8/10/2011

Peña Nieto por Arturo Montiel (Segunda Parte)

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Consulta la primera parte aquí.

El Destape de Peña Nieto.

Peña Nieto y Montiel. Foto: Gustavo Graf / Procesofoto. Fuente: http://www.procesofoto.com.mx/

En el 2003, después de “la recuperación electoral” en el Estado de México, Montiel recuerda que “el ambiente político mexiquense comenzó a activarse: Isidro Pastor, líder partidista y figura importante de la clase política local, se destapó para la gubernatura; lo mismo hizo Jaime Vázquez. Prudentemente, Enrique Peña Nieto declaró que aún no era tiempo de destapes” (p. 138).

Quizá por esa prudencia y por su eficaz labor como coordinador de los diputados priistas en el Congreso local, Peña Nieto comenzó a perfilarse como uno de los preferidos. En diciembre de 2004, Montiel asistió a la toma de posesión del nuevo gobernador priista de Veracruz, Fidel Herrera.

“Allí definí el perfil del candidato a la gubernatura del Estado de México: profesional, con conocimientos de administración pública y geográfica del estado, con un plan de trabajo que continuara el proyecto histórico que había iniciado Isidro Fabela y que continuaron hombres como Alfredo del Mazo Vélez, Gustavo Baz y Carlos Hank González, que consistía en conservar la unidad cultural, política y territorial del estado. El ingeniero Carlos Hank Rhon decidió declinar a la postulación del PRI” (pp. 149-150).

En la cuarta parte de su libro, Montiel dedica todo un apartado a la “elección de Enrique Peña Nieto”.

Después de dejar bien claro que en diciembre de 2004 ya había definido el nombre de su sucesor, Montiel relata:

“Los precandidatos participantes declinaron a favor del licenciado Peña Nieto, por lo que el Consejo Político Estatal discutió y finalmente decidió postularlo. Me informaron de su decisión, con la cual estuve de acuerdo. Con esto quiero aclarar que Roberto Madrazo no decidió, como lo ha reiterado, la candidatura de Enrique Peña Nieto. Al conocerse la postulación, los sectores, las organizaciones y los militantes del partido la aceptaron y se sumaron solidariamente a la propuesta del Consejo Político Estatal. Quisiera detenerme para describir, desde mi perspectiva, cómo se construyó la candidatura de Enrique Peña Nieto.

“La postulación de Enrique Peña Nieto fue una decisión que asumió el partido con gran responsabilidad. El Consejo Político Estatal se dio a la tarea de escoger a la persona que garantizara la continuidad de nuestro proyecto. Objetivo prioritario de la política: no sólo conquistar el poder sino conservarlo; y como había sido la tradición priista, la decisión se hizo buscando la unidad y limando asperezas, pero los procesos de elección siempre excluyen. Por supuesto, los precandidatos no eran despreciables. Al contrario, cualquiera de ellos podría haber sido un buen gobernante: un Isidro Pastor, militante comprometido y férreo líder mexiquense; también, sin haberse postulado, estaban un Manuel Cadena, experimentado, y un Alfonso Navarrete, talentoso abogado y procurador de mi gobierno.

“Había más tela de donde cortar, todos con inmejorables cartas de presentación: Gustavo Cárdenas, Fernando García Cuevas, Jaime Vázquez, Héctor Luna de la Vega, Eduardo Bernal, Enrique Jacob, Guillermo González y Cuauhtémoc García Ortega, entre los más destacados. Ninguna de estas personas, verdaderos actores del priismo, eran descartables o reprobables. Pero se tenía que elegir a uno” (pp. 154-155).

Montiel no menciona que en este aparente proceso de sucesión terso hubo varios golpes bajo la mesa. Su esposa de entonces, la francesa nacionalizada mexicana Maude Versini, jugó un papel fundamental, tal como relatan diversas crónicas periodísticas de la época. Isidro Pastor, el líder local priista, tuvo el atrevimiento de enfrentarse a ella y adelantar los tiempos. El empresario Carlos Hank Rhon aceptó declinar a regañadientes, ante problemas para acreditar su residencia. El más veterano del gabinete, Manuel Cadena, y el procurador Alfonso Navarrete Prida sacrificaron sus aspiraciones, no sin antes expresar en privado a sus seguidores que la decisión de Montiel tenía como objetivo nombrar a alguien discreto, maleable y pariente.

“¿Qué veían en el licenciado Enrique Peña Nieto?”, se pregunta Montiel en su libro. Y él mismo responde por todo el priismo mexiquense: “el recambio generacional, la renovación, el cambio de estafeta a las generaciones mexiquenses. Enrique Peña Nieto era un ejemplo de eficacia para la gestión pública; tenía no sólo los conocimientos técnicos sino la habilidad para operar, una visión moderna, y conservaba su identidad mexiquense. Creo que el licenciado Peña Nieto representaba la sintonía del PRI con los jóvenes del Estado de México, mayoría demográfica y nueva realidad social. Como líder y militante del PRI estatal avalé esta decisión y me responsabilicé de sus consecuencias. Sigo creyendo que fue una decisión acertada” (p. 155).

Para que no quede duda que Peña Nieto era su obra, Montiel describe cómo se planeó la campaña de su sucesor:

“La campaña de Peña Nieto siguió la pauta que se había impuesto en el CDE mexiquense: construir una propuesta desde abajo, con la gente y con un equipo compacto bajo un solo liderazgo. Pero no únicamente eso; el candidato también debía buscar el apoyo entre los diversos grupos de poder en el estado: los empresarios, las iglesias, los sindicatos, las organizaciones campesinas, las comunidades judías y árabes que conformaban el sistema político estatal (sic). El liderazgo político consistía en posicionar una imagen joven entre la población y lograr una vinculación con los actores de la clase política, empresarial y cultural del estado. El candidato priista tenía que cubrir una doble agenda: recorrer toda la entidad y conocerla, así como contemporizar con los liderazgos reales; tenía que realizar un aprendizaje complejo que le permitiera conocer las redes del poder y las palancas para negociar, no sólo acercarse al pueblo. Enrique Peña Nieto lo hizo muy bien, en ello labró su triunfo. El se registró como candidato el 31 de enero de 2005” (p. 156).

El Triunfo de Peña Nieto

Montiel vincula claramente su precampaña a la presidencia con la campaña a la gubernatura de Peña Nieto. Así inicia el párrafo sobre la victoria de su sucesor:

“Caminando entre dos sucesiones, transitamos hacia febrero. Asistí a la toma de protesta de Enrique Peña Nieto. Se me acusó de intervenir en el Instituto Estatal Electoral, lo cual negué categóricamente e hice un llamado a ese instituto para que actuara con imparcialidad” (p. 158).

No todo fue miel sobre hojuelas y Montiel lo reconoce:

“En marzo, la contienda electoral en el estado se intensificó. Mendoza Ayala, del PAN, y Peña Nieto, del PRI, se encontraban empatados en las preferencias de la ciudadanía; rezagada quedaba la candidatura del PRD… Isidro Pastor declaró que no apoyaría a Enrique Peña, en una postura que generó confusión más que división, fue más virtual que real.

“Enrique Peña Nieto se enfrentó a la perredista Yeidckol Polevnsky y al panista Rubén Mendoza Ayala. El adversario a vencer era este último. Estaba apoyado por Los Pinos más que por la militancia panista mexiquense, lo cual lo debilitó. Había sido priista en su juventud y conocía los interiores y defectos del partido. Sin embargo, Mendoza Ayala fue víctima de sus excesos y se convirtió en su peor enemigo. De ser un candidato ganador se desdibujó y perdió. Lo mismo sucedió con la candidata del PRD, impuesta por López Obrador; los demonios del pasado y sus errores la condujeron a la derrota.

“Enrique Peña Nieto ganó las elecciones con el 47 por ciento de la votación, contra el 25 por ciento de Rubén Mendoza Ayala, del PAN, y 24 por ciento de Yeidckol Polevnsky, de la alianza PRD-PT. Obviamente, la oposición no aceptó los resultados. El triunfo se logró porque la ciudadanía refrendó la confianza en los gobiernos priistas y porque tanto el PAN como el PRD fueron víctimas de sus errores. Con este triunfo, cumplí uno de mis objetivos: dejar la gubernatura en manos de un priista. Lo logramos y esto me fortaleció para la contienda presidencial” (pp. 158-159).

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