8/07/2011

Hace 30 años: el día que murió la clase media


Michael Moore
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En Campo David, Obama recibe malas noticias procedentes de Afganistán y PakistánFoto Reuters

De cuando en cuando, alguien menor de 30 años me pregunta: ¿Cuándo empezó Estados Unidos a ir cuesta abajo? Dicen que durante mucho tiempo oyeron que los trabajadores podían criar una familia y enviar a los hijos a la universidad sólo con el ingreso de uno de los padres (y que en estados como California y Nueva York la universidad era casi gratuita). Que cualquier persona que quisiera un empleo con un sueldo decente podía tenerlo. Que las personas trabajaban cinco días a la semana, ocho horas diarias, tenían todo el fin de semana libre y vacaciones pagadas cada verano. Que muchos empleados eran sindicalizados, desde los empacadores de la tienda hasta el pintor de brocha gorda, lo cual significaba que, por humilde que fuera el trabajo, uno tenía garantizada una pensión, aumentos de sueldo ocasionales, seguro médico y alguien que lo defendiera a uno en caso de recibir un trato injusto. Los jóvenes han oído hablar de ese tiempo mítico, pero no es un mito: era real. Y cuando preguntan ¿cuándo terminó?, les contesto: El 5 de agosto de 1981.

En esa fecha, hace 30 años, las grandes empresas y la derecha decidieron dar el golpe: ver si podían destruir la clase media para volverse más ricos. Y lo han logrado.

El 5 de agosto de 1981, el entonces presidente Ronald Reagan despidió a todos los miembros del sindicato de controladores aéreos (PATCO), que desafiaron su orden de regresar al trabajo, y declaró ilegal al sindicato. Llevaban apenas dos días en huelga. Fue un acto audaz y descarado. Nunca nadie lo había intentado. Lo que lo hizo aún más audaz fue que PATCO había sido uno de los tres sindicatos que respaldaron a Reagan para presidente. Una ola de conmoción sacudió a los trabajadores en todo el país. Si Reagan hizo eso a quienes estaban con él, ¿qué nos hará a nosotros?

Reagan fue impulsado en su candidatura presidencial por la gente de Wall Street, que junto con los cristianos de derecha quería restructurar el país y revertir la tendencia iniciada por el presidente Franklin Delano Roosevelt, dirigida a mejorar la vida del trabajador promedio. Los ricos odiaban pagar mejores salarios y prestaciones, y más aún pagar impuestos; además, despreciaban a los sindicatos. Los cristianos de derecha detestaban todo lo que les sonaba a socialismo o a tender la mano a las minorías o a las mujeres.

Reagan prometió poner fin a todo eso. Así que, cuando los controladores se pusieron en huelga, vio llegado el momento. Al deshacerse de ellos y proscribir su sindicato, envió un mensaje claro y fuerte: los días en que todos llevaban una confortable vida de clase media habían terminado. De allí en adelante, Estados Unidos sería gobernado en esta forma:

* Los súper ricos ganarán más, mucho más, y el resto de ustedes luchará por las migajas que sobren.

* ¡Todos a trabajar! Mamá, papá, los adolescentes de la casa. ¡Papá, consigue un segundo empleo! ¡Niños, allí está la cadena para la puerta! Tal vez sus padres regresen a tiempo para llevarlos a acostar.

* 50 millones de personas quedarán sin seguro médico. Y las compañías aseguradoras pueden decidir a quién ayudar... o no.

* ¡Los sindicatos son malos! No deben pertenecer a un sindicato. No necesitan abogados. ¡Cierren la boca y pónganse a trabajar! No, no se vayan todavía, no hemos terminado. Que los niños se preparen la cena.

* ¿Quieren ir a la universidad? No hay problema: firmen aquí y estarán vendidos a un banco los próximos 20 años.

* ¿Qué es eso de aumento de sueldo? ¡Cierren la boca y pónganse a trabajar!

Y así por el estilo. Pero Reagan no hubiera podido lograr esto por sí solo. Tuvo un gran ayudante: la AFL-CIO.

La mayor central de trabajadores del país dijo a sus agremiados que rompieran la huelga de los controladores aéreos y fueran a trabajar. Y así lo hicieron: pilotos, asistentes de vuelo, choferes de camiones de suministros, manejadores de equipaje: todos esos sindicalizados ayudaron a romper la huelga. Y sindicalizados de todos los ramos rompieron también la huelga al volver a viajar en avión.

¡Reagan y Wall Street no podían creer lo que veían! Cientos de miles de trabajadores y sindicalistas apoyaban el despido de compañeros sindicalizados. Fue un regalo de Navidad adelantado para los grandes consorcios del país.

Fue el principio del fin. Reagan y los republicanos supieron que podrían salirse con la suya en lo que fuera... y así lo hicieron. Recortaron impuestos a los ricos. Dificultaron la formación de sindicatos en los centros de trabajo. Eliminaron las normas de seguridad en las instalaciones fabriles. Pasaron por encima de las leyes antimonopolios y permitieron que miles de compañías se fusionaran o fueran adquiridas por otras y después cerradas. Los consorcios congelaron salarios y amenazaron con mudarse a otros países si los trabajadores no aceptaban menor paga y menos prestaciones. Y cuando los trabajadores accedieron, de todos modos se mudaron al extranjero.

Y todo el tiempo la mayoría de los estadunidenses lo aceptaron. Hubo muy poca oposición o resistencia. Las masas no se levantaron a proteger sus empleos, sus hogares, sus escuelas (que alguna vez fueron las mejores del mundo). Aceptaron su destino y recibieron la golpiza. A menudo me he preguntado qué habría ocurrido si todos hubiéramos dejado de volar en 1981. Si los sindicatos le hubieran dicho a Reagan: Devuélveles su empleo a los controladores o paralizaremos la nación. Ustedes saben lo que habría pasado: la elite empresarial y su muchacho Reagan se habrían doblegado.

Pero no lo hicimos. Y así, poco a poco, en los 30 años siguientes, los que han estado en el poder han destruido a la clase media del país y, a su vez, han arruinado el futuro de nuestros jóvenes. Los salarios han permanecido estancados esos 30 años. Echen una ojeada a las estadísticas y verán que cada descenso que sufrimos ahora comenzó en 1981 (vean en <www.youtube.com/watch?v=vvVAPsn3Fpk> una pequeña escena de mi película más reciente que ilustra esto).

Todo empezó este día, hace 30 años. Uno de los días más negros en la historia estadunidense. Y nosotros dejamos que ocurriera. Sí, ellos tenían el dinero, los medios masivos y los policías. Pero nosotros éramos 200 millones. ¿Alguna vez se han preguntado qué pasaría si 200 millones se pusieran furiosos de verdad y quisieran que les devolvieran su patria, su vida, sus empleos, sus fines de semana, el tiempo que pasaban con sus hijos?

¿Nos hemos dado todos por vencidos? ¿Qué estamos esperando? Olvidémonos del 20 por ciento que apoya al Tea Party: ¡nosotros somos el otro 80 por ciento! Esta ida cuesta abajo sólo terminará cuando lo exijamos. Y no con una petición en línea o un tuit. Tendremos que apagar la televisión, la computadora y los videojuegos y salir a las calles (como hicieron en Wisconsin). Algunos de ustedes tendrán que postularse a cargos de elección en sus localidades el año próximo. Necesitamos que los demócratas hagan acopio de valor y dejen de recibir dinero de los consorcios... o se hagan a un lado.

¿Cuándo tendremos suficiente? El sueño de la clase media no va a reaparecer por arte de magia. El plan de Wall Street es claro: Estados Unidos será una nación de ricos y desposeídos. ¿Están ustedes conformes con eso?

¿Por qué no utilizar este día para hacer una pausa y pensar en los pasos que cada uno puede dar para revertir esta tendencia en nuestro vecindario, en nuestro lugar de trabajo, en nuestra escuela? ¿Habrá un día mejor que hoy para empezar?

Su amigo, Michael Moore.

Traducción: Jorge Anaya

Los acreedores del gran deudor

José Antonio Rojas Nieto

¿Aquiénes deben nuestros sufridos vecinos su enorme deuda de 52.3 billones de dólares? Sí, de 52 millones de millones de dólares, es decir, 52.3 billones nuestros. Sí, ¿a quiénes? ¿Quiénes son esos que –aparentemente– sufren por el riesgo de que sus deudores estadunidenses no paguen? Veamos. De ese gran total, 37.5 billones (71.7 por ciento) se lo deben a bancos (9.1 billones); a agencias gubernamentales de crédito (6.3 billones, básicamente para hipotecas); a compañías de seguros y fondos mutualistas (3.2 billones en ambos casos); a autoridades monetarias (2.5 billones); a tenedoras de bonos respaldados con activos (2.3 billones); y a otros tipos de acreedores asociados a financieras, casas de bolsa, casas de cambio, compañías de seguros, instituciones de ahorro y fondos de inversión estadunidenses, que en conjunto concentran 10.9 billones más, con los que se ajusta esa deuda interna de los estadunidenses a múltiples y diversos organismos financieros.

Además, este endeudamiento interno –en este caso a esa pléyade de instituciones– se complementa 6.6 billones más (12.6 por ciento más del total), que se adeudan a los llamados organismos no financieros. Con ello, la deuda denominada interna suma un total de 44 billones de dólares, equivalente a 84.3 por ciento de la deuda total.

¿Y la deuda externa? Pues la deuda externa concentra el resto, 15.7 por ciento restante. Así, es de sólo 8.5 billones de dólares. Sí, sólo eso, que por poco que parezca –dado el contexto de la enorme deuda– equivale al 60 por ciento de su producto anual. En este marco no hay que olvidar que 4.5 billones de esos 8.5 que se deben a organismos y gobiernos del exterior, corresponden a deuda del gobierno federal. ¿A qué organismos externos debe el gobierno de Estados Unidos esos 4.5 billones de dólares? La cuarta parte, equivalente a 1.2 billones de dólares, la debe el gobierno federal estadunidense a China. Una quinta parte más a Japón, lo que prácticamente representa un billón de dólares más. Y con lo que se le debe al Reino Unidos, 0.35 billones, es decir, 350 mil millones de dólares, se completa poco más de la mitad de la deuda externa gubernamental estadunidense.

A los países exportadores de petróleo se les deben 230 mil millones de dólares. A Brasil un monto similar, aunque ligeramente menor, 211 mil millones de dólares. Y así sucesivamente, podemos citar una lista de no menos de 20 países más, que acumula montos de deuda externa estadunidense hasta concentrar 95 por ciento de ese total. Al cierre del primer trimestre de este año, ese total alcanzó esos 4.5 billones de dólares señalados. Pero el sector privado estadunidense debe externamente otros 4 billones de dólares más.

Por eso la deuda externa del vecino país acumula 8.5 billones, que representan –como lo he señalado– 16 por ciento del endeudamiento total de Estados Unidos. Si a la parte correspondiente al endeudamiento público externo sumamos los 8.8 billones que el gobierno debe internamente a inversionistas privados y a la Reserva Federal, obtenemos los 14.3 billones de deuda pública, justamente 27 por ciento de la deuda total estadunidense.

El sainete reciente sobre el techo del endeudamiento público en Estados Unidos se concentra, precisamente, en estos 14.3 billones que debe el gobierno federal. En su ampliación o reducción. En las formas en que se pagará, que una vez tomada la resolución del Congreso, representa una baja sustancial a diversos programas gubernamentales cuyo freno generará muchísimo problemas en los próximos años. En particular se verán muchos efectos nocivos por el deterioro al programa de salud. Aunque no sólo. La infraestructura también se verá muy afectada. En todas las teorías económicas se afirma que la inversión es el motor de todo desarrollo. Y también prácticamente en todas se reconoce el papel fundamental de la inversión y el gasto públicos para impulsar o frenar no sólo la inversión privada, sino las condiciones sociales de la vida de los trabajadores.

La decisión que acaba de tomar el Congreso –con el pírrico triunfo de la miopía republicana que araña todo lo que puede para ganar las próximas elecciones– no es sino una circunstancia más que dificulta y agrava los términos de una recuperación económica compleja, difícil y lenta muy lenta, de la economía vecina. Y frente a ese panorama, el futuro próximo nuestro no puede será –independientemente de la demagogia de unos y otros– sencillo.

¡Nunca como ahora deberemos cuidarnos de vendedores de espejitos y de canicas! Nuestros vecinos han optado por atender antes que nada a sus acreedores y cuidar su déficit. Y eso, eso, nos está afectando mucho. Muchísimo. Pronto comentaremos con detalle esas afectaciones a nuestra vida económica y social. Sin duda.

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