La Jornada
Leonardo García Tsao
▲ Elenco y parte de la producción de Los miserables, durante la exhibición de ayer.Foto Afp
El segundo día de la
competencia ofreció dos miradas diferentes sobre comunidades al límite,
donde la violencia permea la vida cotidiana. La primera es el debut en
la ficción del documentalista francés Ladj Ly, titulado Les misérables
de forma significativa, pues la acción se localiza en el suburbio
parisino de Montfermeil, donde se situaba también la célebre novela de
Víctor Hugo. Hoy día sigue siendo una zona pobre, sobre todo en el
barrio de población fundamentalmente negra llamado Les Bosquets.
Influida por cierto cine hollywoodense que ha descrito las tensiones
entre policía y negros urbanos, la película sigue a tres miembros del
Escuadrón Anticrimen en su desempeño habitual. Uno de ellos es un novato
que obedece las órdenes de un fascista común y un agente negro. Al
investigar el robo de un cachorro de león, los policías arrestan al niño
culpable y desatan un minimotín entre sus amigos. Por error, el niño es
gravemente herido. Más que atenderlo, los policías con experiencia se
preocupan por minimizar el hecho con los líderes comunitarios e intentan
adueñarse de las imágenes incriminantes tomadas por un dron. Al parecer
el daño se ha controlado. No obstante, al día siguiente los mismos
policías sufrirán la venganza de una banda organizada de niños negros.
Dada la experiencia de Ly en el documental, sus imágenes están
cargadas de verosimilitud y urgencia. Uno siente una tensión permanente
en la interacción de las diversas partes y resulta evidente que la
violencia estallará en forma inaplazable. Tal vez lo único que ha hecho
falta es una caracterización de las víctimas, pues todo está contado
desde la perspectiva de los policías. Pero es una objeción mínima a un
testimonio poderoso sobre una forma muy extendida de lucha urbana.
La brasileña Bacurau, de Kleber Mendonca Filho y Juliano Dornelles,
peca por su parte de incomprensible. La historia se sitúa en el ficticio
pueblo epónimo y durante una hora resulta difícil adivinar de qué va.
Una matriarca muere y el lugar parece desaparecer de los mapas. Luego
aparecen unos mercenarios gringos, comandados por un alemán (Udo Kier,
siniestro y mal actor como siempre), que comienzan a asesinar a los
lugareños. Éstos se defienden tomando una droga sicotrópica para
animarse con la consecuente masacre.
El ex crítico Mendonca Filho había realizado antes Aquarius
(2015), que también compitió en Cannes, y con ella demostró su habilidad
para contar una historia lineal sin mayores pretensiones. La culpa,
entonces, debe ser de Dornelles. Aunque se trata de una película
claramente alegórica, queda por averiguar qué elementos de la realidad
brasileña se desean representar. Hay mucha música, muchos colores,
violencia… e incoherencia.
Lo que también ha sido un enigma duro de descifrar ha sido la lógica
de las funciones de prensa. Diseñadas por el delegado general Thierry
Frémaux con la peregrina noción de que la crítica no pueda hablar mal de
las películas antes de su pase oficial, dichas funciones han roto un
esquema que llevaba décadas funcionando bien. Ahora es imposible seguir
un orden establecido. Las proyecciones de prensa pueden ocurrir en la
tarde –cuando uno trataba de dedicarse a otras secciones– o a las 10 de
la noche, que ya no son horas, francamente.
Twitter: @walyder
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