Por un movimiento de mujeres y feminista que apueste por una transformación radical de la sociedad.
por Nadia Poblete (*).La revolución será feminista, pero también será negra, indígena, de los y las pobres, de los y las migrantes; de todos aquellos y aquellas que han sido explotados, excluidos, humillados, golpeados, que han sufrido por esta sociedad patriarcal y racista que se despliega en el marco de un capitalismo apocalíptico que arrebata la vida.
Sin duda en los últimos años el
movimiento feminista, en diversos países se ha situado como uno de los
actores sociales más convocantes, logrando instalar diferentes
problemáticas asociadas al orden socio político y sexual que construye
el Patriarcado. Desde mitad de la segunda década del siglo presente, en
Chile, ha sido notable el aumento de organizaciones feministas, sobre
todo en el ámbito universitario. También, comenzaron las movilizaciones
masivas, miles de mujeres en la calle movilizadas contra la violencia,
contra la educación sexista y a favor del aborto. En Argentina surge la
consigna y la organización Ni Una Menos, las compañeras
realizan un gran y masivo llamado a parar actividades productivas y
reproductivas, replicando experiencias históricas como la desarrollada
por las islandesas el año 1975. Igualmente en Chile, el llamado a
huelga, ha sido replicado desde el año 2016, con menor impacto que lo
sucedido en Argentina, Brasil o España.
No obstante, a la luz de lo que ha
acontecido en estos días ad portas 8 de marzo, ese menor impacto de la
convocatoria a huelga ha dado paso a diversas acciones que han
evidenciado un movimiento activo. El trabajo de las compañeras de la
Coordinación 8M ha logrado articular a muchas mujeres organizadas de
distintos territorios, y eso, a lo menos en la Región Metropolitana, ha
quedado patente.
En este contexto de avance de la
movilización asociada al feminismo, la decisión sobre qué acciones
políticas y cuáles son sus sustentos en pos de fortalecer el movimiento
son relevantes. Incluso más allá de la masividad o convocatoria que
logren, la repercusión que pueden tener esas decisiones en la
construcción de una apuesta política mayor es fundamental. Se podría
adelantar, en este caso, que el llamado a movilizarse en un abanico de
diversas acciones tendrá un impacto mayor que el llamado a paro o huelga
propiamente tal – difícil lograr algo similar a las islandesas: 90% de
las mujeres se sumó al paro productivo y reproductivo, cerraron los
bancos y varios servicios, y efectivamente el país quedó detenido- e
incluso, ese efecto puede diluirse sino se entronca con un relato que
plantee la idea y la posibilidad de un proyecto transformador radical de
nuestras realidades marcadas por la opresión.
Es así que, además de la masividad y la
capacidad de irrumpir en la ciudad, el movimiento tiene que preguntarse
-debemos preguntarnos- sobre el contenido político que las acciones
portan y sus alcances. Urge proponernos construir el carácter
efectivamente revolucionario y transformador del movimiento y para ello
es necesario mirar más allá de la agitación en una fecha emblemática.
En este sentido, hay tres ejes políticos
que propongo a la discusión en tanto pilares fundamentales en la
apuesta por la emancipación:
Primero el carácter autónomo del movimiento.
La autonomía del movimiento feminista ha sido un posicionamiento
político central, ha implicado que muchas organizaciones feministas y
por tanto, parte importante del movimiento desde los 80’ y con
particular fuerza durante los 90’, se cuestionaran las articulaciones
que incluían ONG’s, partidos políticos y la pertinencia de exigir
derechos a un Estado que estaba ya atravesado por los intereses del
capital. Ese cuestionamiento se mantiene vigente, toda vez que los
intereses de las organizaciones políticas que tienen como centralidad
ocupar puestos en la institucionalidad gubernamental, incide en su por
qué y para qué involucrarse con los movimientos sociales. Sus intereses
son absolutamente distintos a los que se van entretejiendo en
organizaciones sociales que van posicionándose críticamente ante la
realidad que viven.
Experiencias
de lo anterior hay muchas, y no es el lugar aquí evocarlas, sino
simplemente señalar que en el avance del movimiento feminista, la
autonomía entendida como la posibilidad de autodeterminar el actuar
político y su horizonte, es sustantivo. La gran articulación en la que
cabemos todas es una creencia inocente. Entre nosotras hay diferencias
que necesariamente nos posicionan en veredas distintas y eso puede ser
un avance político significativo.
Segundo, superar el estatismo y la lógica de la inclusión. Dado
que la autonomía del movimiento implica posicionarse desde una crítica
profunda al Estado como instancia articuladora y gestora del bien común,
seguir demandando a éste que genere las condiciones para nuestra
inclusión es puro y simple reformismo. Demuestra que hay un movimiento
que está empantanado en el paradigma de la igualdad, que aún cree en el
aparato gubernamental cuando ya ha sido más que patente que éste no
protege las vidas ni de las mujeres, ni de los niños, ni de las niñas,
ni de los pobres, ni los indígenas; solo protege los intereses del
capital.
Pensar más allá de la lógica estatista
es uno de los grandes desafíos porque supone asumir la autonomía como
proyecto político y junto con ello, perfilar y construir formas
distintas de nuestra vida, nuestras relaciones humanas y con el espacio
que nos rodea. Supone pensar en otro orden social, en otros marcos
éticos, en definitiva en nuevas formas de construirnos como seres
humanos.
Tercero, la multiplicidad de rostros que tiene un proceso transformación.
Postular que las mujeres son las portadoras de la transformación
profunda y necesaria en este momento de la historia, es reproducir
lógicas ortodoxas que nos impide observar, por un lado, los diversos
mecanismos de opresión, y por otro, las múltiples resistencias que una y
otra vez emergen en distintos territorios.
La revolución, las transformaciones
profundas de esta sociedad que necesitamos con urgencia, no se sustentan
ni dependen solo del feminismo, ni de las mujeres. La revolución será feminista, pero también será negra, indígena, de los y las pobres, de los y las migrantes; de
todos aquellos y aquellas que han sido explotados, excluidos,
humillados, golpeados, que han sufrido por esta sociedad patriarcal y
racista que se despliega en el marco de un capitalismo apocalíptico que
arrebata la vida.
Concluyendo, quizás el gran desafío
político que nos impone este momento en el desarrollo de nuestra lucha,
tiene relación con cómo el movimiento feminista se plantea en términos
políticos mayores, cómo el feminismo es un aporte en la construcción de
una transformación radical de la vida y cómo esa forma que asume nuestra
lucha se sustenta en una lectura y comprensión de lo que ocurre en
Chile y en América Latina y que tiene como fuente de origen el avance
compulsivo y sin límites del capital. ¿Cuáles son las urgencias que debe
asumir nuestra acción y nuestro posicionamiento político? ¿Desde dónde y
desde qué análisis se pueden levantar posibilidades de articulación y
de construcción de un proyecto transformador?
Un movimiento anticapitalista, como
declara ser el movimiento feminista, no puede invisibilizar la política
criminal que se despliega ante nuestros ojos. Abya Yala está siendo
arrasada por la colusión entre el Capital, el Estado y Fuerzas
Policiales y criminales. El Estado y el capital mafializado, asesina a
hombres, mujeres, niños y niñas que defienden sus territorios, o que
simplemente desarrollan sus vidas en lugares que el capital apetece.
Este movimiento feminista debe romper
con la lógica igualitarista que sólo pide inclusión en el mismo sistema
que hoy devasta territorios. Nuestra lucha por subvertir la
invisibilidad y devaluación generada por el Patriarcado, solo es posible
imaginarla y proyectarla a partir de la lucha por la vida que hoy
destruye el capital. Esa vida que no tiene nada que ver con la que
defienden los fundamentalistas religiosos, ni la mercantilización
instalada en los vientres de mujeres pobres.
Así desde las consignas, desde la acción
que genera impacto y emoción, que disputa sentidos, desde la
masividad, urge construir los contenidos profundos, esos que van
perfilando la transformación, que dan sustento a ese proceso
revolucionario del que tanto hablamos, gritamos, susurramos y que se nos
aparece como sueño. Esperemos que la energía que inunda este hoy, se
prolongue y genere espacios de discusión, de formación, de
autoformación; momentos en que se tensione incluso lo que hoy nos
mantiene con la esperanza arriba, que seamos capaces de ver nuestras
limitaciones actuales para ser parte de los procesos que se van gestando
en distintos lugares, siempre desde abajo.
Santiago, 05 de marzo de 2018.
(*) Nadia Poblete, militante de la Colectiva “Nosotras decidimos” de Valparaíso.
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