10/23/2013

Nuestro trecho


OPINIÓN
   CRISTAL DE ROCA

CIMACFoto: César Martínez López
Por: Cecilia Lavalle*
Cimacnoticias | México, DF.- 

Les dijeron viejas locas, amargadas, solteronas o viudas sin beneficio. Les dijeron que era absurdo lo que demandaban, que era un sueño imposible. Pero no claudicaron. Y mírennos: somos su sueño hecho realidad.

Siglo XIX y buena parte del XX. El pensamiento dominante respecto a las mujeres no dejaba mucho margen de acción.
Se sostenía que habíamos nacido para servir a los hombres (Rousseau); que propiamente humanas no éramos (Schopenhahuer); que teníamos menor capacidad intelectual que los hombres (Moebius).

Se afirmaba que razonábamos poco (Pascal); que a lo más lo que debía enseñársenos era por qué hierve el agua, dado que nuestro papel era cuidar del hogar (Liceaga).

Y la sumisión se hizo legal. El Código Napoleónico, que influyó buena parte de las leyes de Europa y sus colonias, postulaba que la mujer debía obediencia a su marido, que debía seguirle a donde él estimara conveniente, que no podía administrar sus bienes ni su herencia, que no podía abandonar a un padre o marido violento, entre otras.

No obstante, en esos escenarios tuvo lugar un extraordinario movimiento feminista: El movimiento sufragista.

Con todo en contra, mujeres de medio mundo –y algunos hombres– se organizaron para exigir que fuera reconocido legalmente su derecho al sufragio, su derecho a ser ciudadanas.

No es difícil imaginar los obstáculos a que se enfrentaron esas mujeres, primero en el hogar –ámbito no menor– y luego en la calle.

Inventaron la palabra “solidaridad”, enviaron misivas a sus congresos, escribieron volantes, artículos periodísticos, mantas. Pronunciaban airados discursos en medio de la plaza pública.
Innovaron en métodos de lucha pacífica, se encadenaron a edificios públicos, se pusieron en huelga de hambre.

Y las encarcelaron, las exiliaron, las alimentaron por la fuerza.
Pero no cedieron un ápice. Fueron tenaces, audaces, irreductibles.

En México organizaron marchas, amenazaron con tomar Palacio Nacional, escribieron cartas a organismos internacionales, artículos periodísticos, fundaron revistas, cabildearon con los hombres del poder.

Y también les dijeron viejas locas, amargadas, solteronas… Pero, igualmente, fueron tenaces, audaces e irreductibles.

Por eso, el 17 de octubre que se conmemoró el 60 aniversario del voto de las mexicanas, fue para mí, ante todo, un acto de agradecimiento a esas mujeres que permitieron que hoy, nosotras, estemos construyendo nuestro propio trecho en esta democracia, nuestra propia utopía.

El sueño se llama paridad, es decir: la mitad del poder. Muchas mujeres desde hace varios años venimos exigiendo ocupar la mitad de los espacios de toma de decisiones: la mitad de los cargos de elección popular, del gabinete legal y ampliado, la mitad en los tres órdenes de gobierno, la mitad de las magistraturas y de los juzgados.

Y lo exigimos como un acto de congruencia de la democracia. Como un derecho, como un acto de justicia.

La democracia mexicana tiene una enorme deuda con las mujeres. Y llegó la hora de ajustar cuentas, de cerrar brechas y transitar caminos más justos y más democráticos.

Gracias a las sufragistas sabemos que los sueños sí se cumplen. Y, como ellas, las mujeres que recorremos este trecho somos tenaces, somos audaces y somos irreductibles.

El trecho por recorrer se llama paridad. Nada más. Pero también nada menos.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.

*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
 

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