José Antonio Crespo
Por definición, todo organismo, todo partido, toda institución pública y todo movimiento social tiene un ala radical y otra moderada. No nos referimos a los radicales como necesariamente partidarios de la violencia, pero sí que desconfían de los interlocutores externos, viéndolos más como enemigos que como adversarios, y muestran reticencia a dialogar con ellos y aceptar acuerdos que impliquen ceder una parte de su agenda para sacar adelante la otra. Los moderados, en cambio, pueden reconocer al interlocutor como adversario, y por ello sentarse a dialogar y negociar, e incluso albergar sentimientos de afecto o amistad o al menos respeto como seres humanos, pese a estar en bandos contrarios, sin que ello implique claudicación o debilidad.
Al parecer, Javier Sicilia y los suyos decidieron ir por una senda moderada, que no implica transigir en los principios y menos aun traicionar la causa, según acusan los radicales. Simplemente se reconoce al interlocutor como alguien con quien se puede dialogar y eventualmente negociar y acordar una parte sustancial de la agenda que se enarbola. El problema para cualquier movimiento es que otros grupos, compartiendo el ideario o la causa, pueden no hacerlo respecto de la estrategia, y en esa medida, enajenar su apoyo. Ya en Ciudad Juárez muchos grupos que deseaban incluir en la agenda de Sicilia los más diversos temas mostraron su malestar. La izquierda de cierto extremismo le criticó la entrevista con el gobierno y el Congreso bajo la premisa de que con los enemigos no cabe el diálogo, sino la confrontación, y no vieron con buenos ojos la actitud gandhiana de diferenciar en el adversario al personaje de la persona humana; hablar duro y de frente sin complacencias con el personaje (el cargo), pero después mostrar rasgos de amistad y humanidad con la persona (humana). Por lo cual, besos y abrazos han sido condenados y satirizados por los sectores más radicales.
En efecto, Sicilia apostó al respaldo de los sectores más moderados de la sociedad, que comprenden y aceptan la conveniencia del diálogo y la negociación más que la confrontación y descalificación desde las calles. Pero aceptar la posición moderada implica mantener, en lo posible, la confiabilidad del interlocutor, misma que es negada por los radicales y aceptada como razonable por los moderados. Debe mantenerse la oportunidad para que quienes están en el otro lado de la mesa continúen el diálogo, aclaren sus posiciones y decisiones, corrijan el rumbo si se requiere, antes de llegar a la absoluta descalificación (pues de esa manera se da la razón a los radicales que advirtieron la futilidad de las reuniones y la absoluta falta de confiabilidad en el interlocutor en el Estado). También, si se descalifica tan determinantemente al adversario sin elementos convincentes, se puede perder la confianza del sector moderado de la sociedad.
Me temo que eso puede estar ocurriendo a raíz del reclamo de Sicilia al Congreso, al que acusó de traición, de intentar un madruguete y de simular cualquier viso de compromiso externado en el Alcázar de Chapultepec. Todo lo cual ha sido aplaudido por los radicales, pero al mismo tiempo sirvió para que se adjudicaran la razón al recomendar que no hubiera diálogo alguno (algo así como “se los dije”). Y quienes desconfían y recelan del lenguaje y actitudes humanistas de Sicilia tomaron el hecho como demostración de que besos y abrazos no son un recurso eficaz y ni siquiera aceptable en la acción política. Por otro lado, ciudadanos que avalan la estrategia de Sicilia han visto como excesiva y precipitada la categórica descalificación que hizo el poeta de sus interlocutores parlamentarios, como lo señaló Miguel Ángel Granados Chapa, quien considera la reacción de Sicilia “desproporcionada y contraproducente” (7/agosto/11). Piensan que puede haber razones para la suspicacia, la desconfianza y el enojo, pero también debe haber margen para aclarar malos entendidos y rectificar decisiones antes de extender una condena tan extrema. En ese sentido, el riesgo para el movimiento es oscilar entre el carril radical y el moderado, con lo cual terminará por enajenarse el apoyo de unos y otros. Es inevitable quedar mal con unos, pero conviene evitar el quedar mal con ambos segmentos sociales. De no ser así, se puede precipitar el agotamiento de su proyecto y limitar su potencial para lograr buena parte de la agenda que lo anima.
cres5501@hotmail.com
@Josjacres.comInvestigador del CIDE
Las rendijas del poder
¿Cuál es el valor del diálogo en una democracia tan vulnerada como la nuestra? Los diálogos en el Castillo de Chapultepec fueron un intento de poner por delante el diálogo, pero parece que poco duró el gusto. Desde el inicio del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad muchos pensamos que era una buena noticia, sobre todo porque abría la posibilidad de un contrapeso ciudadano y social al encierro partidocrático. Sin embargo, al mismo tiempo se sabía que las perspectivas de lograr paz, justicia y dignidad serían muy complicadas. El movimiento se topó con el primer obstáculo: los tiempos y ritmos del poder, del Congreso y de la Presidencia no son los mismos que los tiempos y ritmos de los ciudadanos; sin embargo, algunas rendijas se pueden abrir.
¿Son más los desacuerdos o los consensos entre el movimiento y los poderes? A la hora de pasar del ritual de los discursos y las promesas a la realidad de los detalles las cosas se complican. Las diferencias son notorias. Un ejemplo es la forma de entender el momento actual del país. Para el movimiento se trata de una emergencia nacional, lo cual lleva lógicamente a tomar medidas extraordinarias para lograr el bien perdido, la paz. Se trata de construir la justicia para disminuir el mar de impunidad que nos inunda por todos lados. En cambio, las autoridades consideran que su ruta de combate al crimen está siendo exitosa. Esta es la primera dificultad. El gobierno de Calderón no está dispuesto a mover su estrategia a pesar de que los costos de la violencia han desbordado al país.
Para el movimiento la exigencia es parar la guerra y construir una ruta de seguridad humana de acuerdo con los protocolos de los organismos internacionales de derechos humanos. Por esa razón se pidió detener el actual proyecto sobre la Ley de Seguridad Nacional y hacer otro con un enfoque en la seguridad humana. La dinámica del Congreso y el proyecto del Ejecutivo tiene otra idea. Con el Poder Legislativo hubo varios compromisos en Chapultepec, pero al haber aprobado en comisiones el dictamen sobre la Ley de Seguridad Nacional el movimiento consideró que se faltó a su palabra empeñada y decidió no sentarse con los legisladores durante la primera cita. El problema fue que se había acordado una revisión conjunta entre legisladores y movimiento de los temas de la ley de seguridad. Pero, a pesar de las diferencias, tal vez todavía haya posibilidades de detener un proyecto duro de seguridad y legislar una ley apegada a los derechos humanos. Un signo de la complejidad del problema fue que se aprobó el proyecto en lo general, pero se reservaron casi todos sus artículos en las comisiones del Poder Legislativo. Suena extraño, pero así son los caminos para construir consensos. ¿Puede el movimiento meterse por las rendijas de estos artículos reservados?
Si recordamos a qué se comprometieron los legisladores en Chapultepec, podemos entender que la famosa Ley de Seguridad Nacional nunca estuvo abiertamente en cuestión para los diputados y senadores que asistieron a esa reunión. Otra vez volvemos a una diferencia de tiempos y ritmos. Una explicación puede obedecer al siguiente argumento: después de haberse aprobado, hace unos meses, la reforma constitucional sobre derechos humanos, las fuerzas del orden exigen instrumentos legales y constitucionales que se encuentran en el proyecto de la Ley de Seguridad Nacional. Las condiciones del Congreso, un poder plural formado de múltiples intereses y fracciones, abre algunas posibilidades de interlocución, pero, al mismo tiempo, dificulta llegar a compromisos. Entre las posibilidades que se abren se pueden incorporar demandas del movimiento, pero no hay garantía de que vayan a quedar en la letra de la nueva ley. El movimiento tiene que pelear los términos de la ley.
Si el movimiento puso por delante el diálogo con los poderes como una primera jugada, como la ruta corta para encontrar soluciones a una agenda de reformas y cambios, ahora se sabe que necesitará fortalecerse para hacer otras jugadas y nuevos intentos, porque los tiempos y los ritmos del poder no marchan necesariamente en la misma dirección que quiere este movimiento ciudadano. Hay una lista de demandas y de compromisos a los que los poderes han dicho que sí, desde una ley de víctimas, hasta una reforma política. El movimiento ha decidido ampliar su convocatoria social para hacer nuevos intentos de sentarse con los poderes. Las tensiones y las diferencias serán parte del escenario porque los movimientos sociales presionan, se movilizan y exigen demandas, y los poderes se resisten, escuchan, a veces se comprometen, pero en la mayoría de las ocasiones simplemente obedecen a sus intereses y a sus inercias. Hay que aprovechar las rendijas del poder…
Investigador del CIESAS
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