La
ofensiva mediática contra el anarquismo pretende ocultar que la
violencia social en México es un problema estructural y no consecuencia
de las acciones de grupos juveniles que, frente al autismo
gubernamental reivindican la acción directa. Ahora resulta que la
verdadera amenaza a la paz social no proviene de las relaciones
sociales de producción, del narcotráfico, de la desposesión
sistemática, de la impunidad para depredar el medio ambiente por parte
de las corporaciones internacionales sino de los manifestantes
encapuchados y vestidos de negro. Al igual que en los tiempos en que
Carlos Salinas encaraba su mayor derrota política, cuando apareció en
los medios la historia del chupacabras, ese monstruo inventado por los
medios para desviar la atención y minimizar el daño político del
salinismo, hoy se pretende actualizar la táctica pero con los
anarquistas.
¿Cuáles son las causas profundas de la
violencia social que vivimos las y los mexicanos de hoy? Sin pretender
agotar la cuestión creo que habría que mirar hacia enorme dependencia
económica de México, materializada en el TLCAN, lo que ha empobrecido
enormemente a la mayoría de la población gracias al incremento en el
saqueo de recursos naturales y humanos. Pero además, el sometimiento
económico ha generado un sometimiento político extraordinario, nunca
visto en el país, ni siquiera en los tiempos de Miguel Alemán Valdéz
(Mr. Amigo como le llamaban sus patrones). Este sometimiento ha
conducido a nuestros gobernantes en turno a militarizar el país
-imitando el Plan Colombia diseñado en el Pentágono ya imponer a
rajatabla una serie de reformas que aumenta la pobreza y la
marginación. Los únicos que ganan con el ejército en las calles son los
fabricantes de armas y los políticos de Washington, que cada vez más se
involucra directamente en labores de seguridad en nuestro país y de
paso espía a medio mundo, tenga o no tenga que ver con actividades
ilícitas, como un instrumento de control social, tan de moda desde la
caída de la torres gemelas en Nueva York.
La militarización
impulsada por el gobierno de Calderón amplió la violencia social que
sufrimos y tiene un doble propósito: mantener un clima de terror que
facilite la embestida contra los derechos de los trabajadores y de la
sociedad en su conjunto así como darle una razón de ser al un estado
cada vez más orientado a mantener el orden para facilitar el saqueo de
los recursos naturales. En todo caso, habrá que insistir en el hecho de
que el ejército esté en las calles no es el origen de la violencia
aunque es evidente que la ha magnificado.
En la esfera de la
política, el debilitamiento de las instituciones del estado y su
pérdida de legitimidad frente a la ciudadanía no parecen ser un mal
menor, pues provocan la polarización de los actores políticos pero
sobre todo por la pérdida paulatina del derecho a un trabajo bien
remunerado, a recibir educación, salud, vivienda, etcétera. La
desaparición de fuentes de trabajo por decreto o por quiebras amañadas
son el pan de cada día y la protesta social es criminalizada en un
contexto de violencia cotidiana. Las reformas de hoy están diseñadas
para favorecer a los dueños del dinero y sus representantes políticos
sin ambages. Las protestas sociales que han generado son vistas desde
el poder, más como ingratitud de la población hacia sus gobernantes que
sólo piensan en su bienestar que como un acto de dignidad.
La
crisis sistémica de la economía mundial ha agudizado la violencia
social que vive nuestro país pero nuestros gobernantes están más
concentrados en seguir ofreciendo buenas condiciones para que las
corporaciones internacionales sigan disfrutando de altos rendimientos.
Militarizar el país parece ser la condición necesaria para que México
continúe distinguiéndose por ser un paraíso para los inversionistas,
aun a costa de la paz social y la calidad de vida de sus habitantes.
En este sentido, para comprender la violencia hay que mirar la
estructura social. Las protestas de la sociedad civil en contra de la
violencia muchas veces olvidan señalar que las balaceras son muy útiles
para ocultar la verdadera violencia, esa que se expresa en la muerte en
vida, o sea una vida sin presente y que da por cancelado todo futuro.
Si,
me refiero a la violencia expresada en la discriminación y el racismo,
que hacen posible tragedias cotidianas en los lugares de trabajo, como
nuestras minas o mejor dicho, agujeros en la tierra, sin ninguna
consideración por los que se la rifan bajando todos los días; en el
trajinar de miles de personas para acceder a un trabajo, aunque sea a
miles de kilómetros de sus lugares de origen y a pesar de saber que se
juegan la vida; en el saqueo sistemático de los bienes públicos por
parte de unos cuantos con impunidad garantizada y fotos en los
periódicos todos los días; en la muerte por falta de atención médica
mínima; en la asfixia económica por deudas impagables que arrasan con
familias y dejan una marca indeleble en los que la sufren.
Si,
me refiero a esa violencia que no mata de un tiro, en caliente, sino
que te mata en vida, te deja vivo pero sin ninguna salida, que te
obliga a soportar la explotación y el robo sin omitir una queja, que te
mata poco a poco. Si, en esa pobreza que le roba toda la dignidad a un
ser humano como para salir a la calle con otros para denunciarla, como
para poder imaginar que otro mundo es posible.
Hace falta mirar
que las causas de esta guerra contra la población de este país, sobre
todo de los más pobres, residen precisamente en la desigualdad, en la
vulnerabilidad de la mayor parte de la población, en el espíritu
empresarial-criminal (pleonasmo evidente pero invisible para muchos).
La violencia matriz es la explotación, la pobreza, la impunidad. No hay
que olvidarlo. Los narcotraficantes son empresarios ilegales, como los
piratas isabelinos. La línea que separa a los legales y a los ilegales
no existe más que en nuestra imaginación.
Así que toda esta
ofensiva contra los grupos de anarquistas que salen a la calle a
manifestar su hartazgo resulta muy útil para desviar la atención de la
población sobre los verdaderos orígenes de la violencia, para infiltrar
‘halcones’ que promuevan las soluciones de fuerza y la represión, para
demostrar que el estado cumple con la misión de salvaguardar la
seguridad de los ciudadanos. El chupacabras de hoy es el anarquismo.
Blog del autor: http://lavoznet.blogspot.mx/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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