Editorial La Jornada
El señalamiento hecho
ayer por el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador,
sobre el déficit de médicos existente en el sistema de salud nacional y
la elevada tasa de rechazo de aspirantes que las universidades públicas
presentan en la carrera de medicina, evidencia una situación tan
paradójica como preocupante. Por un lado, en el país hacen falta más
profesionales de la salud: hay 2.4 médicos por cada mil habitantes,
cuando el promedio de los países de la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico (OCDE) es de 3.4, según datos de ese ente
intergubernamental. Por otro lado, como lo señaló el propio jefe del
Ejecutivo, en el más reciente examen de ingreso al estudio de la carrera
médica en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) sólo fueron
aprobados 2 por ciento de los aspirantes. Un choque frontal de la
necesidad con la disponibilidad.
El problema, sin embargo, es más complicado que la mera falta de
agentes de la salud para atender a la ciudadanía (lo que por sí solo
genera innumerables complicaciones): un vistazo a la distribución de los
médicos en el territorio nacional revela que la mayor parte de aquellos
se concentran en áreas urbanas muy determinadas, en tanto que en las
zonas rurales más marginadas y desfavorecidas económicamente la
disponibilidad de personal médico y de enfermería se reduce de manera
dramática. La diferencia entre las percepciones que reciben en la ciudad
y el campo, las posibilidades de desarrollo profesional en los dos
ámbitos, y no en menor grado los altos índices de inseguridad que
prevalecen en algunas regiones rurales, son los principales elementos
que favorecen es-te desequilibrio.
Hay todavía otro componente: si se examinan las sucesivas
generaciones de graduados en medicina se advierte un muy alto porcentaje
de médicos generales (cerca de 60 por ciento del total) y una
proporción mucho menor de especialistas, quienes además concentran sus
actividades mayoritariamente en la Ciudad de México y los estados de
Jalisco y Nuevo León. El resultado es que algunas entidades de la
República sencillamente ca-recen, por ejemplo, de geriatras, oncólogos o
endocrinólogos.
Estas asimetrías configuran una situación de rezago que se viene
arrastrando desde hace décadas y que es preciso corregir. Y si a esa
situación le agregamos el sistemático rechazo de aspirantes mencionado
por López Obrador, la paradoja se convierte en un serio obstáculo para
el desarrollo social de México.
En paralelo con las medidas que el gobierno federal adopte para
compatibilizar demanda de espacios con tasas de aceptación, se hará
necesario, asimismo, atender en una etapa posterior, la de los haberes
de los médicos. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(Inegi), la mayoría de estos profesionales ganan en promedio 77 pesos
por hora, suma que difícilmente se corresponde con el tiempo de estudios
que han invertido y con la responsabilidad que les corresponde en el
ejercicio de su profesión.
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