Salvador González Briceño
Despatriados, desde que llegaron los gobiernos del Partido Acción Nacional (PAN) a ocupar la silla presidencial en el 2000, así como Vicente Fox después Felipe Calderón, ambos doblaron las manos frente al belicismo crudo de Estados Unidos (EU) traducido en intervencionismo directo en los asuntos internos de México, más que presionar u obligar para la solución de los dilemas que padece una relación entre vecinos sencillamente desigual.
De por sí, los gobiernos neoliberales de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y luego Ernesto Zedillo, todos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), habían consentido buena parte de las decisiones en materia de política exterior, tanto por el abandono paulatino de los preceptos de México con el mundo —no intervención, autodeterminación y solución pacífica de los conflictos—, como por la firma de convenios totalmente entreguistas, primero con los organismos financieros internacionales —el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional— y luego el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con EU y Canadá.
Ambas políticas de gobierno, como parte del proyecto imperial gringo de subordinación de México, forzándolo primero a cubrir sus montos de deuda externa con ellos, luego a desbaratar al Estado desarticulando todos sus activos que como economía mixta antes administraba siendo promotor del desarrollo nacional; ¡tiempos aquellos del desarrollo estabilizador! A Zedillo le tocó cobrarle al país las consecuencias de las pésimas decisiones de política económica de su antecesor y las propias [el iluso que prometió llevar al país al Primer Mundo], tras el crack de 1995, con los rescates de los ricos a cuenta del presupuesto nacional traducido como Fobaproa-Ipab, que tiene hipotecadas las cuentas nacionales desde entonces y lo seguirá durante varias décadas.
Pues bien [mejor dicho, mal]. Si todo esto se tradujo en pérdidas de soberanía porque con la aplicación y vigencia de los principios neoliberales como política pública se hipotecó al país y por ello buena parte de las decisiones en materia económica comenzaron a tomarse desde Washington, el colmo se subió al púlpito cuando llegaron los gobiernos del PAN.
Dicho sea de paso, que si mal todavía los gobiernos del PRI levantaban ceja y pestañas para mostrar su indignación frente a las políticas agrestes del vecino del norte, y las representaciones de ambos países se reunían para discutir al menos los problemas comunes de la relación bilateral y encontrar alguna solución [no obstante EU supo presionar mejor a los diplomáticos mexicanos para evitar ceder sin las concesiones debidas, y la firma de tratados de cualquier tipo son la mejor muestra de ello], los del PAN ni siquiera llegaron a eso.
Verbigracia. Tras el arribo de Vicente Fox a Los Pinos, la cartera de Relaciones Exteriores fue ocupada por un “intelectual orgánico” del panismo, Jorge G. Castañeda. El sujeto redujo los temas de la agenda a uno sólo, tan delicado como intrincado de la relación de sendos vecinos: el de los inmigrantes mexicanos. La “estrategia” fue enfocarse en un solo tema para de ese modo presionar al imperio y obligarlo a entrar a negociar otros más. Así, de la posible firma de un acuerdo en materia de inmigración se extendería la forma de otros más. Ese fue un error garrafal tanto de Fox como de Castañeda. Del expresidente se cree porque su ignorancia no le alcanza para comprender el tamaño y la importancia de la relación con EU, pero no se puede creer del extitular de la SRE exhibiéndose con arrogancia de muy “leido y escrebido”.
Estupideces como ésta, de la mano de otras geopolíticamente planificadas por parte de los estrategas de inteligencia gringa como la CIA, la DEA y el Pentágono —recuérdese el lanzamiento del primer misil contra Irak estando el entonces presidente George W. Bush de visita en el rancho San Cristóbal con Vicente Fox en Guanajuato—, más la geopolítica del imperio para avasallar con el sector energético de México bajo la argucia de su seguridad nacional, y la suma del guerrerismo instaurado desde los autoatentados en 2001 tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York que inauguró la “guerra contra el terrorismo”.
A todo este coctel molotov hay que sumarle la ilegitimidad de Felipe Calderón quien, a cambio de obtener el reconocimiento como presiente de México, entregó el país a manos de la avasallante geoestrategia gringa. ¿Desde cuándo se hipotecó la soberanía nacional de México? ¿En qué punto o en dónde quedó enterrado el nacionalismo que por décadas alentó la identidad del país frente al exterior? ¿En dónde está la discusión de los temas de la agenda bilateral, México-EU? ¿Qué ha hecho el PAN para rescatar parte de todo lo perdido?
Al contrario. A la vuelta de sólo una o dos décadas se han perdido eslabones importantes de soberanía. Para acabarla de amolar, el problema —en buena medida autogenerado por el actual gobierno mexicano, gracias a una fallida estrategia antinarco—, de la seguridad pública trastocada ha contribuido a una mayor pérdida de soberanía nacional. Porque so pretexto ahora de que EU atiende el dilema de su “seguridad nacional” [¿y la seguridad nacional de México?], se acaba de “oficializar” que policías de las agencias de seguridad, DEA, CIA y Pentágono, operan en territorio mexicano; desde alguna base militar mexicana en el norte del país.
Fue la nota del The New York Times del domingo. De ayer lunes en la prensa mexicana. A partir de ahora tienen un papel relevante, directo, en la guerra antinarcóticos. Pero el gobierno de Calderón dice que están para “apoyar” y “sin armas”. Pero es falso. Los agentes son de “inteligencia” y si trabajan activamente en acciones que les competen a las policías mexicanas están —por la simple presencia ya— realizando acciones intervencionistas. ¡Y todo bajo la tolerancia del gobierno de calderonista!; es decir, todo por la “legitimidad” que perdió en las urnas, pero también porque el PAN no ha sabido replantear la relación México-EU.
Si son 24 agentes de la DEA y la CIA, de la mano de militares retirados del Comando Norte del Pentágono, y han instalado “centros de fusión” al estilo de las guerras en Irak y Afganistán, lo único que falta es el líder, el especialista con reconocimiento oficial. Pero no tarda: se llama Earl Antony Wayne, el embajador que viene desde Afganistán. ¡Faltaba más! Hoy México es “zona cero”, objeto de una “invasión silenciosa” de su soberanía, como dicen los abogados de la ANAD que nos recuerdan a Emilio Krieger. ¿Qué hacer? ¡Defender, todos, la soberanía de México a una sola voz!
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