León Bendesky
En 1930, en plena crisis económica y el periodo entre dos guerras salvajes, el economista británico J. M. Keynes publicó un breve ensayo titulado Las posibilidades económicas para nuestros nietos.
Ahí cuestionó el pesimismo que reinaba entonces en Europa con respecto a
las condiciones del bienestar social, por lo que se proponía señalar
las perspectivas para recrearlas.
Destacó cómo hacia el inicio de la era moderna ocurrió una
transformación decisiva asociada con la aceleración del cambio
tecnológico y las posibilidades que se abrieron para la acumulación de
capital. Eso permitió generar mayor riqueza, entendida en el sentido
eminentemente productivo.
Este contexto puede tomarse como la arena para pensar en el antiguo y
recurrente debate acerca de la relación entre el crecimiento de la
actividad productiva y los patrones de la distribución del ingreso.
Estamos hoy en México precisamente en un caso de tal debate. Desde el
gobierno se admite el poco crecimiento del producto que se registra, lo
que se aproxima técnicamente a una recesión, y al mismo tiempo se
postula que está ocurriendo un proceso de redistribución del ingreso.
Esto último estaría sostenido por la elevación de los salarios reales,
es decir, el salario nominal que crece por encima de la inflación.
Tal redistribución se refiere a los trabajadores formales y en un
entorno de falta de creación de empleos suficientes, según indican las
cifras oficiales. Además, se advierte una caída del gasto en la
inversión pública y privada que compromete la generación de más empleos.
Esto hace esperable que el mercado informal siga siendo muy grande.
La pregunta es cómo podrán crecer los salarios reales y, con ello,
soportar una redistribución sostenible del ingreso sin que se aliente la
acumulación de capital y la generación de riqueza.
Una mayor acumulación no garantiza, como bien se sabe, que la
distribución de la riqueza y del ingreso sea más equitativa. Pero la
mera distribución, sobre todo a partir de niveles muy bajos de ingresos y
con una alta restricción fiscal del gobierno como lo que hay en el
país, difícilmente puede soportar una suficiente acumulación y más alto
nivel general de bienestar y de desarrollo. Para ello se requieren otros
mecanismos que tienen que ver con un determinado soporte de tipo
político, institucional y legal que no existe hoy.
El cuestionamiento de las medidas de corte económico, social e
institucional que impulsa el gobierno apunta a la manera en que pueda
generarse el sustento material para un mayor crecimiento de la
producción y más bienestar derivado de su distribución, ya sea por los
mecanismos del mercado o de la política pública.
La dinámica que hoy se observa no es sostenible. La producción cae y
en los segmentos relevantes de la industria, ya sea la manufactura o la
construcción. Los registros al respecto pueden ser de calidad alta o
regular, pero si es que hay una cierta consistencia en su elaboración
son los que sirven para determinar la dinámica de la economía.
Anteponer a eso la noción de que no se ve una recesión o no se cree
que exista es una postura débil. Lo mismo ocurre con respecto al valor
del peso frente al dólar, que tiene que ver con el papel de
convertibilidad que cumple en los mercados financieros y también en lo
referente a la inflación, cuya estabilidad puede asociarse con la propia
caída de la demanda agregada.
Decir que los datos y las interpretaciones del desenvolvimiento de la
economía, o bien, la referencia técnica a la posibilidad de una
recesión, indican una nostalgia de las políticas neoliberales por parte
de quienes la emiten, siendo esa su función, es una sentencia de
carácter estrictamente político y es riesgosa. Habría que reconocer
abiertamente que hay nostalgia en todos los bandos y esa no es una clave
suficiente para resolver los problemas del país; es más bien un ancla.
El cambio que se quiere impulsar en el país no debe perder de vista
el necesario sustento material para cimentarlo. Tampoco puede eludir el
hecho de que el horizonte de un proyecto de tal envergadura debe tener
en la mira las posibilidades económicas de nuestros nietos.
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