10/26/2013

La majestad de las mujeres mayores


DESDE LA LUNA DE VALENCIA
   

CIMACFoto: César Martínez López
Por: Teresa Mollá Castells*
Cimacnoticias | España.-

Desde hace cuatro meses estoy trabajando en una oficina de atención a la ciudadanía y a la primera persona que se encuentran al entrar es a mí.

Con los recortes de personal que se está llevando a cabo en todas las administraciones –y la Generalitat Valenciana no es una excepción–, en estos momentos y hasta dentro de aproximadamente un mes, seguiré estando sola en lo que atención directa a la ciudadanía se refiere.

Es un trabajo muy enriquecedor en el aspecto humano, puesto que conoces y descubres gente de todos los perfiles y con variadas características.

Un ejemplo de lo que digo es el hecho de quedarme de piedra cuando se sentaron a la mesa un par de jóvenes de unos 20 años a los que el trámite que demandaban les exigía rellenar un sobre con sus datos y pegar un sello.

No supieron hacerlo, a pesar de ir cargados de dispositivos digitales. O quizás precisamente por eso no sabían rellenar correctamente el sobre ni donde pegar el sello. No sé. Después de estos dos primeros, han sido bastantes más los que han venido con el mismo problema.

Pero dejando aparte este tipo de circunstancias y otras muchas con las que cada día nos “regala” la ciudadanía que requiere de nuestros servicios, si he de elegir algún tipo de gente, definitivamente me quedo con las personas mayores y especialmente con las mujeres mayores que vienen solas u acompañadas, para trámites propios u ajenos, pero siempre con una enorme vocación de servicio y de ayuda.

No sólo son, por lo general, mucho más educadas y respetuosas en el trato, también su disposición a escuchar y a atender las explicaciones que se les dan es diferente, puesto que sólo en raras ocasiones son prepotentes.

A medida que les ves explicando aquello que han venido a buscar van haciendo preguntas a veces con ironía, otras veces cuando has de repetirle las cosas, se deshacen en disculpas, cuando te piden que les hagas alguna anotación, vuelven a pedir disculpas a pesar de que insistas en que es tu trabajo.

Especial ternura me producen aquellas que se sientan, sonríen y después del saludo de rigor, lo primero que te dicen es que no saben leer ni escribir y que las disculpes por su ignorancia.

Me remueven el alma porque además siempre lo hacen con una tímida sonrisa. Son sabias en conocimientos de la vida, han criado a sus hijas e hijos, y además muchas de ellas les siguen ayudando con los nietos.

Han sobrevivido al hambre y la miseria de la posguerra en la que quizás perdieron a seres queridos. Llevan toda la vida trabajando para salir adelante como han podido, incluso emigrando y dejando atrás familia y la poca hacienda que pudieran tener. ¡¡¡Y piden disculpas por su ignorancia!!!

Atendiendo a este tipo de mujeres, y si no hay demasiada gente esperando, pierdo la noción del tiempo. Y lo pierdo precisamente porque necesitan ser atendidas como ciudadanas de primera categoría, que es lo que en realidad son.

Y lo primero que procuro hacer es reforzar que no son para nada ignorantes y que la sabiduría no está siempre contenida en los libros y que cada una de ellas podría escribir o dictar millones de historias de vida que, al resto de la comunidad, nos ayudarían a crecer en el aspecto humano. Suelen insistir en su ignorancia aunque agradecen las palabras que les dedicas.

Otra característica de este maravilloso grupo humano es que, una vez expuestas sus demandas y de haberles explicado lo que hay que hacer para la satisfacción de las mismas, con todo el mimo que soy capaz de dar en estas situaciones, y mientras les estoy rellenando y preparando la documentación, te van contando trazos de sus vidas.

Y unas te cuentan que con 10 años se fueron con su familia a Alemania a trabajar; otras que tuvieron a su primer hijo trabajando las tierras de la familia de su marido; otras que su marido de 90 años está postrado por un accidente y que lo tiene que cuidar y cuando la miras la ves temblando y no sabes si es de dolor, de miedo, o de qué...

Otra te cuenta que después de más de 50 años de convivencia y cinco hijos en común, ella y su pareja han decidido inscribirse como pareja de hecho, pero que “casarse por la Iglesia ¡¡nunca!!”.

Otra viene con varios menores de edad e intenta por todos los medios que no hagan ruido y no deja de excusarse con que “son niños…”, y se disculpa por sus juegos en un espacio público.

Otra me contó que sus antepasados formaban parte de la comitiva que trajo El Cid a Valencia (aseguro que es cierto que me contó con mucho lujo de detalles lo que estoy contando), y otra señora, puesto que eso es lo que son señoras, me pidió que le rellenara unos papeles para su hija discapacitada y al cabo de un rato apareció con unos pastelitos “para que desayune”.

Por mucho que insistí en que era mi trabajo, no hubo ninguna posibilidad que se llevara los postres y ese día gracias a ella, las compañeras y compañeros de otros departamentos y yo desayunamos aquellos deliciosos pastelitos.

Son deliciosamente tiernas aunque tienen su carácter y suelen agradecer siempre la atención que les has prestado con la mejor de sus sonrisas, y ésa es la mayor satisfacción que me queda por haber realizado mi trabajo.

Por eso hoy, sin que sea el día internacional de nada, ni se celebre ningún homenaje, quiero dedicarles a ellas, a las mujeres adultas mayores estas palabras de agradecimiento por sus enseñanzas en los minutos que dura la atención, por su humildad pero fortaleza ante la vida, por su enorme sabiduría sobre la vida, por su tesón por solucionar los problemas familiares, por su sonrisa, por su actitud frente a lo que ellas consideran situaciones injustas.

Quiero agradecerles su lucha por una sociedad más justa, por una mejor calidad de vida para sus descendientes y, por ende, para todas las personas que las rodean.

Quiero desmontar el mito de que son ignorantes, puesto que no lo son, tienen sus cabezas y en sus corazones una enorme sabiduría de la que a veces no son para nada conscientes, y que las lleva a ser muy agradecidas cuando lo haces notar.

Estas mujeres mayores, trabajadas, sabias y llenas de amor por los suyos, tienen una majestad que para sí quisieran aquellos que tienen este título y lo utilizan ostentosamente sin tener ni un ápice de dignidad como la que tienen estas señoras.

Con toda humildad, hoy he querido traerlas como eje central de mi artículo. Por su dignidad, por su majestad, por su sabiduría y por todo el respeto y ternura que me despiertan.

Gracias a todas ellas por lo que me han aportado en estos cuatro meses que llevo trabajando en atención directa a la ciudadanía. Ha sido un gran descubrimiento para mí.

tmolla@telefonica.net

*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.

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