotras?
Poder que tampoco sé si un día tuvimos. Cuando digo que “tenemos que
volver a poner cuerpo” no me refiero a exponernos, sino a trabajar en
términos de memoria corporal. Si no trabajamos las heridas que nos deja
la violación sexual no hacemos nada más que vomitar…, y nadie quiere
escuchar vómitos. Nadie. Tenemos razones para odiar y necesitamos
espacios para elaborarlo, para sacarlo, pero hay que reconocer también
que nos estamos relacionando desde el odio, desde el resentimiento,
desde el asco que nos da este mundo.
- AM: Crecemos, no sé si en todos lados es igual, creyendo que si te
violan no podrás curarte de ello jamás. ¿Cómo podemos hacer frente a esa
idea sin restarle gravedad? Los planteamientos de Virginie Despentes,
por ejemplo, van en esa línea y han sido muy criticados.
- AF: Es complicado. Virginie a mí me cuestiona mucho. Me gustaría
platicar mucho con ella. Nunca hemos tenido la posibilidad, pero me
gustaría mucho. La violación es grave y te deja huellas, pero esas
huellas las podemos atravesar. No somos esas que jamás vamos a poder
levantar cabeza porque han sido violadas. El objetivo de la violación
sexual es aniquilarte, quitarte el poder, que vivas humillada toda la
vida, que vivas a escondidas o gritando mucho, pero no transformando
nada. Hay un cuento maya muy bonito que habla de la libertad. Hemos sido
educadas para ser camellos, cuenta, para seguir y someternos. Un día,
un camello se despierta y se ha convertido en una pantera. Está a la
defensiva, grita. Es lógico, hay que pasar por ahí, es la pura rabia. No
lo entiende. Y la rabia te da fuerza. Pero luego hay un paso más, que,
en mi opinión, tenemos que dar todavía en el movimiento feminista: la
libertad. La libertad pasa por saber que tú puedes usar la pantera
cuando lo necesitas porque tienes todas las opciones. No solo dos. La
libertad es también el águila, es abrir las alas y no estar
permanentemente pendiente de lo que pasó.
- AM: ¿Cómo nos curamos de la violencia sexual que no hemos sufrido
en nuestros cuerpos directamente? La violencia simbólica, ¿tiene cura
esa?
- AF: Sí, a partir de los propios procesos de sanación aunque no lo hayas vivido directamente.
- AM: Pero has vivido con el miedo.
- AF: Exacto. Hay que trabajarse la culpa de muchas cosas, incluso la
culpa de no haber vivido algo. Yo creo que es esa la postura con la que
vamos a construir futuro o, al menos, nuevas condiciones de vida para
nosotras. No lo vamos a construir sobre el hecho de que todas somos
violadas. La construcción de otra vida pasa también por inspirarse de la
posibilidad de la libertad, de la posibilidad de vivir bien. Yo siento
que muchas veces, en el feminismo, o en algunos feminismos, estamos muy
atrapadas en darle mucha fuerza y mucho poder a la víctima. ¡Y claro que
es importante reconocer el daño! No digo que no sea importante, pero no
podemos hacer política solamente desde ahí. Necesitamos una política
que nos llame a crear nuevas cosas, a generar cambios de verdad. No
hablar de libertad, practicar la libertad. No hablar de cura, sino
curarnos. No hablar de paz, sino relacionarnos desde ahí.
- AM: Cuando hablamos de violencia sexual, generalmente, o al menos
en el imaginario social más extendido, estamos hablando de violencia
sexual en un entorno heterosexual. ¿Qué pasa con las lesbianas, por
ejemplo?
- AF: El patriarcado se ha materializado en los cuerpos de hombres,
pero también se ha materializado en algunos cuerpos de mujeres aunque,
efectivamente, estés menos expuesta a la violencia sexual si no te
acuestas con hombres. Las lesbianas somos objetos de castigo, sí. El
objetivo último del patriarcado es apropiarse de nuestros cuerpos para
poder decidir sobre nosotras y demostrarnos quiénes mandan en este
mundo. Lo que serían distintos, quizás, son los ejercicios de violencia
entre lesbianas. Para poder pactar entre nosotras necesitamos trabajar
esas violencias porque nos estigmatizamos mucho. No sé si sí es igual en
otros territorios, pero en América Latina, en Ciudad de México, nos
damos como si fuéramos enemigas. Nos estamos haciendo mucho daño.
Esa es
la herramienta más eficaz del patriarcado. Tenemos que entender por qué
estamos juntas, sanar lo que tengamos que sanar, aprender a dialogar,
romper los silencios, preguntarnos: ¿Por qué me enojas? ¿Qué hay detrás
del enojo? ¿Por qué no la soporto? Trabajar las dinámicas emocionales
que hay también en nuestros espacios aunque no lo queramos reconocer.
Hay que reflexionar porque, colectivo tras colectivo, nos rompemos
alrededor de las mismas heridas: “No me escuchas”; “No me reconoces”;
“No me quieres”; “Me has levantado la voz y eso quiere decir que no me
quieres”…
Tenemos que nombrar, conocer y trabajar esas dinámicas. La apuesta de
“Actoras”, seguramente de muchas otras colectivas, es aprender a volver
a mirarnos a los ojos, para poder construir un poder colectivo, real,
que no se tumbe por represalias, amenazas, pero tampoco por diferencias
entre nosotras. A eso lo llamamos política de reconocimiento, amor y
sanación entre nosotras.
* Este artículo fue retomado del portal Pikara Magazine
Helena Bayona, retomada de Pikaramagazine
Por: Andrea Momoitio
Cimacnoticias | Bilbao, Esp.
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