Carmen Boullosa
“Cada quien tiene que hacer su trabajo, aunque sea un trabajito pequeño”, son palabras del Diablo en el libreto de Charles Ferdinand Ramuz para “La historia del soldado”, de Stravinsky. El Diablo le trueca al soldado su violín -su alma- por un libro donde se lee el futuro -la guía para volverse rico y poderoso-, y lleva al soldado a la traición de sí mismo, la tristeza, la desolación y, por último (jugándole chueco, cuando había encontrado un camino para recuperar su alegría), al infierno.
En momentos de desesperanza como los que vive hoy México -sobre nuestra alma pesan los muertos, la violencia, el crimen y la guerra-, el consejo del Diablo de Ramuz parecería ser el pertinente para los ciudadanos amantes de la paz, “cada quien tiene que hacer su trabajo, aunque sea un trabajito pequeño”.
Pero nuestro violín no tiene libres las cuerdas, de ellas penden los cadáveres y los desaparecidos, un número impreciso de personas, decenas de miles. Intentan reventar las cuerdas, los distintos bandos enfrentados, los cuerpos torturados o desmembrados con los que se escribe una gramática obtusa que lleva el frente de guerra a las entrañas mismas de cada una de las víctimas, y así, convertido en algo insoportable en su violencia, a las familias, las comunidades, el país.
Las cuerdas rígidas pueden volvernos a todos desechables. Pueden ahorcar el sueño de un México posible, destruir la esperanza, la certeza, la confianza.
Nuestro violín es de buena hechura, tiene caja de resonancia de primera calidad; no es de pacotilla. Porque esta tierra generosa no entrega a la patria un soldado en cada hijo, sino un ser humano, con todos sus derechos y deberes.
Respondo a una propuesta surgida de la convocatoria que ha hecho Javier Sicilia a la comunidad artística en nombre del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (Javier Sicilia, quien ha desoído al Diablo, porque no se ha apegado a un “trabajito pequeño”, se ha echado a los hombros la responsabilidad de la tragedia colectiva, ha brincado sobre su dolor personal, sobre su duelo, para encabezar un movimiento).
Me adhiero al movimiento con un minuto silencio, sugerido en la reunión del martes 9 de agosto en las oficinas de SERAPAZ, por los que han caído en la “guerra”.
Empiezo la cuenta:
Uno, silencio por los ajusticiados sin juicio, “eliminados en caliente”.
Dos, silencio por los defensores de los derechos humanos asesinados en cumplimiento de su labor.
Tres, por los migrantes, silencio.
Cuatro, por las muertas, las víctimas de violencia de género, silencio.
Cinco, por los caídos por “equivocación”, silencio. Seis, silencio por los periodistas, nuestros canarios muertos. Siete, silencio por los jóvenes “eliminados” cuando iban o venían de una fiesta, del trabajo, de la universidad, de visitar a sus amigos. Ocho, silencio por los niños muertos en manos de sus papás o arrebatados antes de ellos. Nueve, silencio por los caídos en los operativos. Diez, por los asesinados durante los secuestros. Once, por los que no sabemos el nombre. Doce, por los que no sabemos dónde quedaron. Trece, por los muertos en manos de sicarios. Catorce, por los asesinados por los criminales enfrascados en peleas de territorio. Quince, por los que yacen hoy en fosas aún no descubiertas. Dieciséis, por los colgados de los puentes, usados como pizarrones de algún mensaje. Diecisiete. Dieciocho. Diecinueve. Veinte. Vientiuno. Veintidós. Veintitrés. Veinticuatro. Veinticinco. Veintiséis. Veintisiete. Veintiocho. Veintinueve. Treinta. Treinta y uno. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. Cuarenta segundos de silencio. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. Cincuenta en silencio. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 59. Sesenta segundos: un minuto de silencio.
Ramuz y Stravinsky colaboraron en la creación de “La historia del soldado” en momentos terribles. Supieron arrebatar a las cuerdas también abrumadas de su violín lo que nos siguen dando vida, fe, la certeza de que se puede restaurar el sentido si sabemos aportar nuestro trabajito pequeño, y que en éste debe vibrar el minuto de silencio.
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