En marzo y siempre
El Salto
La huelga feminista, del próximo 8 de marzo se convoca como laboral, de estudios, de cuidados y de consumo. Igual de importante que las demás es la huelga de consumo por su valor para visibilizar nuestra crítica al modelo de producción y distribución que provoca grandes impactos ambientales y sociales, sobre todo en las mujeres. |
Manifestación de la Huelga Feminista, el 8 de marzo de 2018, Madrid. ÁLVARO MINGUITO
El próximo 8 de marzo volvemos a convocar y a estar convocadas a una huelga feminista
general: laboral, de estudios, de cuidados y de consumo. Esta última,
la huelga de consumo, tiene un especial valor para ayudarnos a tomar
conciencia y hacer visibles nuestras críticas a las prácticas de
producción, distribución y contaminación, que provocan grandes impactos
ambientales, mercantilizan la vida y explotan o hacen invisibles
trabajos de cuidados, usualmente llevados a cabo por las mujeres.
Más en concreto, la huelga de consumo anima a no comprar, por ejemplo,
ropa en H&M o fresas de los invernaderos de Huelva donde se explota a
trabajadoras migrantes. El objetivo de estas propuestas no es acabar en
un solo día con el orden económico neoliberal patriarcal (¡aunque no
sea por falta de ganas!) sino permitir dar visibilidad a, por ejemplo,
la última huelga de las trabajadoras textiles de Bangladesh, o denunciar
la situación de las temporeras marroquíes de la fresa. De hecho, estos
dos ejemplos no son casos aislados, sino que muestran una matriz común
de la explotación capitalista del medio ambiente y los cuerpos y los
trabajos de las mujeres, especialmente las marginalizadas por cuestiones
de raza, clase, etc.
Darnos cuenta y dar cuenta de los nexos
comunes entre patriarcado, capitalismo y colonialismo, de cómo comparten
cultura y prácticas de subordinación, explotación y violencia social y
ambiental, es otra de las motivaciones de esta huelga. Además, frente a
estas lógicas, cada día y especialmente el 8 de marzo queremos mostrar
que hay otras formas de consumir, saludables, sostenibles y
responsables; basadas en la justicia, la solidaridad y la cooperación.
El consumo es sólo un eslabón de la sólida cadena que vincula
extracción de materiales, producción, distribución, consumo y generación
de residuos. Los análisis “de la cuna a la tumba”
de muchos productos, también llamados «de mina a vertedero», desvelan
los daños que se producen en todos los estadios del ciclo de vida
completo de los productos que consumimos. En cada uno de ellos podemos
encontrar prácticas que deterioran nuestras vidas (especialmente las de
la población más empobrecida, mayoritariamente, mujeres) y las de
nuestro medio natural. Desde una perspectiva feminista, además, tenemos
la oportunidad para dar cuenta de cómo las tareas de aprovisionamiento
doméstico en el orden patriarcal caen de manera sistemática sobre las mujeres ,
así como las tareas de cuidados, cocina, limpieza, afectando por tanto,
también, de manera desigual a los cuerpos de hombres y mujeres.
Las organizaciones convocantes de la Huelga de Consumo del 8M
proponemos que ese día (quizá mejor ese mes o, por qué no, toda la vida)
dejemos de comprar lo innecesario, de consumir energía en exceso, de
derrochar alimentos, de utilizar automóviles para desplazarnos, de
adquirir productos fabricados por la industria que experimenta con
animales, u objetos a los cuales se aplica la “tasa rosa” ,
de comprar productos sobre-envasados, o de realizar transacciones
bancarias. Son muchas las acciones posibles para quitar el alimento a un
sistema que nos roba el tiempo de vida y reduce nuestras probabilidades
de supervivencia.
Sin embargo, hay muchas personas, y especialmente también mujeres, dada la tendencia a la feminización de la pobreza ,
para las que la reducción de consumo no es una opción: que no pueden
poner la calefacción o arreglarse la dentadura. La huelga de consumo
también permite reflexionar sobre esto: que los consumos necesarios para
vivir respetando la tierra, no pueden ser un lujo, como no queremos que
sea un lujo sobrevivir en un planeta de recursos decrecientes.
La huelga de consumo es, por tanto, no sólo un momento puntual de
activismo anticonsumista, sino el punto de partida de un cambio de
pensamiento y de vuelta al sentido común: de abandono de hábitos de
sobreconsumo. Es una ocasión para activar un proceso de deconstrucción
personal y colectiva de los estereotipos que se nos han inoculado a
través de constantes mensajes publicitarios. Esos que transmiten unos
modelos volátiles y cambiantes, pero tienden a mostrar a las mujeres
como objeto sexual que cumple con los roles de género impuestos por la
cultura patriarcal. La venta de ropa, perfumes, coches o palitos de
merluza son ocasiones que el mercado no desperdicia para decirnos a las
mujeres dónde tenemos que estar y cómo hemos de comportarnos. Las
imágenes que nos transmiten, minando nuestra autoestima, tienen como
objetivo estimular el consumo de productos de belleza, moda, higiene,
etc., en muchos casos tóxicos para el ambiente en su fase de producción y
desecho, y tóxicos también para la salud en su fase de consumo.
La huelga de consumo feminista nos recuerda que el consumo es un acto
político, una «pequeña» acción que puede transformar la huella negativa
que deja nuestra compra en un acto con un impacto positivo. Este acto
político puede saltar de escala si se organiza de forma colectiva y se
extiende como una mancha de aceite. La alternativa está en nuestras
manos: poner el freno, reducir el consumo, ganar a más personas para nuestra causa .
Después del 8M será necesario que sigamos activas para mantener estas
prácticas: reducir, reutilizar lo que tenemos antes de reciclar, darle
una nueva vida, reparar, oponernos a la obsolescencia no sólo de la
tecnología, sino también de las modas; intercambiar, compartir, donar,
reducir los residuos… Y denunciar cualquier producto cuya producción y
distribución no haya respetado los derechos de las personas, del
ambiente y de todos los seres vivientes. Esto supone cambiar nuestra
forma de consumir y de pensar para convertirnos en agentes activos del
cambio, no sólo por motivos ideológicos y éticos, sino también por el
placer de compartir y ganar tiempo y calidad de vida al consumir más
responsablemente. Compartir bienes y servicios es una práctica que no
sólo resuelve necesidades con menos recursos, sino que fortalece
nuestras redes sociales. ¡Dos por uno! (como en el súper, al que no
iremos). En lugar de confundir la felicidad con el poseer, de asimilar
la satisfacción personal a la adquisición de bienes y servicios,
deseamos visibilizar prácticas de vida y de consumo donde la fuente de
satisfacción personal individual y colectiva esté en las relaciones
interpersonales, las redes sociales y familiares, en el entendimiento,
la solidaridad y la actividad colaborativa.
En oposición a los
mercados que subordinan la vida de las personas al beneficio monetario,
queremos visibilizar otras prácticas que pongan en el centro las vidas
de las personas, del planeta y de todos los seres vivientes. Esta huelga
de consumo es una llamada también a ese otro consumo, de prácticas
justas y sostenibles desde el punto de vista socioambiental: el que
apoya y paga justamente a las mujeres del Sur, el de los proyectos
agroecológicos, el comercio de proximidad, las cooperativas de energía
limpia, los grupos de consumo y la economía social, o el transporte
colectivo y ecológico.
Por todo esto paramos también el consumo
el 8 de marzo. Porque necesitamos otra forma de organizar las
relaciones y la economía. Porque no queremos que haya más ropa manchada
de trabajo precario ni fresas recogidas entre tóxicos, dolor y miedo.
En marzo y siempre.
Marien González, Marta Pascual y Katemida Morri, Comisión de Ecofeminismo de Ecologistas en Acción.
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