El pasado lunes Jorge Carpizo presentó la propuesta de la UNAM en materia de combate a la inseguridad pública. Se trata de un documento amplio y complejo, que agrupa una serie de cuestiones indispensables para construir una política de Estado en materia de seguridad pública.
Es un documento que desnuda y evidencia los errores han cometido por autoridades federales y locales. Tiene razón Mauricio Merino cuando señala, desde estas mismas páginas de EL UNIVERSAL, que el documento presentado por la UNAM contiene la mejor definición del problema que se haya conocido, en términos de políticas públicas, así como la mejor propuesta democrática, ya que conjuga medidas para detener la impunidad, siempre respetando los derechos humanos y alentando la participación social.
El documento mide de la enorme dimensión que ha tomado la delincuencia en años recientes, el acelerado incremento de la violencia en la sociedad mexicana (sobre todo entre varones jóvenes) y el impacto que ello tiene no sólo en el respeto a los derechos humanos, sino también en la economía nacional. El tema de la inseguridad, aunque a algunos no les guste reconocerlo, ha impactado en el desempeño económico y ha lastrado nuestro crecimiento económico. Hay muchos países que compiten por atraer inversiones y es natural que aquellos con un entorno de violencia e inseguridad tan marcado como el nuestro estén en la última fila de destinos para los inversionistas.
También se señala que las autoridades no han sabido definir con precisión los temas que hay que analizar. Se utilizan sin ningún tipo de rigor o preocupación los conceptos de seguridad pública, seguridad nacional, seguridad interior, seguridad humana, etcétera. Cada autoridad entiende una cosa distinta y apela a un concepto diferente para explicar lo que hace.
Para comprender el origen del deterioro que sufrimos no hace falta ser vidente: hay responsables políticos muy claros e identificables. La UNAM señala que, en el combate a la inseguridad, “la confrontación entre los partidos termina por reducir las posibilidades de la acción colectiva”. Por eso millones de ciudadanos están hartos de ver día tras día los dimes y diretes de los políticos y su enorme egoísmo al momento de encontrar soluciones para nuestros problemas. Han prevalecido los intereses políticos y los proyectos de corto plazo, por encima de los intereses nacionales y las visiones de mediano y largo plazo. Los resultados están a la vista.
La propuesta abarca muchos temas que deberán ser analizados con detenimiento; quizá valga la pena destacar el asunto del lavado de dinero. Según señala la propuesta, el 10% del sistema financiero mexicano opera con dinero proveniente del narco. Éste mueve casi 30 mil millones de dólares al año. Frente a este fenómeno, el gobierno no parece haber reaccionado. En 2007 hubo sólo cuatro sentencias condenatorias por lavado de dinero en todo el país. En 2008 fueron 28 y en 2009 la cifra fue de 19, según datos del Cuarto Informe de Gobierno del presidente Calderón. ¿Y el resto del dinero que se lava en nuestros bancos, en la compra de inmuebles y vehículos, en la apertura de empresas con giros más que dudosos?
El documento culmina con la propuesta de 30 acciones que se pueden y deben tomar ya para combatir la inseguridad la impunidad. Su puesta en marcha exige nuevas actitudes de los políticos y la activación de una agenda social que ha brillado por su ausencia lo mismo en Ciudad Juárez que en Guerrero, Michoacán o Durango. Se apuesta por el desarrollo del empleo juvenil, la prevención de adicciones, una mayor fiscalización del gasto en seguridad, la prevención de la violencia contra las mujeres, una evaluación integral de nuestro deteriorado sistema de justicia penal, un diagnóstico objetivo de lo que pasa en las cárceles, etcétera.
Pero además la UNAM se pone tareas a sí misma para acompañar el proceso de puesta en marcha de todo lo anterior y para apoyar a los jóvenes en su búsqueda de un mejor futuro.
La UNAM vuelve a demostrar su compromiso con los temas que preocupan a la sociedad mexicana y, como lo ha hecho por décadas, aporta ideas, confecciona propuestas, genera discusiones, analiza alternativas y llama a la acción. Es eso lo que debe hacer toda gran Universidad. Bienvenido el debate.
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El consenso es abrumador: México precisa de un cambio de paradigma en las políticas públicas de seguridad y justicia con auténtico fundamento democrático, se afirma en el documento. Y a eso se dedica: aquí pueden hallarse propuestas concretas para modificar el rumbo, conceptos teóricos adecuados, actuales, útiles para entender la cambiante situación nacional y global en estos asuntos; recomendaciones dirigidas a la autoridad pero también a la sociedad civil (que no por serlo está libre de cometer errores). Para avanzar se propone
celebrar un pacto político y social de base amplia que permita reorientar a nuestras instituciones de seguridad y justicia para hacer frente a la crisis de violencia que enfrenta el país, cuya viabilidad depende de
generar los consensos políticos y sociales necesarios para dar un giro inmediato en las estrategias de seguridad, centrándolas en la prevención del delito, el abatimiento de la impunidad, la reducción del número de muertes y de lesionados, la preservación de la integridad de las personas y la defensa de sus derechos humanos. La clave está en
conducir la agenda de prevención al centro de la política de seguridad, comenzando por los jóvenes, lo cual implica, como se advierte a lo largo de la exposición, un cambio estratégico y no la adición de un retoque a las concepciones vigentes. Vale la pena señalar, como lo hizo el doctor Jorge Carpizo en su introducción, que el tema no se reduce a la dimensión represiva o meramente policial frente a la delincuencia, la cual ha desatado el temor a la militarizacion y la barbarie, reflejada en la creciente, atroz estadística de las víctimas sin nombre, sino a la capacidad efectiva de impulsar las reformas que permitan articular derechos y responsabilidades en una nueva perspectiva de justicia social, pues como dijo Carpizo en su alocución, si en verdad
queremos seguridad y justicia en democracia hay que enfrentar la pobreza en que vive la mitad de nuestros hermanos, y la desigualdad social que impera, y es una de las más profundas del universo.
De más está decir que no se ahorran las críticas, las descripciones objetivas de la situación de horror inacabable, las advertencias a las que el espíritu académico y el respeto a la propia dignidad obligan. Es imposible actuar con disimulo, cubrirnos con un manto de sordera y ceguera, pasar de reservados a silenciosos, y de esa condición a afónicos o, incluso, mudos
, señaló el rector de la UNAM. Pero se admiten las dificultades a vencer: El impacto de la corrupción en las instituciones y la participación de la sociedad en ella nos obliga a reconocer lo siguiente: esta propuesta de política de Estado será estéril si no se toman decisiones y realizan acciones contundentes, desde las más altas responsabilidades públicas y liderazgos privados, para reducir las prácticas de corrupción e impunidad. Debe comenzarse por las malas prácticas insertas en los circuitos de alta jerarquía y hacia abajo, hasta la más modesta ventanilla
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La cuestión de la violencia criminal, vista en su integralidad (como un problema de inteligencia o fiscalidad, por ejemplo), es, en efecto, mucho más que un tema grave en la muy delicada agenda nacional. En rigor, la manera como se resuelva o no, y bajo qué condiciones, es vital para el presente y el futuro de México. Los espacios para la autocomplacencia se agotaron. La cruda realidad obliga a una rectificación que no es sencilla porque implica la remodelación de las instituciones y las políticas públicas cuya viabilidad depende a su vez del afianzamiento en la ciudadanía de otra visión del país, capaz de mantener en pie la pluralidad y la cohesión social, sin darle vida a quienes predican la mano dura, la intolerancia, el populismo penal
como principio ordenador de la vida colectiva. Se trata, en efecto, de pasar de una concepción centrada en la protección del Estado, que hace uso de la fuerza como recurso de primera instancia a otra donde la prevención y el reconocimiento de los derechos humanos sea la brújula en la lucha contra la delincuencia organizada. Esta postura se entiende como la forma capaz de hacer que el Estado recupere el monopolio de la fuerza legítima
sin poner en peligro sus funciones ni los derechos prioritarios de las personas. Dicho de otro modo: es un llamado a la reforma preventiva en el sentido de la protección de los derechos humanos, no el resabio del viejo antiestatismo conservador.
Finalmente, el análisis presentado por el doctor Jorge Carpizo es una excelente demostración de cómo se puede integrar la academia al examen de los problemas nacionales más urgentes, recuperando los valores del laicismo republicano para el debate público, tan proclive a sustituir las cuestiones relevantes por el escándalo transitorio que hace el juego al conformismo dominante. Los argumentos racionales contenidos en la propuesta representan una aportación extraordinaria al enriquecimiento de la movilización ciudadana que sigue al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, pues refuerzan con elementos precisos algunas de sus demandas centrales y, sobre todo, porque desmienten de un plumazo la especie de que nadie ofrece alternativas a las políticas del gobierno. Eso es lo importante. Manos a la obra.
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