Mediodía en un bar. Tres topas y Rocío. Té rojo, charlamos, terminamos de ajustar las preguntas. Suena su teléfono, Bohemian Rhapsody. Ahora sí, empezamos la entrevista. Tres horas de conversación fluida que acabaron de la mejor manera posible, con Rocío cantando y nosotras emocionadas.
Se dice de ti que rompes los estereotipos flamencos, empezando por la transmisión familiar y acabando por el faranduleo
Ahora los espacios son otros y las maneras de relacionarnos y aprender son otras. Me flipa la visión romántica del flamenco y las tabernas. Mi abuelo tenía una taberna y yo me he criado en las peñas, pero creo que hoy en día a esos espacios apenas se va. Me da pena, pero alrededor de eso hay mucho de mito. Queda menos bonito decir las horas que estoy con Spotify o con Youtube aprendiendo cantes. Y es cierto que eso se hacía antes de una manera mucho más informal, pero la sociedad ha cambiado. Si somos sincerxs, en el momento en el que se profesionaliza algo, todo cambia. Si tengo tres actuaciones a la semana, el día libre quiero estar en mi casa tranquila con mi perra, porque además tengo otra actuación al día siguiente. Antes, como todo se movía en ese mito de la fiesta, llegabas hasta las trancas a una actuación y no pasaba nada. Ahora si actúas así en un escenario no te llaman más. Lo que se permitió a la generación anterior a nosotrxs no se nos permite. Y esto ha hecho que todo cambie muchísimo.
La Piriñaca decía que «cuando canto a gusto la boca me sabe a sangre». ¿Tu tesis sobre la técnica vocal en el flamenco te ha ayudado a encontrarte como cantaora?
A mí me ha servido mucho porque yo cuando empecé a cantar ponía la cejilla al ocho para todo y me salieron nódulos a los dos años. En el flamenco empezamos a hacer cantes de gran dificultad técnica sin haber tenido una mínima noción, solo por imitación. Hay algunxs que de una manera innata encuentran una técnica que le funciona muy bien y a otrxs nos cuesta mucho más y lo hacemos de una manera más consciente. Afortunadamente, hay muchas maneras de llegar y eso es algo que siempre me ha obsesionado. Recuerdo que destrocé una cinta VHS con una actuación de Maite Martín de las veces que la vi para fijarme en cómo colocaba la voz. Hablar de técnica vocal en el flamenco es muy complicado al ser un arte de tradición oral y con muchas escuelas. Lo que planteo en mi tesis es que todas las personas tenemos todas las posibilidades de colocación a la hora de cantar pero, por diversas cuestiones, nos sentimos más cómodas o nos suena mejor una cosa que otra. Lo enfoqué como una herramienta en búsqueda de la libertad —cómo puedo tener más colores y más recursos— que tener un tipo de voz no tiene por qué limitarte a un solo tipo de cante.
En la tesis también hay una parte que está centrada en la menstruación. Me basé en el libro de Erika Irusta (Diario de un cuerpo) e hice lo mismo con la voz: apunté cómo me sentía cada día y me di cuenta que hay momentos de mi ciclo en los que me cuesta más afinar o hacer filigranas y, curiosamente, son momentos en los que recibo más devolución del público.
Últimamente estoy muy obsesionada con ese tema y con las distintas colocaciones: las que están más en la máscara (frontal y paranasal) son más dulces, de más precisión; y esmoidal y esfenoidal tienen más fuerza, más resistencia. Cuando me voy para atrás y abro el sonido me han dicho que sea más contenida (técnicamente que me vaya para adelante); y comercialmente lo que lo peta es eso, cantar adelante, dulce. Si quieres estar en radio, y eres mujer, no abras la voz.
Por eso veo que hay un vínculo fortísimo entre las voces femeninas que funcionan en lo comercial y la imagen que quiere el patriarcado. No se quiere una voz sonando fuerte ni con un posicionamiento de un timbre menos amable: todo tiene que ser muy bonito, que estemos muy bien vestidas, muy cuidadas. A mí me han pedido que me contenga, que no me vaya de la dulzura, de lo comedido, que saco demasiado la voz.
Saliéndonos de lo estrictamente musical. Te hemos visto en un campo de refugiados en Lesbos, cantando a mineros en huelga en lo profundo de una mina leonesa. ¿Cómo vives ese compromiso político? ¿Tiene que ver con el arte o viene de antes?
Ha sido mi forma de pensar siempre, pero hacer público ese compromiso es algo que he hecho sobre todo en los últimos años. Yo por carácter tiendo mucho a ser muy correcta, pero llegó un momento en que me aburría a mí misma. Dejé de sentirme cómoda con cantes que había hecho muchas veces. Entonces me decidí a compartir lo que pensaba. Si te pones a componer es lo que te sale. Si buscas letras, esas son las letras que quieres cantar. Ha sido algo progresivo. Me cuesta mucho separar lo que soy de lo que hago. Una canta como es y mis debilidades y cualidades como artista creo que son las mismas que como persona.
Ahora bien, siempre ha habido artistas excepcionales que no tienen ningún posicionamiento político y a mí me parece muy bien. Igual que me parece bien quienes lo han tenido siempre. No es nada nuevo.
¿Y cómo llegas al feminismo?
Me ayudó el máster (de estudios avanzados de flamenco). Había una asignatura que se llamaba Sexuación en el Arte y lo primero que pensé es que eran ganas de buscarle tres pies al gato. No creía que hubiera tanta diferencia entre la mujer y el hombre en el arte, así que fui a hablar con la profesora, Assumpta Sabuco, y le comenté mi inquietud. Ella me dijo que le parecía interesante mi posición, pero me pidió que siguiera yendo a ver qué tal y al poco me alegré. Hicimos un ejercicio de revisión de críticas flamencas destacando la diferencia en la descripción de mujeres y hombres. Impresionante. Nosotras sensuales y dulces, y ellos la fuerza. Hay veces que hace falta ser muy explícita porque si no estás en ese punto de conciencia no te das cuenta. A partir de ahí dejé de normalizar ciertas cosas que tienes tan integradas que no ves.
¿Y estos temas se hablan entre compañeras?
No. No se hablan mucho. No hay conciencia. A veces creo que tengo desdoblamiento de personalidad porque a lo mejor estoy escuchando una charla de Paul B. Preciado y al rato estoy con personas que ni se han planteado la perspectiva de género. Pero hay que ser comprensivas con otras partes del proceso y respetar el momento en el que está cada una. También es muy importante observar esto desde lo económico. Desgraciadamente, cuando tienes seguridad económica te permites decir ciertas cosas mucho más fácilmente. Cuando he necesitado el dinero para pagarme la luz y el agua, he tenido la boca más chica. A mí me ha coincidido con un buen momento y me lo he podido permitir, pero entiendo la situación de otras compañeras. Soy menos comprensiva con los hombres. Ahí tengo una guerra con los críticos. Me cuesta entender ciertos artículos. Por ejemplo, cuando ese señor (se refiere a una crítica de Manuel Bohórquez a la que ella respondió públicamente) que, por ser hombre, heterosexual y vivir en el primer mundo tiene ciertos privilegios de los que no es consciente, dice que el flamenco no es machista, cuando no ha tenido que aguantar que se pasen con él en una peña. Eso no pienso consentirlo, me parece muy injusto. Soy comprensiva con mis compañeras, pero no con los hombres que intentan seguir ejerciendo su fuerza contra nosotras, con más o menos conciencia.
¿Hay mujeres críticas de flamenco?
Soy muy fan de Silvia Cruz Lapeña y de Sara Arguijo. Son menos, pero creo que esto va cambiando. La entrevista que me hizo Silvia ha sido de las más interesantes que me han hecho nunca. Me dijo una cosa que me encantó: que era mucho menos nuera perfecta de lo que nos quieren vender los críticos y que ella no lo compraba. Y me dio una alegría empezar una conversación así. Eso me da libertad para salir de ser una bienqueda.
Según los carteles de los festivales más prestigiosos, las figuras más destacadas formáis parte de un flamenco heterodoxo. ¿Es este flamenco heterodoxo la nueva ortodoxia del flamenco?
Totalmente. Ese es el movimiento que se ha dado y además muy rápido. En tres o cuatro años la contracultura ha pasado a ser cultura y al revés. Por eso yo siempre he apoyado visiones muy abiertas. Porque sobre todo en el cante ha costado mucho trabajo ocupar ese espacio. Enrique Morente lanzó el testigo, pero ha costado. Ahora, una vez que ha pasado, el capitalismo lo ha hecho suyo, como hace con todo, y de repente se ha llevado por delante mucho de lo que le daba sentido a esa visión. Igual que antes me parecía necesario que conviviesen las distintas formas del flamenco, ahora tenemos que seguir luchando por lo mismo porque casi están en desventaja quienes cantan con unas maneras más ortodoxas y más tradicionales. Y es muy necesario que ese pilar esté ahí, lo que pasa es que eso no genera tanto dinero. Por eso al capitalismo le interesan más otros nombres que llenan estadios y al final se acabará entendiendo que eso es flamenco. Ha pasado todo muy rápido y lo que antes me parecía un discurso revolucionario ahora me parece muy consumista.
Es complejo porque se necesitan las dos corrientes para evolucionar. Que haya diversidad es lo positivo, que la paleta sea cuanto más grande mejor nos enriquece a todxs, aunque sí creo que hay que repensar a dónde vamos. Frente a la idea de que el flamenco es de minorías, vemos que hay grietas por las que se puede colar y puede ser de masas. Por eso creo que es un momento para replantearnos el a dónde. Y si alguna vez el flamenco fue una zona de resistencia de algo, en el momento en el que nos incorporemos de esa manera tan clara al capitalismo más desenfrenado, lo hemos perdido.
De las tablas del Primavera Sound a las de las peñas de media Andalucía, del ruidismo de Los Voluble a la experimentación de Raúl Cantizano. ¿Se podría decir que tienes un pie en Radio3 y otro en Radiolé? ¿Cómo te sientes en esa frontera entre lo moderno y lo rancio?
En Radiolé creo que no quepo, en Canal Sur puede ser. Lo de tener un pie en cada lado a mí me apasiona, lo necesito. Yo diría que ese es el hilo conductor de mi propuesta artística. Recuerdo que tuve un mánager que me decía que no debía ir a las peñas porque así se quema la ciudad e impide que te lleven a un buen teatro con un buen caché. Pero yo necesito estar ahí también, para componer, para rebuscarme, para estar a gusto y encontrarme yo en mi centro.
¿Qué has visto en el Jueves?
Pues, sobre todo, vinilos y cintas. Cuando vas a una tienda buscando algo concreto es difícil que otra cosa te sorprenda, pero si vas al Jueves, donde no puedes ir buscando algo concreto, te encuentras sorpresas. De repente ves discos antiguos de artistas consagrados en los que hacían de palmeros a otros artistas. O descubres artistas que no conocías, como Emilio el Moro, al que me aficioné en el mercadillo. Me gusta el mercadillo del Jueves de la calle Feria por las sorpresas que te vas encontrando.
Te hemos visto dando clases en el IES Carmen Laffon. ¿Te interesa la enseñanza?
A mí la parte didáctica me ha interesado mucho, aunque ahora cada vez me interesa menos. Al principio estaba muy a favor del flamenco en la Universidad y ahora no lo veo tan claro. Vamos a intentar meter lo menos posible la mano que al final la cagamos. Eso estoy pensando últimamente. Pero en este tipo de proyectos sí creo. Fui un día a la semana al bachiller de artes escénicas durante un curso y ver gente tan joven tan volcada con el arte me emociona mucho. Es muy distinto enseñar a futuros profesionales que a personas a las que les gusta el flamenco. Es una cuestión de actitud. El arte en general es algo tan vocacional que, si en algún momento te lo vas a tomar como tarea, mejor no lo hagas.
De hecho, una de mis obsesiones, por las que he seguido estudiando, es que tengo que prepararme para otras cosas, porque si alguna vez no quiero estar en un escenario no voy a estar. Por respeto a la gente, al arte y sobre todo a mí misma. Porque tener que estar en un escenario si no quieres es una sensación muy desagradable.
¿Y te ha pasado alguna vez?
Me ha pasado. He tenido rachas. Afortunadamente no me ha pasado mucho, pero tuve una crisis hace unos cinco años y me duró unos meses. Y me pongo plazos. Me digo que si en nueve meses esa sensación no se ha quitado no cojo contratos. Luego me recupero, pero es un momento en el que no me sale ni la voz, siento que no tengo nada que ofrecer. Es una sensación extraña porque tienes que aguantar el tipo. Respetarme y conocerme también ha sido un trabajo y no vivirlo desde la presión, sino buscarme otras opciones, otras puertas.
Decía Juan Talega que «pasados los 40 es cuando se empieza a cantar con fundamento». ¿Cómo te ves dentro de 10 años?
A mí ahora me apetece mucho —y esto es una primicia— hacer un disco de flamenco tradicional de guitarra y voz, que es algo que no he hecho, algo más antológico. Y siento que ahora es el momento: estoy bien de facultades y he tenido tiempo para interiorizar los distintos palos. Cada edad tiene su momento. Ahora estoy disfrutando mucho de tener algunos cantes que llevo haciendo desde hace muchos años, haberlos revisitado y permitirme pasarlos por mi filtro sin la imitación exacta. Espero tener ganas de disfrutar de lo que cada etapa ofrece, eso es lo que tengo en mente y todo lo demás queda abierto.
Candela G./Mar P./Ricardo B. Equipo de El Topo
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