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Sobre las manipulaciones que hace el posmachismo para proyectar su ideología supremacista sobre el feminismo y las mujeres feministas. |
La terminología que habitualmente utilizan desde el machismo revela de forma gráfica cuáles son sus fuentes de conocimiento e inspiración. Es el machismo quien recurre al nazismo
para llamar “feminazis” a las feministas y “feminazismo” al feminismo,
es el machismo quien llama “adoctrinamiento” a la educación en Igualdad como si fuera una religión, es el machismo el que considera parte de una “ideología”,
la denominada “ideología de género”, proponer acabar con la violencia
de género y la injusticia de la desigualdad, no como una defensa de los
Derechos Humanos… Y ahora es el machismo el que recurre al concepto racista del “supremacismo”.
Con todas esas referencias no podía tardar mucho en llegar a la idea que aglutina todos esas ideas y hablar de la “supremacía” de las mujeres, del feminismo o de género para levantar la crítica y el rechazo a quien cuestiona su modelo de sociedad.
Nada sorprendente. El machismo es muy previsible
porque se mueve en una realidad histórica que no quiere cambiar, lo
cual hace que las referencias se le queden pequeñas y que tenga que recurrir a las palabras para modificar el enunciado sin que cambien las ideas. Por eso sus conceptos son tan mutantes, como por ejemplo ocurre con el llamado SAP (Síndrome de Alienación Parental),
que primero hablaron de “alienación”, luego de “interferencias
parentales”, después de “programación afectiva”… y así cambiarán todas
las veces que hagan falta para decir lo mismo: que las mujeres son malas
y perversas, y que manipulan a los hijos contra los padres tras la
separación.
Esa misma necesidad de cambiar para seguir igual y de ocultar los nombres con otros nuevos, ya refleja la falacia que esconde su actitud,
pero como hablan desde posiciones de poder y juegan con el favor de la
normalidad y todos sus mitos y estereotipos, sus argumentos resultan
creíbles, al menos durante el tiempo suficiente para generar algo de confusión, y con ella distancia al problema y pasividad en la implicación social para poder resolverlo. Por eso aún estamos donde estamos.
El supremacismo surgió como un posicionamiento racista basado en el llamado “racismo científico” del siglo XVII,
que a través de la manipulación de la ciencia y con argumentos
pseudo-científicos, estableció la superioridad de la “raza” blanca sobre
la negra y el resto de grupos étnicos. Como se puede ver, no muy
diferente a lo que ahora, en pleno siglo XXI, algunos “científicos”
quieren hacer con el SAP y sus pseudónimos. Ya les he dicho que el
machismo es previsible, reincidente y redundante.
El supremacismo liga la superioridad a la condición,
de manera que es la persona por sus características la que resulta
superior a las otras que no tienen esos elementos al no formar parte de
su condición. No se trata de que determinadas circunstancias o factores
les den ventaja, sino que esta se debe a su superioridad, y esa
superioridad a su naturaleza.
Mucho antes del siglo XVII, en este
caso bajo argumentos y posicionamientos que nada tienen que ver con la
ciencia, concretamente 10.000 años atrás, justo en el Neolítico, los hombres decidieron que su condición era superior a la de las mujeres.
Y bajo ese argumento organizaron la convivencia, distribuyeron los
roles, los tiempos y los espacios, y establecieron unas formas de
relación y dinámicas sociales que alimentaban y reforzaban esa
construcción machista basada en la “superioridad” de los hombres.
El machismo es “supremachismo” porque los machistas son “supremachistas”.
Se trata de hombres que se consideran superiores a las mujeres por su
condición masculina y al margen de cualquier otra circunstancia. Da
igual el status, el trabajo que tengan, los ingresos económicos… desde
esa concepción el hombre siempre tiene un plus de racionalidad que lo hace superior, y un plus de fuerza por si alguien lo pone en duda, especialmente si quien lo hace es alguna mujer.
Lo
que sucede estos días con la irrupción en la política de los argumentos
machistas explícitos, y su continuidad en un sector de la sociedad,
sólo es reflejo de ese “supremachismo” fracasado, pues a
pesar de todo su poder, debemos ser conscientes de que ha contado con
la cultura como inductora, con la normalidad como cómplice, con la
inercia de la historia como motor, y con todos los instrumentos
institucionales de una sociedad: educación, Derecho, Administración de
Justicia, religiones… y ha fracasado. No ha sido capaz
de mantener esa superioridad falaz sobre la figura de los hombres. Es
cierto que muchos hombres están dispuestos a renunciar a la Igualdad
para mantener esas ventajas levantadas sobre la injusticia de la
desigualdad, pero también es verdad que la transformación que vive la sociedad, liderada y protagonizada por las mujeres,
ya ha producido un cambio que aglutina cada día a más mujeres y a más
hombres, conscientes de que nada hay mejor que vivir en una sociedad que cuente con el “privilegio de la Igualdad”, y así hacer de la convivencia identidad.
La realidad demuestra que el machismo no quiere entender que el ideal de Igualdad es algo inalienable a la persona, y se encuentra en la conciencia de cada hombre y de cada mujer, por eso la Igualdad avanza y avanzará en las circunstancias más difíciles, y lo hará gracias al feminismo
y a través de todos los campos minados que con sus mentiras, amenazas y
violencia coloque el machismo “supremachista” para defender sus
privilegios. Nada ni nadie va a detener al feminismo ni a la Igualdad.
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