Lev M. Velázquez Barriga*
La Jornada
Los maestros del México posrevolucionario
y preneoliberal se constituyeron como sujetos colectivos, políticos,
culturales y de transformación social; por tanto, fueron una pieza clave
en la conformación del estado de bienestar. En muchos casos, impulsaron
el desarrollo integral de las comunidades con verdadera convicción y
autonomía de proyectos solidarios, partiendo de los contextos y
necesidades regionales, de los compromisos éticos adquiridos en el
contacto directo con las desigualdades sociales y las marginalidades
económicas de las geografías abandonadas.
Desarticular al docente como sujeto político del estado de bienestar o
de proyectos autónomos es parte fundamental de las últimas reformas
educativas. El papel de la escuela como aparato ideológico del Estado
está desplazando la dimensión social del currículo, las nuevas
identidades del capitalismo neoliberal exigen modelar como un performance los
antivalores del libre mercado en todos los aspectos de la organización
escolar y en los comportamientos de los actores de la educación:
alumnos, familias, funcionarios y, por supuesto, de los maestros. En
este sentido, dejo una provocación: la evaluación estandarizada y masiva
no tuvo como objetivo primordial el despido, sino la instauración de la
evaluación como instrumento para la fiscalización vertical, la
precarización y creación de la identidad neoliberal.
En el Servicio Profesional Docente como medida fiscalizadora, los
profesores están obligados a rendir cuentas por sus resultados y por el
gasto público que representan, no así las instituciones y los
funcionarios responsables de dirigir la política educativa ni tampoco
los órganos autónomos evaluadores que son el asidero de la ciudadanía
empresarial. Es decir, hay una lógica invertida en la que el Estado
político y corporativo se convierte en evaluador y fiscalizador de los
sujetos de derecho, y no al revés.
Con la evaluación estandarizada y el Servicio Profesional Docente se
institucionalizó la flexibilidad laboral, la renovación generacional de
los maestros como sujetos colectivos y de derecho en términos laborales,
por otra generación de maestros política y sindicalmente fragmentados,
sin identidad gremial, individualizados y precarizados; es por esto que
ha sido posible la desvinculación de la evaluación con la permanencia,
pero no de la regulación del total de las relaciones laborales ni de la
capacitación instrumental de las competencias docentes.
Esta precarización, así como la fragmentación de la identidad
política, colectiva y pedagógica, fue la condición necesaria para que en
medio de la incertidumbre pudiera desarrollarse una nueva mentalidad
neoliberal en los docentes, pero ya no por medios coercitivos en lo
administrativo, laboral, judicial o con la fuerza pública, como se hizo
con la reforma educativa del peñanietismo; las estrategias sicopolíticas
interiorizan en los sujetos creencias, valores y actitudes
competitivas, para el rendimiento y la autoexplotación a través del
mérito.
El mérito es la estrategia para el ejercicio del sicopoder. Con la
exaltación de la cultura del individualismo se facilita el control
social; detrás de la idea de alcanzar el éxito, que nunca es para todos,
se esconde la exclusión selectiva del derecho humano al trabajo y a la
educación, que debería ser universal; el mérito reproduce las
desigualdades salariales, desconoce los contextos sociales en los que
trabajan los profesores y se centra en el egoísmo de su mejora personal;
el mérito es rendimiento individual, es resultado que se traduce en la
frialdad del número, es pérdida del proyecto de vida en común y del
sentido trascendente de la educación para la construcción de la
democracia y la vida sustentable.
En el mérito, la oposición al éxito es el fracaso individual, con
ello se procura que no se produzca conciencia de clase ni necesidad de
la organización social (sindical, gremial, popular, etcétera) o el
germen de la defensa colectiva del derecho; peor aún, no se toma
conciencia de las estructuras orgánicas de explotación, de los
instrumentos externos de dominación ideológica ni de los medios internos
de control de las mentalidades; es decir, de lo que representa el
sistema capitalista en su dimensión compleja. El fracaso personal, para
tranquilidad de las clases dominantes y estabilidad del capital, produce
frustración, agotamiento, depresión y, en el peor de los casos,
suicidio.
Arrastrados por las corrientes ideológicas que hegemonizan los
tanques de pensamiento de las agencias de seguridad internacionales o de
las instituciones mundiales para la gobernanza del capitalismo
(cognitivo, digital, cultural, financiero, armamentista, extractivista y
del agronegocio), las disertaciones del magisterio, la academia, el
gobierno y los partidos políticos tienden a reproducir tesis y
propuestas para optimizar los sistemas meritocráticos en el contexto de
la conformación de las leyes secundarias de la reforma educativa. En
cualquier ámbito de discusión y definición de los nuevos marcos
normativos de la educación, los pensadores críticos estamos obligados a
romper la lógica de la meritocracia y de la conformación de la
mentalidad neoliberal, a defender y reconstituir la integridad del
magisterio como sujeto político, histórico, pedagógico, cultural,
colectivo, de proyectos solidarios y de derecho; o bien, a defenderlo en
la rebeldía y la insumisión.
* Doctor en pedagogía crítica
En memoria de Sergio Quiroz Miranda, maestro incansable hasta el último aliento en la formación de profesores críticos.
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