La rabia e indignación acumulada por los distintos sectores perjudicados por la política de guerra calderonista encontró eco y apoyo en los miles cuya indignación viene de lejos, de años...
Ricardo Mendoza
La rabia e indignación acumulada por los distintos sectores perjudicados por la política de guerra calderonista encontró eco y apoyo en los miles cuya indignación viene de lejos, de años, de quienes saben bien que poco importa quien ocupe la presidencia de la republica pues las políticas a seguir son similares, todas destinadas a mantener el status quo; nuevos y viejos inconformes se encontraron compartiendo los justos reclamos y las razonables exigencias de justicia, porque en esta guerra hay culpables, hay responsables, y esos nombres son de todos conocidos, Felipe Calderón, el principal de todos, el responsable máximo, aunque no el único, y pese a la censura mediática disfrazada de Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia signado por 700 medios de todo el país, la verdad es inocultable.
La rabia contenida, expresada a gritos en el Zócalo capitalino fue sin embargo condensada, encauzando los reclamos en uno solo, la destitución de Genaro García Luna, Secretario de Seguridad Pública Federal, recientemente condecorado por el narcoestado colombiano, padrino y protector del Grupo Compacto, formado por altos mandos de la AFI, dedicados al secuestro, y el robo de automóviles; indudablemente García Luna es uno de los máximos pilares en la política de seguridad llevada a cabo por el Gobierno Federal, el funcionario protector de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, famoso por sus teatrales puestas en escena, operativos exagerados y descarados montajes propios de una producción cinematográfica estilo ciencia ficción, no es sin embargo, más que una pieza menor en el tablero de esta violencia planificada, no nos engañemos la guerra contra el narcotráfico no va en pro de la salud de los jóvenes, ni cualquier otro de los cuentos que los voceros de la oligarquía repiten a toda hora en sus espacios informativos, se trata de una ofensiva destinada por un lado a eliminar o disminuir a los competidores del capo protegido por los panistas, y por otra parte de enseñar los dientes, demostrar en horario estelar la fuerza y brutalidad de la maquinaria represiva del estado, cuya actuación sirve además para ir abriendo paso a las reformas necesarias en las leyes, destinadas a eliminar las pocas garantías individuales y dar vía libre y el soporte jurídico necesario a la represión generalizada, necesaria para la creación de un estado totalitario de corte fascista, en donde las expresiones divergentes de cualquier tipo no tendrán cabida.
La violencia es necesaria para perpetuar el estado de las cosas, el orden social imperante, y lo sabemos, en este país, esa violencia ha sido ejercida sistemáticamente por los gobiernos en turno para mantenerse en el poder a toda costa, que mejor ejemplo que la larga paz forjada a base de muertos durante la Pax priista de 71 años, la estrategia, continuada a la perfección por los gobiernos panistas dicta, un eficaz control de los principales medios de comunicación, para así poder dar rienda suelta las detenciones ilegales, las torturas y los asesinatos selectivos; y cuando la violencia se desborda y no queda de otra que mostrarla en las pantallas se recurre a la lógica de la justificación y la provocación, es decir son los opositores quienes apartándose de sus demandas originales, se han radicalizado a tal grado que la intervención violenta de la fuerza pública se vuelve, absolutamente necesaria.
Además la entrada en escena de la sucesión presidencial amenaza con darle vuelta a la página sin investigaciones, sanciones, ni culpables, en ese contexto la Marcha Nacional por la Paz cumplió con el cometido de poner en escena el justo reclamo de justicia, alto a la violencia y el retorno de los militares a los cuarteles, pero hay que ser conscientes de que luego, cualquier otra movilización similar tendrá por fuerza un impacto menor, permitiendo al gobierno federal evadir los reclamos y concentrarse en la pelea de cada seis años, urgen acciones más radicales, que no solo provoquen la caída de los altos mandos que propugnan por continuar la violencia institucionalizada, si no que consigan poner un freno total a esta, devolver a los militares a los cuarteles y evitar así lo que en el fondo sería una brutal dictadura militar ultraderechista disfrazada de democracia cristiana; no se puede permitir que la lucha contra la violencia generada por los grupos de la delincuencia organizada (clase política y carteles del narcotráfico) sea secuestrada y convertida en un tibio reclamo pequeñoburgués o una insulsa manifestación hippie, pues tal y como quedó demostrado, somos muchos los afectados, unos cuantos los responsables y otros tantos los coludidos, hay que parar esta guerra ya.
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