5/29/2011

La versión de mi vida


Carlos Bonfil
Foto
Fotograma de la cinta de Richard J. Lewis

Retrato de Barney Panofsky, hombre sentimental y políticamente incorrecto. En La versión de mi vida (Barney’s versión), primer largometraje del estadunidense Richard J. Lewis (exitoso productor y director de series televisivas, como CSI, The Defenders, Waterfront), se adapta la novela homónima de Mordecai Richler, escritor canadiense, autor de una novela de culto, The apprenticeship of Duddy Kravitz (1959), llevada a la pantalla en 1974 por Ted Kotcheff, éxito instantáneo del actor Richard Dreyfuss, sobre un pícaro judío en Montreal decidido hacer ostentosamente el bien, por todos los medios a su alcance, a costa incluso de la desgracia ajena.

Aquel personaje extravagante y zafio, salido de la tradición del humor judío en literatura (Philip Roth, Saul Bellow), tiene ahora un pariente próximo en Panofsky, el muy robusto y lenguaraz productor de series televisivas baratas (Totally Unnecessary Productions, atinado nombre de la compañía); un hombre desatento y procaz, emocionalmente inestable, pero de simpatía desbordante a pesar de su impertinencia crónica. Al personaje lo interpreta con brío indiscutible el comediante Paul Giamatti (Entre copas, American Splendor), y su saga biográfica, de fuertes altibajos sentimentales, cubre cuatro décadas, desde su juventud muy bohemia en Roma, a principios de los años 70, hasta su madurez como hombre solitario, aquejado de una enfermedad incurable.

El hombre que en su vida habrá de casarse tres veces descubre su única gran pasión el día mismo de su segunda boda, pero ni siquiera ese impulso romántico habrá de redimirlo de su condición de juerguista, bebedor y fumador compulsivo, hombre temperamental, de escasa educación y poco tacto, que en su neurosis estrafalaria recuerda al misántropo Melvin Udall (Jack Nicholson) en Mejor imposible (As good as it gets), aquella comedia eficaz de James L. Brooks. La gran incógnita que plantea la película –en medio de sus muy aproximativas reflexiones sobre la pasión amorosa, el fracaso profesional y el drama de la enfermedad terminal– es qué tipo de encanto pueden encontrar tres mujeres de físicos agraciados y paciencia ejemplar en un personaje semejante.

Ciertamente, Barney actúa siempre como adolescente tardío, y su relación con su mejor amigo Boogie (Scott Speedman) es la mejor prueba de ello. Pero en el fondo de ese marasmo emocional hay un hombre sediento de cariño que despierta en las mujeres más el instinto maternal que una pasión verdadera. Su segunda mujer, Miriam Grant (estupenda Rosamund Pike) intenta encontrar en él (inutilmente) un asidero afectivo confiable, topándose una y otra vez con un muro de incomprensión en el plano moral e intelectual, y con una fragilidad viril muy difícil de manejar. La cinta tiene como tema central esta exploración en la compleja mentalidad de Barney, hombre irresponsable que provoca la desdicha en los demás sin siquiera percatarse de ello, en su camino a un seguro naufragio existencial.

Barney cuenta su historia, su propia versión de su destino desdichado, a manera de contrapeso a esa otra versión policiaca que le atribuye la muerte de su mejor amigo. Con astucia y desenfado humorístico, el realizador Richard H. Lewis combina los elementos de un drama moral con las intrigas de un posible crimen de resolución complicada. La película desemboca lentamente en una interesante reflexión sobre el fracaso y la enfermedad; también sobre el naufragio de la memoria y la solidez de un compromiso sentimental. En su primer largometraje, el director de series televisivas consigue actuaciones formidables, un buen ritmo dramático y momentos entrañables en una historia que con gran facilidad habría podido resultar tediosa e incluso antipática. Un acierto considerable en medio de tantas narrativas hollywoodenses de humorismo ramplón y soluciones melodramáticas.

carlos.bonfil@gmail.com

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