La Jornada
Luis Linares Zapata
No sólo fue la herencia del pasado sexenio priísta de Enrique Peña Nieto la disruptiva, sino que se le agregan los temblores y derrumbes de otros adicionales. De cierto, fueron los periodos de aquellos que, a partir del inicio de los años ochenta al frente del Ejecutivo federal, dejaron indeleble sello. En primera línea se incluyen a las malhadadas gestiones de origen panista. Ambos titulares, Calderón y Fox, no escatimaron recursos para condicionar el manejo de los asuntos públicos a los que les sucedieron. Tampoco se excluye a los demás de corte priísta, simplemente se apunta como una nota al pie de página. Lo cierto es que los mexicanos sienten, en carne viva, las estribaciones de todo el conjunto. La misma nación resiente innumerables condicionamientos en sus oportunidades de desarrollo. Poco se diga de las tribulaciones causadas a todos aquellos situados en la base de la pirámide poblacional, en especial los de mero abajo.
La polarización que le adjudican en exclusiva al Presidente miembros de determinadas clases bien situadas en la escala económica se enraíza en ese largo periodo llamado neoliberal. Plantear alegatos con distintos horizontes, lenguaje sonante o puntos de vista distintos pero molestos, incluso ríspidos, no engendra, por ello mismo, polarización. Tal fenómeno se da por las pronunciadas divisiones de clase y las hondas desigualdades que se han gestado y hasta exacerbado, durante tiempos pasados. La diferencia es que, ahora, se exhiben a plena luz del día.
Ya pocas, muy pocas de las acciones, planes o planteamientos emanados del gobierno actual quedan a salvo de feroz crítica mediática. Se va predicando todo un conjunto de oposiciones que soslayan razones, datos básicos, para instalarse en creencias personales o empujadas por ideologías subyacentes. Se llega hasta dar por cierto, por objetivas, percepciones que se predican sobre la misma sique presidencial. Renombrados exponentes de la academia o el periodismo se lanzan al ruedo sin mesura alguna y le asestan grietas de personalidad. En seguida solicitan, exigen, cordura y madurez por parte del mandatario para cubrir el expediente libertario con el propósito de nulificar la respuesta.
La actualidad así planteada se desenvuelve y se engloba en el terreno de las distintas narrativas públicas. La política cubre todo este ir y venir, decir y replicar, proceso abierto al que no se estaba acostumbrado. Otros asuntos, en cambio, por su misma naturaleza, son trascendentes en sus afectaciones. Hacen referencia a las herencias que se obtienen de casos concretos, tangibles de la realidad cotidiana. La elevadísima deuda pública oficial, por ejemplo, no tiene desperdicio para apreciar el estrecho margen de maniobra legado. Pero, aun en medio de este inmenso océano de dólares prestados y que exigen su puntual pago, todavía hay algo, tal vez bastante, que se pueda hacer. Y en ello se ha empeñado buena parte de las promesas de campaña para conservar los balances macro. Se reconoce, por parte de algunos comentaristas, expertos o centros de estudio e investigación, que AMLO no contrajo esos compromisos, pero tiene que honorarlos. Es más, tiene, obligadamente, que respetar sus consecuencias derivadas y construir a partir de tan severas restricciones.
El lamentable estado que guardan las instituciones clave en el funcionamiento de un Estado moderno arroja un panorama, sin alarde que valga, dramático. Pemex, la otrora sentida empresa del Estado, atraviesa la peor de las tragedias heredadas del neoliberalismo. Se la usó, con descaro y avaricia, como vehículo para los negocios de gran escala, para cumplir con la servidumbre externa y para la feroz rapiña. Aun así, el forzudo empeño presidencial de usarla, de nueva cuenta, como palanca de un desarrollo compartido e independiente, crea ondas indetenibles de críticas y augurios de desastre. Toda una batería de organismos, medios al servicio del empresariado local y al de los centros de poder financiero, entran en escena e intentan detener el cambio en marcha. Reniegan de este ensayo soberano porque lleva malas vibras a los dueños del mundo. No quieren permitir aventuras que distraigan los dictados de los grupos de presión y de los grandes negocios trasnacionales, claman con vehemencia.
Por Pemex pasaron una fila de lustrados financieros, pocosconocedoresde la energía y toda una caterva de traficantes de influencias. La cauda de tropelías, ineficiencias y torpezas que dejaron los anteriores directores y conspicuos miembros del consejo de la empresa, es interminable. Por ahí dejaron huella los muy inteligentes Pepetoños de corte Videgaray, los avezados gerentes foxianos o los improvisados cuan onerosos artífices de fallidos pactos externos (Sasir-Pemex-Repsol). Toda una caterva digna de horror.
La labor de un sencillo ingeniero tabasqueño, que ahora se hace cargo del tiradero, lleva el mandato de poner orden, limpiar la casa y servir a los mexicanos.
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