Enormes planicies sembradas con trigo y canola invaden el
territorio yoreme. Los campos son trabajados por cientos de jornaleros
que labran para los nuevos dueños la tierra que hasta hace poco les
pertenecía. Vendieron o rentan su fuente de alimento y de cultura, con
engaños o a sabiendas, pero siempre en condiciones desiguales. Hoy son
peones en sus propias tierras. En el camino también se observan sauces,
sabinos y álamos mexicanos que sobreviven a la agroindustria. Es el
sureste de Sonora, donde hace décadas el pueblo yoreme hizo fértil esta
tierra hoy desértica.
En esta región nació Myrna Dolores Valencia Banda, concejala por
Cohuirimpo, uno de los ocho pueblos yoreme, conocidos como mayo, del sur
de Sonora. Ella también es parte del concejo del gobierno tradicional
de su pueblo, maestra de secundaria y defensora del territorio. “Soy
Myrna y estoy viva”, así se presenta al inicio de la entrevista esta
mujer de 41 años, que en mayo del 2017 fue nombrada representante de su
pueblo ante el Concejo Indígena de Gobierno.
La conversación con Myrna transcurre en la ribera de lo que queda del
río Mayo, cerca de la comunidad El Recodo, centro del pueblo ancestral
de Cohuirimpo, donde se encuentra el cementerio de los más antiguos.
Desde donde estamos, se aprecia el afluente sagrado contaminado y
disminuido. “Nuestro pueblo”, explica Myrna, “es hermano del río, y como
él, ha ido perdiendo identidad y se ha dispersado. Es una tristeza que
muchas de las tradiciones y de las costumbres ya no sean más, porque es
lo que ha hecho nuestro actual sistema de producción y de organización,
teniendo como resultado agua contaminada por las granjas porcinas y
otras empresas”.
La mayor problemática que enfrenta su pueblo, explica la Concejala y
defensora del territorio, es el despojo. “Dirán que (la venta) está del
lado de la razón, de la legalidad, que la gente vende, pero no es así.
Nuestra verdad nos indica que sólo se puede hacer tratos entre iguales.
Quien llegó primero tiene el derecho y nadie que haya llegado después
tiene la verdad y el derecho de quitar o expropiar algo de lo que
depende la vida. La tierra significa eso, nuestra propia existencia”.
Aquí son palpables las consecuencias de la reforma al artículo 27
constitucional que hace más de 20 años abrió la puerta a la
privatización del ejido. “Los ejidatarios, por necesidad y por la
opresión, se han visto orillados a rentar o vender, incluso con
artimañas y engaños de los terratenientes modernos, quienes no piensan
en la vida de nuestros hermanos, sólo en aumentar sus propiedades, en
tener una producción, pintar de verde permanente la tierra y llevar
papeles verdes al banco, aunque a nosotros no nos quede nada”.
En 1973, los ejidatarios tramitaron 520 hectáreas de tierras para
afianzarlas, pero sólo les reconocieron 90, y en otro lugar. Vino la
crisis y nadie podía vivir del fruto de la tierra, por lo que poco a
poco fueron aceptando rentarlas o venderlas. Entre 5 y 7 mil pesos
dijeron que les pagarían por hectárea, de tal modo que si alguien tenía
cinco hectáreas, recibiría entre 25 y 30 mil pesos anuales, como 2 mil
500 pesos mensuales en promedio. Pero muchas veces ni eso les pagan,
siendo el gobierno cómplice de esta dinámica.
Myrna se desplaza en bicicleta o caminando a la telesecundaria en la
que da clases. Sus alumnos son mestizos e indígenas, pero de estos
últimos ninguno viste ropa tradicional ni habla lenguas originarias. La
lengua yoreme se ha ido perdiendo en el más grande de todos los pueblos
indígenas que viven en el estado de Sonora. El despojo de tierras y
costumbres, acusa Myrna, es apoyado desde el sistema. “Esta es nuestra
realidad”, afirma.
La infancia de Myrna transcurrió en pleno auge de la agricultura,
cuando “toda la familia podía trabajar en la tierra y, luego de
cosechar, llevaba el dinero al banco y todavía le quedaba un poco”. Eran
tiempos en los que “la gente que no tenía tierras iba a las casas de
los ejidatarios y les pedía un poco de la producción. No había egoísmo.
Me acuerdo de los montones de semillas, la gente venía con sus costales y
a todos se les daba algo para que vendieran y consumieran. Eran tiempos
de abundancia”.
Del relato del siglo pasado poco queda en este territorio. Los
“tiempos de felicidad” que retrata Myrna se acabaron cuando llegaron
empresas y gobiernos “a quererlo todo”. Aquí se sembraba trigo y maíz y
se completaba la milpa con calabaza y frijol. Ahora el monocultivo de
trigo se come la tierra. “Nuestros abuelos nos han dicho que el
monocultivo provoca que la tierra se empobrezca, pues es sólo una
variedad de semilla”, explica la Concejala. Y de sembradíos de trigo
está lleno el horizonte.
La conversación con la Concejala yoreme ocurre días después de su
visita a Chiapas, donde recorrió las cinco regiones zapatistas junto a
sus compañeras y compañeros del CIG y su vocera Marichuy. De lo que vio y
hablaron se organiza una reunión nocturna en la comunidad de
Buaysiacobe, municipio de Etchojoa. Un grupo de hombres y mujeres
reunidos en el patio delantero de una casa la espera. A media luz, entre
gallinas, perros dormitando y los cantos de fondo de una iglesia
evangélica, Myrna relata a la concurrencia lo que vio, escuchó y sintió
en las comunidades rebeldes del sureste mexicano. Pero primero hablan
los demás de los problemas que enfrentan como pueblo y de las amenazas
que se ciernen sobre sus comunidades:
“Tenemos que rescatar la verdad de nuestros antepasados. Queremos
resurgir y recuperar esa autonomía”. “Conoce uno de vista a gente que
tiene muchas tierras y que siempre andan en sus camionetotas y que
compran la tierra a los ejidatarios o se las arrebatan. Nosotros les
llamamos los yoris, son los ricos, los que vienen a despojar
sin importarles nada”. “Lo que me asustó fue haber visto algunas
camionetas de Monsanto. Ésa y otras empresas de agroquímicos que
contratan gente y les hacen exámenes periódicamente para después de poco
tiempo liquidarlos, inexplicablemente”. “Estamos a punto de
extinguirnos, porque las generaciones que vienen ya no hablan la
lengua”. Dicen algunas de las voces. Myrna apunta. Y luego revira:
“Queremos resurgir y recuperarnos como pueblo”. “A todos nosotros nos
toca aportar algo para poder sobrevivir, ya no tanto para defender otra
cosa, sino para defender nuestras vidas”. “Hablar de un ejército
zapatista no es hablar de un extraño. En todos los pueblos existen esos
cuerpos de defensa”. “En los territorios indígenas existen gobiernos,
costumbres, existe un todo, es un mundo completo. Queremos recuperar
nuestro espacio, no vinimos de ninguna parte extraña”. “Nuestra lucha es
para seguir organizándonos y seguir trabajando”.
Al final de la reunión alumbrada por un tenue foquito, la gente junta
las sillas y las cubetas que han servido para sentarse. La dueña de la
casa recoge del patio escobas e instrumentos de labranza, ropa colgada
de los tendederos, ganchos, macetas, jergas, tiliches y todo lo que
encuentra. Los rateros rondan todos los días y se lo llevan todo. Les
dicen “cholos” y dicen también que los mandan los caciques de la región.
Cuando crezcan ustedes jamás van a extender la mano para que alguien las mantenga
Myrna creció en una familia de mujeres. Cinco hermanas y ningún varón
tuvo su madre, quien las crió forjándoles el carácter. “Cuando crezcan
ustedes jamás van a extender la mano para que alguien las mantenga”, les
dijo. “Tienen que ganarse lo que comen con su trabajo”, fue la
consigna.
La niña Myrna jugaba con muñecas, pero nunca se conformó con “estar
todo el tiempo en esa naturaleza de la maternidad”, y aunque aclara que
“adora a los niños”, insiste en que representan “sólo una etapa en la
vida de las mujeres”. Tanto le gustan que por eso decidió estudiar para
maestra y consagrar su vida a la educación.
Originaria de un pueblo que siente amenazado su futuro por la
reducción de su territorio y población, Myrna siguió la costumbre de
“salvarlo pariendo”. Siendo menor de edad tuvo dos hijos y, con ellos en
brazos, decidió seguir estudiando, para lo que contó con el apoyo de
sus padres y de quien era en ese momento su compañero.
Su infancia transcurrió en un pueblo pequeño, donde “a más de cien
metros a la redonda no había otras casas ni cercos, sino sólo mezquites,
una siembra un poco más allá, un canal, y por allá, como a 200 metros,
se podía ver otra construcción”. El primer cerco que construyeron le
impidió pasar a jugar entre los mezquites “y más tristeza me dio después
que un pajarito se clavó una púa. Yo no sé si el pajarito quiso cruzar y
se la enterró, pero lloré mucho porque me representaba a mí. Igual que
yo, él no podría cruzar el cerco. De ahí me nació el sueño de vivir en
una comunidad donde haya libertad y en una verdadera comunión, donde los
adultos sean responsables de los niños sin importar quién los parió”.
| Myrna tenía 30 años cuando asumió totalmente su identidad yoreme, “y hasta entonces pude apreciar el mundo tan bonito que me fue negado” |
El sueño infantil se hizo recurrente y fue tomando forma. Myrna
recreaba en su imaginación un espacio circular con los niños al centro,
luego los adultos y después los más ancianos: “Ése sigue siendo mi sueño
y es a lo que aspiro. Como concejala estoy trabajando para cumplirlo”,
dice, enfática.
Después del primer cerco, Myrna vio levantarse otros y otros y otros.
Y a derribarlos ha dedicado su vida. Como el que le impidió aprender y
hablar el yoreme. Fue una decisión tajante de su abuela, pues asumir su
identidad representaba enfrentar el racismo y la discriminación. “Tú no
vayas a hablar así, tú tienes que estudiar y de la escuela te van a
correr si te oyen hablar así”, le dijo. Por eso Myrna, como tantos otros
indígenas del país, creció sin tener clara su identidad. “¿Por qué me
siento rara entre la gente blanca?”, se preguntaba. “¿Por qué yo no
puedo ser yo en esos espacios?”. Las respuestas las encontraría más
tarde, con el deseo firme de rescatar su raíz y los saberes de su
cultura, que incluso llegó a confundir con supersticiones. Para los
yoreme no hay mayoría de edad. Las personas se consideran adultas
conforme las responsabilidades que van adquiriendo. Mirna tenía 30 años
cuando asumió totalmente su identidad yoreme, “y hasta entonces pude
apreciar el mundo tan bonito que me fue negado”. Mirna reprocha esa
injusticia. “¿Cómo es posible que todo un sistema se haya confabulado
para que yo no hablara el idioma de la gente de la que vengo?”.
Luchadora incansable, ya casada y con hijos, Myrna fue a la
Universidad y ahí tomó clases para aprender el yoreme. Pero más lo
aprendió de los ancianos, de las señoras grandes como su abuela que lo
impidió, de los chistes, las leyendas y de las fiestas en las que
predomina la lengua original.
Indígena, mujer y maestra
Muy temprano, Myrna recorre las calles de su comunidad, en estos
meses abiertas por la introducción de un drenaje cuya obra no fue
consultada y ha provocado más de 30 accidentes y pérdidas humanas.
Pedaleando llega Myrna a la telesecundaria 130 de Buaysiacobe. Ahí la
esperan 24 alumnos, en su mayoría mestizos o amestizados, que poco o
nada hablan el yoreme. Por el camino se atraviesan los caballos y
carretillas que hablan de otra época. Y un esplendoroso amanecer en las
montañas es el fondo del caserío en el que se inicia el día.
Los niños y niñas van uniformados, ellas con faldita cuadriculada y
ellos con pantalón azul marino. Dicen que amaneció “fresco”, casi
“frío”, pero el termómetro marca 26 grados centígrados a las seis de la
mañana del desierto yoreme. En el recorrido en bicicleta de su casa a la
escuela, se aprecia el despojo a este pueblo en muchas de sus fases: al
fondo se ven los campos de trigo con los jornaleros trabajando la
tierra que antes fue de ellos; de las casas antiguas poco queda y, en su
lugar, se levantan casas de materiales ajenos; un señor en bicicleta
anuncia la venta de tortillas, pues ya casi nadie cosecha maíz ni para
el autoconsumo; y los niños y niñas, así como sus maestras, no hablan su
lengua ni visten sus trajes. Muchos porque son mestizos, otros porque
la educación es en español y con uniforme.
Aun en estas circunstancias, o precisamente por ellas, Myrna se las
arregla para difundir la resistencia. No para un segundo. De la escuela a
la casa, de ahí a una asamblea, luego a unirse a la protesta contra los
invasores de unos terrenos en Cohuirimpo. Todo sin dejar de responder
las llamadas al celular de sus hijos y de vecinos de la región.
Como indígena, mujer y maestra, Myrna rechaza las reformas
estructurales del presidente Enrique Peña Nieto. La reforma en
educación, materia que le compete todos los días, “está diseñada para
que ya no sea del pueblo”. Aquí la problemática es específica: “La
dinámica de trabajo de los padres, producto también del despojo, los
lleva a trabajar en el campo desde las cuatro de la mañana, de tal modo
que los niños están solos desde esa hora y si pueden, si quieren, si
desayunaron y otras condiciones, van a la escuela. Pero la autoridad
educativa, dice, lejos de estudiar la situación, lo que nos dice es que
tienen que pasar de grado a como dé lugar, provocando un aumento
alarmante en la deserción escolar”.
Myrna es clara y de hablar pausado. Tiene el carácter fuerte y la
belleza del norte. “El sistema educativo mexicano no me hace maestra a
mí. Yo soy maestra porque tengo la responsabilidad de un pueblo”, dice.
Es maestra y está en resistencia: “Y defenderé en todo momento el ser
responsable de estos niños que ni siquiera tienen a sus padres cerca, y
la reforma educativa no me está ofreciendo nada para ellos”. Este 2018,
explica, entrará en vigor un nuevo plan de estudios que no contiene
ningún apoyo porque simplemente no hay presupuesto para las escuelas.
“No nos ofrece, al contrario, nos despoja, y por eso decimos que se
trata de una reforma laboral que atenta contra los derechos de los
maestros”.
Además del déficit educativo, la salud en las comunidades yoreme se
ha deteriorado de manera alarmante en los últimos años. Diferentes tipos
de cáncer, entre otras enfermedades, afectan a los pueblos originarios
de la ribera del río Mayo. “Hay situaciones muy penosas en las
comunidades, pues no se trata sólo de sobrellevar la enfermedad, sino
también el problema de la situación económica, la crisis en todos los
aspectos y el dolor que causa”.
| El sistema educativo mexicano no me hace maestra a mí. Yo soy maestra porque tengo la responsabilidad de un pueblo |
El acaparamiento de tierras no tiene freno, explica Myrna, y el uso
que se les da difiere mucho “de lo que nosotros conocemos como el buen
vivir”. Por eso, por lo que introduce el yori (hombre que no respeta) a las comunidades, los yoreme (que significa hombre que respeta), le temen y también lo enfrentan.
Como en la educación, Myrna asocia los problemas de salud con el
despojo. Explica: “A nosotros nos han robado o comprado con engaños la
tierra y con ella la manera de producir los alimentos sanos. Han
desaparecido las pequeñas granjas familiares donde sabíamos de qué se
alimentaba la gallina, el puerco o la res. Hoy el consumo es de
alimentos industrializados y procesados, ni siquiera sabemos lo que
estamos comiendo y qué tanto nos va a perjudicar”.
Los yoreme más viejos cuentan que antes no había diabetes, no se
conocía el cáncer ni las embolias y las enfermedades se curaban con
plantas medicinales. Hoy la salud está amenazada, “y todo por la
alimentación que se deteriora por la falta de nuestras tierras para
sembrar. A eso se suma la contaminación del agua y la desaparición
paulatina de algunas plantas medicinales”. Y se cierra el círculo.
También, explica Myrna, la salud emocional está afectada. Con el
territorio disminuido, la dinámica del jornalero y la introducción de
nuevas tecnologías (como el celular), “el calor humano se va perdiendo,
también la fraternidad para platicar y estar juntos y, en resumen, el
espíritu de comunidad disminuye”. A esto se le suman las adicciones que
han aparecido en los adolescentes y jóvenes. “Es difícil concebir que
haya seres humanos que atenten así contra la vida de nuestro pueblo”,
lamenta la Concejala.
El problema de la introducción de las drogas en estos pueblos no pasa
desapercibido. Es cotidiana la imagen de jóvenes deambulando por las
calles, sentados en las esquinas o caminando sin rumbo fijo. Todo esto,
evalúa la maestra de secundaria, “no se puede enfrentar de manera
aislada. Por eso tenemos que unirnos”.
Las excavaciones y el despojo
Myrna pone el cuerpo cuando se trata de la defensa del territorio.
Nos trasladamos en camioneta a las comunidades cercanas a Camargo, en
Cohuirimpo, donde aparecen enormes excavaciones con la tierra extraída a
un lado, en forma de pirámides. El panorama es desolador. Es la imagen
del despojo consumado. De aquí se están llevando grava, gravilla,
material pétreo para las construcciones. Son terrenos de familias
yoreme, pero, sin permiso ni consulta, los están “asaltando”. El área es
de unos 500 metros cuadrados y es de la empresa Siglo XXI la maquinaria
que en estos momentos trabaja. “Para cuando nos dimos cuenta ya habían
tumbado toda la vegetación que había. Hasta animales muertos se veían”.
El yori (el blanco, el que no respeta, el de afuera), es así
y “no le importa que la extracción de material rompa el equilibrio,
porque si la tierra tiene esa constitución, por algo es. Al sacar el
material, los enormes huecos que quedan son un peligro porque cuando
llueve se llenan de agua. Aquí de por sí es un lugar bajo y al llover
los arroyuelos traen el agua, se estanca y crea focos de infección”.
Sacan también de aquí relleno para las calles. “Acaban de revestir
toda la colonia de San Ignacio. Echaron 150 viajes de material de
relleno y por eso hay gente contenta ahorita, porque estuvieron 20 años
pidiéndole al gobierno que le arreglaran las calles y no lo habían
hecho, hasta ahora. Hay quienes dicen entonces que es malo que se lleven
el material y otros que dicen que es bueno. Se supone que es la
autoridad la que tiene que decir si hay o no hay despojo, pero la
autoridad está implicada”, explica la también integrante del concejo de
gobierno tradicional de este pueblo.
| A finales de mayo del 2017, los pobladores advirtieron excavaciones en el camino que une a las comunidades de Nachuquis y Punta de la Laguna. No hubo anuncios ni información previa |
En el camino a las excavaciones atravesamos una enorme granja
porcina. “Ésa también la pusieron sin consultar. Ahí había un pozo de
agua potable que fue contaminado por la proximidad con la granja”. Y de
ahí las enfermedades.
A finales del mes de mayo del 2017, los pobladores advirtieron otras
excavaciones en el camino que une a las comunidades de Nachuquis y Punta
de la Laguna. No hubo anuncios ni información previa hasta que miembros
del gobierno tradicional, entre ellos Myrna, acompañados de un grupo de
pobladores, interrogaron a los encargados de las excavaciones. Así se
enteraron de que se trataba de la introducción del drenaje. En ese
momento la obra se detuvo, sólo para continuarla tres meses después, en
septiembre, esta vez trazando la construcción de una laguna de oxidación
en un predio de uso común de pastoreo perteneciente al territorio de
Cohuirimpo, en las cercanías de la comunidad de Rancho Camargo,
congregación integrante del citado pueblo ancestral.
Ya antes los yoreme detuvieron la construcción de la laguna. Ellos y
ellas pusieron el cuerpo frente a la maquinaria, acamparon en el lugar e
impidieron el paso de las excavadoras. Y hasta ahí, ahora sí, llegaron
las autoridades para “dialogar”. Funcionarios de la Comisión Nacional
para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y de otras
dependencias se presentaron en Rancho Camargo, previo paso por la
comunidad a la que llegaron ofreciendo, a cambio de la autorización de
proyectos productivos, becas a estudiantes y atención a la educación
para adultos.
Los sistemas de lagunas de oxidación se utilizan generalmente en las
zonas rurales para el tratamiento de las aguas residuales. Terminan
siendo un peligro para la salud, más que un remedio para la descarga de
desechos, pues se convierten en focos de bacterias y generan un olor
nauseabundo en los alrededores. Myrna es enfática: “El pueblo está en
resistencia porque la obra no solamente no beneficia, sino que además la
comunidad nunca la pidió. Nada nos asegura que una inundación provoque
que se desborde esa laguna con todos los desechos”.
Las actuales excavaciones están a 50 metros del cauce del río Mayo,
en la comunidad del Recodo, en la que la laguna de oxidación recibirá,
dicen, el drenaje de Nachuquis, pero ni la población de esa comunidad
“beneficiada” tiene conocimiento y temen los riesgos. “Así es como actúa
la CDI, así es como traen el ‘progreso’ a las comunidades, así es como
nos despojan y se burlan”, advierte Myrna.
Es justo la contaminación de las aguas uno de los grandes problemas
que afecta la vida del pueblo yoreme. La concejala explica que los
agroinsumos que se vierten en el río Mayo han provocado que “el agua que
es vida, ahora signifique muerte”, pues no sólo el río está
contaminado, sino también los mantos freáticos. “La laguna es un
ecosistema muy valioso para nosotros. Hay lugares sagrados que se van a
perjudicar. El gobierno quiere transformar nuestros ambientes en otros
mundos”.
La maestra lo sabe y trabaja todos los días para la recuperación del
tejido comunitario. “Lo que quieren es llevarnos a la sumisión”, dice,
“y por eso seguimos resistiendo”.
Ser integrante del CIG es ser guardiana de la vida
En la historia del pueblo yoreme, relata la Concejala, “hay periodos
con revueltas sociales en los que los hombres, por su fuerza física, que
yo creo que es una de las distinciones humanas, anatómicas, tenían que
ir a pelear. Las batallas diezmaban la comunidad de hombres, y las
mujeres asumían de manera natural sus roles. En Cohuirimpo se habla de
una mujer de nombre Nacha Pascola, que en medio de una cacería
organizada por el hombre blanco, organizó a las mujeres y salieron,
pelearon y corrieron al hombre blanco para que no se metiera a sus
casas”. Esta historia, dice, retrata el espíritu de las mujeres mayo.
Myrna no confronta la fuerza de las mujeres con la de los hombres,
“siempre hemos estado a un lado, a la par”. Admite que hay machismo
dentro de las comunidades y lo vincula al sistema capitalista que “nos
convierte en objetos”. Ejemplifica: ”A mí me gusta mucho la vestimenta
tradicional, pero mucha gente dice ‘ay, qué bárbara, te ves gorda’. Pero
bueno, ésta soy yo y no tengo que negar qué soy. El hecho de que tenga
una idea de lo que soy y una seguridad en mí misma no permite que haya
ningún tipo de opresión en mi vida. En cambio el capitalismo fomenta la
vanidad y que haya un mayor consumo en el intento de imitar modelos
impuestos por el mismo sistema”.
Sin duda, refiere, su actual papel como concejala y representante de
su pueblo la ha hecho crecer, pues “nosotras vamos actuando de manera
libre, como nos sentimos, y eso es importante para enfrentar el
machismo. El hecho de que tengamos una mujer como vocera, y que ella sea
igual a nosotras, nos ayuda a ver nuestra propia realidad, una igualdad
que nos permite tener las riendas de nuestros hogares y nuestros
pueblos, y también de nosotras mismas”.
| Somos un Concejo Indígena de Gobierno, pero no un gobierno que oprime, sino que acompaña al pueblo, que vive la problemática y que jamás pondrá en duda dar la cara |
Para Myrna, ser concejala es dar continuidad a su quehacer cotidiano.
“Ser integrante del CIG es en parte ser gobierno, ser guardiana de la
vida, es preservar la vida, organizar al pueblo, defender al pueblo en
colectivo. Eso es ser un representante, no un gobernante. Nosotras
decimos que somos un Concejo Indígena de Gobierno, pero no un gobierno
que oprime, sino que acompaña al pueblo, que vive la problemática y que
jamás pondrá en duda dar la cara, dar la palabra, acompañar en todo
momento al pueblo y padecer los dolores del pueblo sin esperar nada a
cambio”.
Por eso, explica, la propuesta del Congreso Nacional Indígena “es una
tabla de salvación, es algo que se acerca a la esencia de ser yoreme,
que hace eco en nuestro ser. Algo que de pronto llega a nosotros y nos
hace identificarnos y decir ‘esto es lo que soy’. Es un modelo de
gobierno que se acerca mucho al modelo ancestral que nosotros traemos en
nuestra información genética, porque no concebimos una autoridad que
representa el gobierno blanco, el gobierno yori, que siempre ha estado distante y que se ha conformado de personas distintas a nosotros”.
Del enamoramiento al amor
Myrna se casó a los 17 años y diez años se mantuvo en el matrimonio,
hasta que dijo que “ya no, que era momento de caminar sola”. Y así lo
hizo. Como mujer ha vivido el amor a plenitud, al igual que el ser
madre, lugar en el que se siente bendecida, pues “ese ciclo me va
conduciendo por un camino por el que sé que voy a llegar”. Los hombres,
en cambio, “no tienen un ciclo que los regule como a nosotras”.
| Me hace sentir muy orgullosa tener esa capacidad de enamoramiento porque no es sólo algo que tiene la tendencia a la reproducción, sino que me hace sentir humana, mujer, viva |
Cuando se divorció, tratando de encontrar respuestas, Myrna escribió
un libro: “Del enamoramiento al amor”. Le llamó así a su terapia de
recuperación. “Me hace sentir muy orgullosa tener esa capacidad de
enamoramiento porque no es sólo algo que tiene la tendencia a la
reproducción, sino que me hace sentir humana, mujer, viva”. Cuando se
quedó sin pareja, dice, empezó a encontrar “a otras mujeres que estaban
sufriendo”. Y su sueño era trabajar con y junto a ellas. El sueño se
hizo realidad y 40 mujeres se juntaron y se pusieron a trabajar. Se
hicieron llamar “Mujeres de movimiento”. Con ese colectivo Myrna
participó en la contienda por el comisariado de su comunidad. No ganó,
pero la experiencia la dejó abierta a la participación política. “Sabía
que si no era ahí, estaría en algo más”. Y siguió trabajando.
***
Con la noche a cuestas, Myrna va a saludar a don Alfredo Osuna, del
Consejo de Ancianos de Cohuirimpo, hombre sabio y autoridad yoreme, de
los acompañantes primeros del Congreso Nacional Indígena (CNI). A media
luz, don Alfredo la recibe y le lee sus más recientes escritos: “La
verdad sufre a veces más por el calor de sus defensores que por los
argumentos de los opositores. La verdad es poderosa y permanecerá. Si no
es verdad, es bien inventada. La verdad es inmortal. El error es
mortal. La verdad es más extraña que la ficción. La verdad es fuerte, se
parece a una pelota de futbol: podemos patearla todo el día, y por la
noche permanecerá redonda y resistente”.
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