Editorial La Jornada
El lunes pasado la firma
calificadora Fitch Ratings ratificó en un reporte su criterio con
respecto de los arbitrajes internacionales mediante los cuales la
Comisión Federal de Electricidad (CFE) planea impugnar las cláusulas
abusivas de los contratos para la construcción de gasoductos firmados
durante los sexenios anteriores, así como sobre las negociaciones
directas que la comisión abrió con las empresas involucradas a fin de
evitar dichos litigios. Según la agencia calificadora, los
procedimientos mencionados crearían incertidumbre, desalentarían la
inversión privada en el sector eléctrico mexicano, pondrían en duda
el ritmo de otros proyectos de infraestructura de servicios públicosy harían peligrar
la capacidad de la CFE de utilizar la inversión privada para ayudar a financiar proyectos.
Por principio de cuentas, los contratos impugnados quizá se
encuentren dentro de la legalidad, pero son profundamente inmorales
porque significan un saqueo a la empresa productiva del Estado: tal como
los ha calificado el gobierno federal, son leoninos porque sus
condiciones resultan jugosas para los contratistas privados, y ruinosas
para CFE. Como se ha explicado en este espacio, los convenios se basan
en un esquema abusivo mediante el cual la empresa pública paga la
construcción y el arriendo de la infraestructura, pero ésta es entregada
en propiedad a los agentes privados.
Por otra parte, el carácter de esos contratos –devastadores para una
de las partes y paradisíacos para las otras– es difícil de explicar sin
la comisión de actos de corrupción de los ex funcionarios firmantes;
sólo eso, o bien una monumental ineptitud, habría podido llevarlos a
suscribir términos tan dañinos para la empresa a la que debían servir y
cuyos intereses tenían que salvaguardar.
De manera significativa, varios de quienes facilitaron esos contratos
desde altos cargos en las administraciones pasadas hoy ocupan
importantes puestos en las compañías beneficiadas, fenómeno de
corrupción legalizada conocido como
puerta giratoria, cuyo ejemplo más notorio es el ex presidente Felipe Calderón, quien como gobernante entregó jugosos contratos de generación eléctrica a la española Iberdrola y en 2016 fue integrado al consejo de administración de una de sus filiales.
Sin descargo de los implicados directos, la sistematicidad de los
quebrantos muestra que se inscriben en la estrategia neoliberal para
desmantelar a Petróleos Mexicanos y la CFE mediante su fragmentación, el
establecimiento de mecanismos de saqueo, el que ambas entidades fueran
forzadas a competir en desventaja con sus contrapartes privadas e
incluso la imposición de términos que obligaban a sus respectivas
subsidiarias a competir entre sí.
En este contexto, las advertencias de Fitch suponen prácticas de
chantaje para presionar a la CFE a que valide cualquier abuso cuyo
cuestionamiento pueda causar desagrado entre los dueños de los grandes
capitales. Si, como afirma la calificadora, los contratos suscritos con
IEnova, TransCanada-TCEnergy, Fermaca y Carso Energía
son sólidos y confiables porque se firmaron como resultado de un proceso de licitación pública internacional y se rigen por las normas internacionales de derecho, entonces denunciarlos ante las instancias de arbitraje establecidas para tal propósito es una medida perfectamente legal, y no debiera ser causa de extrañeza, para Fitch o para cualquier otro agente, que en un estado de derecho se rechace cualquier tipo de práctica abusiva.
Por último, la embestida de la entidad financiera denota un afán por
desconocer los cambios experimentados en nuestro país durante el último
año, así como la existencia de un gobierno cuyas prioridades explícitas
son reconstruir la industria energética y recuperar la soberanía de la
nación sobre este sector estratégico. A contracorriente de este mandato
popular expresado en las urnas, Fitch parece apelar a realidades de hace
cinco años, cuando se empeñó el futuro de México con una reforma
energética que hoy está muerta, porque resultó un fracaso mayúsculo y un
desastre para el país.
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