Bernardo Barranco
La Jornada
La pretensión de las iglesias
por poseer medios de comunicación, como radio y televisión, se antojan
aspiraciones tardías en el mundo actual de Internet y las nuevas
plataformas. La terquedad ha durado lustros, mismo que las nuevas
tecnologías están rebasando la eficacia y penetración de los medios
tradicionales. Los jóvenes habitan otros espacios a los tradicionales.
Entonces, ¿por qué algunas iglesias se empeñan no sólo estar presentes
en los cuadrantes, sino en la posesión de medios? Es una cuestión de
poder. Los medios son símbolo de estatus como lo ha hecho valer en
Brasil la Iglesia Universal del Reino de Dios, al poseer la segunda
cadena de televisión más grande el país. En 1989 compraron la Red Record
por 45 millones de dólares y pagaron otros 300 millones de dólares de
deudas que la emisora paulista tenía, siendo así la estación de difusión
de programas religiosos con mayor parte en su programación. Sin
embargo, para poder ser competitiva esta cadena tuvo que adecuar su
programación como cualquier emisora comercial con novelas, deportes,
series y concursos.
La iglesias en México ya están presentes en los medios ante el
disimulo de las autoridades. El tema de fondo no es el acceso de las
iglesias a los medios, sino la posesión de estaciones y canales de
penetración masiva. La difusión de doctrinas, creencias y proselitismos
en los medios es una realidad desde hace décadas. El acceso existe y
depende de la capacidad económica de cada confesión. Basta sintonizar
muy noche televisión y radio para encontrar una variedad de programas
religiosos. Televisa vende su barra a la mencionada iglesia brasileña,
Iglesia Universal del Reino de Dios, que en México se llama Pare de
Sufrir, una bizarra mezcla de religión y mercado, de empresa eclesial e
iglesia empresarial. Y que en Brasil apoyó de manera decidida al triunfo
de Jair Messias Bolsonaro como presidente. Por otra parte, Televisa
desde 2008, ha emitido más de mil capítulos de rústica moralina, nos
referimos a la serie La Rosa de Guadalupe. En cada capítulo se relata un
milagrorealizado por la Virgen, como fuente de inspiración y esperanza de la fe popular. Las limitaciones de la ley no han sido obstáculos para que iglesias tengan diversas difusoras de radio, piratas o bajo prestanombres.
La Iglesia católica maneja estaciones religiosas a través
de asociaciones civiles en apariencia entidades no religiosas. En el
sureste y Pacífico norte hay docenas de radios evangélicas que operan de
manera irregular. En la televisión de paga se difunden decenas de
canales religiosos cuya producción se origina desde otros países.
Valdría la pena preguntarse por qué los distintos gobiernos han tolerado
la notoria violación a la ley y a la laicidad mexicana. En el portal de
María Visión, canal católico que opera desde Edomex, Jalisco y Ciudad
de México, se lee: “A tres meses de haber salido al aire el 11 febrero
de 1994, día de Nuestra Señora de Lourdes, nos convertimos en una señal
satelital trasmitiendo a través del satélite Morelos II con un
potencial en señal abierta de 4.5 millones de telehogares en el ámbito
nacional y 1.5 millones en el internacional”. Otra modalidad son los
acuerdos y convenios entre estaciones comerciales y asociaciones
religiosas. Los concesionarios comerciales venden sus espacios al aire a
programas de contenidos religiosos de corte proselitista que vulnera la
equidad que debe garantizar el Estado. Además de Televisa y Tv Azteca,
destacan las radios de alcance nacional, como Radio Fórmula o Radio 620.
Insistimos: ¿la Secretaría de Gobernación se hace de la vista gorda
desde hace lustros y tolera en cientos de emisiones difundidas en todo
el país? ¿Los prestanombres son salidas leguleyas? Como el bochornoso
caso de IFT que otorgó una concesión a una asociación civil evangélica
llamada La Visión de Dios.
Gran parte de la oferta religiosa en el espectro radioeléctrico goza
de muy baja audiencia. Hay que expresarlo con claridad, no estamos ante
emisiones estimulantes. Por el contrario, priman el tedio y los
discursos excluyentes. En el mejor de los casos, un rosario patético de
relatos moralinos. Muchos son homófobos, cargados de odio que ahora
tanto lamentamos.
Una tarea central de toda Iglesia es el proselitismo. La complejidad
de nuestras sociedades ha obligado a las instituciones religiosas a
replantearse cómo ganar adeptos. La pastoral parroquial, la palabra
escrita y el contacto personal puerta en puerta desde hace décadas
resultan métodos insuficientes. La comparecencia religiosa en los
medios, desde la década de 1970, fue considerada una presencia
estratégica. La respuesta fue la exaltación del carisma. Las iglesias
electrónicas explotaron a sus telepredicadores y la Iglesia católica
enalteció la figura del papa Juan Pablo II como superestar. Los
riesgos de la comercialización y la banalización se hicieron patentes.
Hasta principios de siglo tal aspiración era justificada. Hoy me
pregunto su eficacia ante las nuevas tecnologías.
Frente al caos de la simulación, no tendría problema que se legislara
el acceso a las iglesias, siempre que se hiciera sobre el piso parejo.
La laicidad del Estado no establece distingo ni privilegio a ninguna
Iglesia aunque sea mayoritaria. Ante casi 9 mil registros de
asociaciones religiosas, ¿el Estado podrá responder con equidad para que
los mensajes proselitistas sean transmitidos bajo principios de
igualdad? ¿Qué criterios proporcionales se aplicarían? Si la Cuarta
Transformación concede medios a algunas iglesias, favorecerá inequidad.
Diversas minorías se verían discriminadas, religiosas y seculares, de
tomar una decisión el gobierno deberá conformar un esquema equilibrado y
equitativo.
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