Porfirio Muñoz Ledo
En Adiós a las armas, Ernest Hemingway plantea una objeción de conciencia, originalmente amorosa, para la deserción militar. Hoy nuestro confuso estamento gobernante está en búsqueda de los artilugios imaginables para eludir un proceso electoral que pudiese arbitrar desde la sociedad y la confrontación racional de las opciones políticas los inmensos desafíos del país. Tal vez el último asidero del Estado nación.
La guerra no es, sin duda, más que la continuación de la política por otros medios. El pretexto de una paz ficticia se ha convertido en el argumento mayor para la cancelación de las libertades. Todo parece acreditarlo: la servidumbre frente a una estrategia de ocupación extranjera, la enajenante militarización del país, el debilitamiento intencionado de las instituciones electorales y el llamado polivalente a la descalificación de los actores políticos. La tabla rasa y áspera en que medra el golpismo.
El “segundo michoacanazo”, como se ha llamado a la intentona fugaz de cancelar las elecciones en esa entidad so pretexto de la inseguridad avasallante, exhibe la pequeñez de las dirigencias partidarias y un proyecto soterrado por el que la protesta social y los poderes fácticos coincidirían en un diseño de representación política que no estuviese sostenido por el sufragio. Una combinación entre anarquismo oligárquico, bonapartismo criollo y caciquismo elemental.
El contexto mortífero argumentado en el caso michoacano es aplicable a la mayoría de las entidades del país. Se trata de una suspensión selectiva de garantías que explica las coincidencias y arrepentimientos erráticos entre las bancadas del PRI y del PAN en la iniciativa de seguridad nacional, cuyo sentido último es el control autoritario del país en nombre de los poderes reales a los que sirve una caricatura de gobierno.
José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, en declaración del 27 de diciembre del 2009 con motivo de la situación en Honduras, afirmó: “el estado de sitio es incompatible con la normalización del país y la celebración de elecciones democráticas”. El “paréntesis electoral” ha sido una constante de las intervenciones armadas que lo han decretado en ocasiones con el concurso de los organismos internacionales o lo han impuesto por la fuerza y la complicidad de una opinión pública manipulada por la moral del antiterrorismo.
Los intentos de demolición indiscriminada del sistema de partidos, el debilitamiento perverso de los organismos electorales y el llamado creciente —en el estilo argentino— a la cancelación de la política: ¡que se vayan todos!, abona una consolidación sin intermediarios de los poderes fácticos y trasnacionales en la conducción de los asuntos públicos. La dosis de fascismo que nos hemos merecido.
Unos pretenden la eliminación de los procesos electorales porque les aterra perderlos. Otros están ciertos de que pueden secuestrarlos mediante el dispendio aberrante de recursos económicos y complicidades mediáticas, como en el Estado de México. Es en ambos casos una oferta gerencial en favor de poderes superiores al Estado, que ha precipitado la declinación de los poderes públicos y amenaza una ruptura catastrófica entre las pulsiones de la sociedad y los dictados de quienes la subyugan.
La sensatez posible sería la búsqueda de un acuerdo sobre el escenario electoral que garantizara legitimidad en la sucesión presidencial y las normas básicas de una gobernabilidad democrática. El proyecto de reforma política proveniente del Senado es un aborto de los cerros; un engaño a la ciudadanía a la que se finge empoderar cuando en realidad se la excluye o se administra su participación a cuentagotas diferidas. Terminó la hora de un Congreso sometido y debiera iniciarse la de una conciencia rebelde.
Para un cambio democrático se necesitan actores comprometidos. Habría que buscarlos donde quiera que se encuentren. No veo otro camino que la emergencia de movimientos dialogantes que promuevan una salida libertaria y soberana a la crisis de la nación. O bien el abrazo mortal del mexicano con el otro mexicano, como lo describiera Octavio Paz.
Diputado federal del PT
La guerra no es, sin duda, más que la continuación de la política por otros medios. El pretexto de una paz ficticia se ha convertido en el argumento mayor para la cancelación de las libertades. Todo parece acreditarlo: la servidumbre frente a una estrategia de ocupación extranjera, la enajenante militarización del país, el debilitamiento intencionado de las instituciones electorales y el llamado polivalente a la descalificación de los actores políticos. La tabla rasa y áspera en que medra el golpismo.
El “segundo michoacanazo”, como se ha llamado a la intentona fugaz de cancelar las elecciones en esa entidad so pretexto de la inseguridad avasallante, exhibe la pequeñez de las dirigencias partidarias y un proyecto soterrado por el que la protesta social y los poderes fácticos coincidirían en un diseño de representación política que no estuviese sostenido por el sufragio. Una combinación entre anarquismo oligárquico, bonapartismo criollo y caciquismo elemental.
El contexto mortífero argumentado en el caso michoacano es aplicable a la mayoría de las entidades del país. Se trata de una suspensión selectiva de garantías que explica las coincidencias y arrepentimientos erráticos entre las bancadas del PRI y del PAN en la iniciativa de seguridad nacional, cuyo sentido último es el control autoritario del país en nombre de los poderes reales a los que sirve una caricatura de gobierno.
José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, en declaración del 27 de diciembre del 2009 con motivo de la situación en Honduras, afirmó: “el estado de sitio es incompatible con la normalización del país y la celebración de elecciones democráticas”. El “paréntesis electoral” ha sido una constante de las intervenciones armadas que lo han decretado en ocasiones con el concurso de los organismos internacionales o lo han impuesto por la fuerza y la complicidad de una opinión pública manipulada por la moral del antiterrorismo.
Los intentos de demolición indiscriminada del sistema de partidos, el debilitamiento perverso de los organismos electorales y el llamado creciente —en el estilo argentino— a la cancelación de la política: ¡que se vayan todos!, abona una consolidación sin intermediarios de los poderes fácticos y trasnacionales en la conducción de los asuntos públicos. La dosis de fascismo que nos hemos merecido.
Unos pretenden la eliminación de los procesos electorales porque les aterra perderlos. Otros están ciertos de que pueden secuestrarlos mediante el dispendio aberrante de recursos económicos y complicidades mediáticas, como en el Estado de México. Es en ambos casos una oferta gerencial en favor de poderes superiores al Estado, que ha precipitado la declinación de los poderes públicos y amenaza una ruptura catastrófica entre las pulsiones de la sociedad y los dictados de quienes la subyugan.
La sensatez posible sería la búsqueda de un acuerdo sobre el escenario electoral que garantizara legitimidad en la sucesión presidencial y las normas básicas de una gobernabilidad democrática. El proyecto de reforma política proveniente del Senado es un aborto de los cerros; un engaño a la ciudadanía a la que se finge empoderar cuando en realidad se la excluye o se administra su participación a cuentagotas diferidas. Terminó la hora de un Congreso sometido y debiera iniciarse la de una conciencia rebelde.
Para un cambio democrático se necesitan actores comprometidos. Habría que buscarlos donde quiera que se encuentren. No veo otro camino que la emergencia de movimientos dialogantes que promuevan una salida libertaria y soberana a la crisis de la nación. O bien el abrazo mortal del mexicano con el otro mexicano, como lo describiera Octavio Paz.
Diputado federal del PT
Ricardo Rocha
¡Aaaaarrraancan!
Solía gritar eufórico el gran Jorge Sonny Alarcón cada vez que iniciaban la largada los purasangre en el hipódromo.
Algo así ocurrió con la versión blanquiazul de aquellas tricolores cargadas para destapar al discretísimo Ernesto Cordero. Quien, como suelen farfullar las misses ganadoras, dijo que no se lo esperaba y que se declaraba sorprendido pero contento del apoyo a su candidatura por parte de un centenar de panistas de diversos pelajes. Luego —él tan recatado siempre— reconoció que quiere, que tiene aspiraciones, pero que hay que respetar los tiempos, por lo que él seguirá sirviendo al país como secretario de Hacienda. Lo que ya provocó reacciones furibundas de los otros aspirantes como doña Chepina —Dios mío, hazme candidata—, quien exigió piso parejo; lo que es una versión light de aquel adagio norteño que dice que lo que no se vale es mamar y dar de topes. O lo que es lo mismo, que Cordero se pasa de lanza porque trabajará su precampaña desde el gabinete.
En cualquier caso y aunque habrá quienes digan que esta carrera presidencial comenzó desde el momento mismo en que Felipe Calderón —haiga sido como haiga sido— tomó posesión, yo creo que el destape corderiano es ya el arranque formal que adelanta el 2012. Primero, porque los panistas firmantes no se mandan solos y es obvio que es el propio Calderón quien está detrás de la cartita. En pocas palabras, que Cordero es su candidato por encima de todos los demás y que quiere el proceso panista bajo su absoluto control. Lo que ha generado ya sentimientos que van de la frustración a los pucheros en Acción Nacional, provocando que un Santiago Creel —que ya lo fue— diga ahora que no se vale que haya candidato oficial.
Lo cierto es que el cisma amenaza a un PAN con demasiados precandidatos pequeños, sólo dos —Santiago y Josefina— aceptablemente posicionados y ahora un favorito de Los Pinos.
Y por supuesto que el efecto dominó no se ha limitado a la colonia Del Valle. Ya desde ahora, en el PRI de Enrique y Manlio y en el PRD de Marcelo y Andrés Manuel se frotan las manos porque creen que el pleito será nomás entre ellos. Apuestan a que Ernesto no crecerá y que el desgarramiento en el PAN lo hará llegar exhausto y apenitas a julio del próximo año. Por supuesto que priístas y perredistas anticipan también una calificación negativa al calderonismo —sobre todo por la sangre derramada— y a que la elección sea un plebiscito reprobatorio para el PAN. Cada quien sus cálculos.
Por lo pronto, y como prueba de que el baile comenzó, unos y otros ya se están dando con todo. El gobierno filtrando y amagando con acusar y capturar no sólo a uno sino a dos —y dicen que hasta tres— ex gobernadores priístas presuntamente involucrados con el narco. O sea, un golpazo mediático a quienes ya se dan peñanietísticamente como ganadores. Mientras el gobierno priísta de Aguascalientes mete al bote a distinguido ex candidato panista, acusado de trácala. En pocas palabras, el uso faccioso de instituciones y recursos de todo tipo para eliminar al adversario en una batalla que se anticipa despiadada y sin reglas.
Así que, mal que bien, las caballadas de jamelgos, yeguas, potrillos y hasta ponis flacos y escuálidos ya arrancaron. Para regocijo de apostadores morbosos y curiosos del gran deporte nacional que es la sucesión presidencial cada seis años.
P.D. Hasta hace no mucho solía cantarla junto con mi hija Alejandra. Era, por graciosa, una de nuestras favoritas. Pero jamás pensé que podría llegar a ser tan estremecedora. Que la habría de oír con un nudo en la garganta y la rabia en el pellejo. Acompañada de las ráfagas criminales de allá afuera. Entonada con una extraña mezcla de miedo y determinación por la maestra. Susurrada apenas por los niños de caritas pegadas al suelo. En un salón de kínder amenazado por las balas.
Qué bien por la capacidad de reacción de la profesora Martha, quien dijo aplicar los protocolos de seguridad del gobierno. Pero qué vergüenza que eso ocurra en un país que libra una guerra perdida. Si las gotas de lluvia fueran de chocolate…
ddn_rocha @hotmail.com Twitter: @RicardoRocha_MX
Periodista
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