6/03/2011

Ser pobre duele



José Cueli

Hace tiempo México dejó de ser pobre, afirma Ernesto Cordero, secretario de Hacienda. En respuesta a esa declaración nuestro compañero Julio Boltvinilk refiere que la situación de la pobreza en México es un desastre. Los cálculos más recientes que tengo, y el próximo mes serán actualizados, es de 80 millones de pobres en México, o sea, 79.4 por ciento de la población total del país vive en situación de pobreza.

Entonces, la pobreza es el principal problema social del país. Pobreza que está muy ligada a desigualdad y la desigualdad es, como lo era en los 70, la causa fundamental de la pobreza. Porque no es un problema de escasez absoluta sino de reparto desigual de los recursos disponibles.

A lo que agregaría a la pobreza un factor sicosocial que se suele soslayar. Los pobres sufren y sufren mucho corporal y mentalmente. En realidad, los mexicanos transitamos por la línea de una patología del duelo, de la depresión y la culpa persecutoria que nunca hemos superado. Parece como si nos acompañara una incapacidad para elaborar duelos. De dicha incapacidad se desprenden elementos centrales que se han enraizado en nuestra estructura de carácter: un narcisismo primario, una relación sadomasoquista, omnipotencia, degradación, sometimiento y necesidad de someter, infravaloración y una irresistible tendencia a la necrofilia, así como un elemento de neurosis traumática que se repite reiteradamente, ya no como proceso de duelo sino como el ropaje central y particular de nuestro carácter.

Desde la época indígena aprendimos a ejercer un poder absoluto e irrestricto sobre las comunidades dominadas. Hoy por los cárteles del crimen organizado, que aprendieron a someter a procesos en los cuales nunca hay un espacio para elaborar el duelo. Y así aprendimos a someternos ante el de arriba y de someter al de abajo; la obediencia y el resentimiento como el correlato de nuestras vidas.

Siempre hay esposas, hijos o mascotas a quienes ordenar, o personas indefensas, presos en los reclusorios, pacientes en los hospitales, alumnos en las escuelas, integrantes de la burocracia o pobres muy pobres a quienes maltratar.

Repetimos nuestro comportamiento habitual: el viejo pasado prehispánico, donde ya se ejercía una cultura del narcisismo y ésta trataba de imponerse en una forma salvaje. Nuestro narcisismo, expresado en términos sadomasoquistas; la obediencia y sumisión, patrón regulador de nuestra vida política y social.

Perdimos desde el inicio: lengua, religión, tradiciones y nunca hemos podido elaborar esas primeras pérdidas, que nos han acompañado desde la conquista y la vida independiente como nación. Eterna compulsión a la repetición, tras la que se oculta la pulsión de muerte silenciosa. Carecemos de percepción adecuada de la realidad, sumisos en el modo de reparar pérdidas que prevalecen en nuestras vidas y necesitamos ejercer el control. Sadismo y masoquismo, dos facetas de una situación fundamental: la sensación de impotencia vital. Ambos buscan una relación simbiótica al no tener su centro dentro de sí. El sádico parece libre de su víctima pero, en realidad, la necesita de un modo perverso.

Con estos protagonistas en escena, el poder se ejerce de una manera sui generis, un grupo explota y domina al otro y el hambre avanza y viene a engendrar el sadismo del grupo dominante, independientemente de las intenciones individuales.

El sadismo desaparecerá sólo cuando desaparezca el dominio explotador de una clase, grupo criminal organizado, sexo o grupo minoritario cualquiera. Nuestro sadismo, surgido de la negación de la crueldad y de nuestros muertos durante el trauma de la conquista, y “las guerras sucesivas, que nos llevan a la tendencia necrofílica emanada de un narcisismo en el cual el aspecto traumático, por las pérdidas sufridas, define rasgos de carácter en el que se pueden advertir la inclinación a transformar lo viviente en algo no vivo y a tratar de volver vivo lo mecánico. No es azar que el elemento central en nuestra literatura y nuestra pintura sea la muerte.

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