La Jornada:
Luis Hernández Navarro
Sus sueños se convirtieron en pesadilla. Se fueron a dormir anhelando pertenecer al primer mundo y despertaron como parte del tercero. El 31 de diciembre de 1993 descorcharon botellas de champaña para celebrar la entrada de México, de la mano del libre comercio, a una nueva era. Sin embargo, se levantaron el 1º de enero de 1994 con una terrible cruda: una rebelión indígena en el sureste mexicano les recordó que su país imaginario existía sólo en sus fantasías.
El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) pinchó el globo de la euforia en que viajaban las élites económicas y políticas a raíz del inicio del tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. El arrojo de los indígenas insumisos del sureste descarriló al tren del proyecto de modernización del presidente Carlos Salinas de Gortari, que parecía imbatible hasta ese momento.
Inesperadamente, cientos de miles de ciudadanos salieron a las calles a expresar su solidaridad con los alzados y a exigir una salida pacífica al conflicto. Los muchos agravios provocados por la exclusión y el autoritarismo encontraron la forma de visibilizarse y tratar de articularse acercándose a los rebeldes chiapanecos.
A partir de ese momento, casi todo se le complicó al salinismo. Luis Donaldo Colosio, su candidato a la Presidencia de la República, fue asesinado. Meses después, José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI, fue ejecutado. Los alfileres de los que colgaba el falso milagro económico mexicano, se quitaron. El peso se devaluó y en su caída arrastró a centenares de miles de familias a la bancarrota. Ernesto Zedillo, el candidato emergente que tomó el relevo del sonorense ultimado en Lomas Taurinas, traicionó el proceso de paz en Chiapas y lanzó una ofensiva policiaco-militar contra los zapatistas, que resultó un fracaso. Y, de la mano del PAN, rompió con Salinas y encarceló a su hermano.
Pese al tiempo transcurrido, seguimos viviendo los efectos de lo sucedido entonces. En una certera explicación de la trascendencia de la fecha, el historiador Francisco Pérez Arce bautizó a 1994 comoel año que nos persigue.
Hoy, a cinco lustros de la efeméride, el periodista Diego Osorno vuelve a 1994 para armar un rompecabezas histórico inacabado. Lo hace con un documental de cinco capítulos de alrededor de 50 minutos cada uno, que difunde Netflix.
Desplazando a la televisión y al cine, Netflix se ha convertido en México (y en muchas partes del mundo) en un gran arquitecto del imaginario de las clases medias, en formidable dispositivo de elaboración y difusión masiva de relatos políticos, históricos y culturales. La plataforma ha confeccionado la narrativa dominante de asuntos tan distintos como la biografía de Luis Miguel o la genealogía del narcotráfico en Colombia, España y México. 1994 es la constatación de esa tendencia.
Pero esto no significa que el documental se ciña al algoritmo de Netflix. En buena cantidad de los videos bajo demanda que transmite, la empresa sigueun conjunto prescrito de instrucciones o reglas bien definidas, ordenadas y finitas que permiten llevar a cabo una actividad mediante pasos sucesivos que no generen dudas a quien deba hacer dicha actividad. Combina en la gran mayoría de sus series, prácticamente como una fórmula, elementos de drama, entretenimiento y suspenso. No es el caso de 1994. El trabajo rompe con estas reglas y vuela a sus aires y con sus ritmos.
Osorno establece el asesinato de Luis Donaldo Colosio como el eje central de su relato. Prescinde de una voz externa. Elabora su narrativa como si fuera una tragedia griega, donde hay tres o cuatro personajes centrales que hablan entre sí, y un gran coro que los acompaña. Aunque esas figuras no dialogan cara a cara, debaten a partir de cada uno de los timbres específicos de cada uno.
Esos personajes centrales son, desde canchas enfrentadas, el ex presidente Salinas de Gortari y el subcomandante Galeano (antes Marcos). La voz de Colosio se construye desde los testimonios de tres cercanos colaboradores suyos: Federico Arreola, Alfonso Durazo y Agustín Basave. Como el ex presidente Zedillo rehúye las cámaras, su versión de los hechos se escucha a partir de las entrevistas con José Luis Barros, Mario Luis Fuentes y Luis Téllez.
Esta sinfonía coral se acompaña de una enorme variedad de materiales fílmicos inéditos o muy poco conocidos. La diversidad y riqueza de las imágenes que se muestran son un banquete cinematográfico.
Lejos de hacer la hagiografía de Colosio, de moda a 25 años de su asesinato, el documental busca presentar una visión ponderada de sus méritos como dirigente político. “Colosio era un boy scout. Y la clase política no iba a permitir que un boy scout gobernara”, dice el subcomandante Galeano en la entrevista, tras arremeter contra Salinas.
El uso del pasado es un elemento clave en la disputa por el presente. 1994, de Diego Osorno, abre un boquete en el discurso histórico dominante que se quiere fabricar desde una parte del poder. Nos muestra que el pasado ya no es lo que era, ni tampoco lo que algunos pretenden que sea.
Twitter: @lhan55
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