Enrique Peña Nieto fue por un tiempo el estandarte del PRI. Su imagen
pulida desde los estudios de Televisa daba la idea de un remozamiento y
de nuevos bríos en las filas del partido que parecía tener un segundo
aire que no tardó en disiparse por la ventisca provocada por los
escándalos de corrupción y el fracaso de las reformas propuestas como la
modernización del país, que azotaron al PRI hasta derrumbar sus
estructuras.
Al cumplir 90 años los priistas se sienten orgullosos de su pasado,
más no del presente. Dicen que no se puede entender la formación y el
desarrollo de las instituciones del país sino es gracias al trabajo
revolucionario. Pero se avergüenzan del presente manchado por los actos
de corrupción, desvío de recursos, vínculos con el crimen organizado y
negocios mal habidos de muchos de sus integrantes.
La mala administración de Peña Nieto arrastró al PRI a su peor
derrota electoral. Al menos así lo afirman un buen número de militantes
que participaron en el ejercicio de diagnóstico que se realizó en todo
el país con la participación de más de 5 mil simpatizantes en cuya
conclusión salió la figura del exmandatario como el principal
responsable por el mal gobierno que hizo e imponer un candidato
presidencial ajeno al partido, José Antonio Meade.
El malestar de los priistas es tan grande que el exgobernador de
Oaxaca, Ulises Ruiz, al frente de la Corriente Democrática, calcula que
entre 6 y 8 millones de priistas le dieron la espalda a Peña y a Meade y
votaron por Andrés Manuel López Obrador el primero de julio del año
pasado.
El éxodo del voto priista en la pasada elección presidencial ya se
veía reflejando en la pérdida de sufragios en el transcurso de la
administración peñista. En 2017 la exsecretaria general del PRI, Ivonne
Ortega, hizo un recuento de los votos perdidos en la era peñista y
señaló que hasta ese año se habían perdido casi 5 millones de votos en
las elecciones estatales.
Además de Peña, los militantes priistas miran con desaprobación a
otros personajes del circulo cercano del expresidente: Aurelio Nuño que
nunca supo ser secretario de educación y fracasó como coordinador de la
campaña presidencial; Luis Videgaray que manejó a su antojo al gobierno y
hasta impulsó la candidatura ciudadana de su amigo José Antonio Meade; a
Enrique Ochoa Reza que hizo de la estridencia su principal herramienta
al frente del PRI y eligió a los candidatos a diputados y senadores
siguiendo los designios presidenciales; y a Enrique Juárez Cisneros que
en la campaña no supo cómo superar los problemas del partido.
Pero también la actitud complaciente y acrítica del PRI frente a los
excesos del gobierno peñista, ante los escándalos de impunidad y
corrupción de varios de sus integrantes prominentes y la auto
condescendencia de los propios dirigentes que confiaron en que la
militancia no reaccionaria a sus decisiones cupulares, abonó al desastre
en el que hoy se encuentran.
Por cierto… En la resurrección que buscan los
militantes del PRI cinco personajes pelean por la nueva dirigencia:
Alejandro Moreno, gobernador de Campeche; Ulises Ruiz, exgobernador de
Oaxaca; Ivonne Ortega, exmandataria de Yucatán; el senador Miguel Ángel
Osorio Chong, exgobernador de Hidalgo y exsecretario de Gobernación; y
el exrector de la UNAM, José Narro. De los cinco, los dados están
cargados al primero conocido como Alito, pero por su cercanía con López
Obrador ya le llaman Amlito que convertirá al PRI en PRIMOR, al fundirlo
con Morena
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