Traducido del inglés para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
Ilustración cortesía de Lalo Alcaraz © 2019, Andrews McMeel Syndication
Los
mexicanos se han convertido oficialmente en miembros de una especie
amenazada o en peligro de extinción en Estados Unidos (y no me refiero
con ello al aspecto demográfico, pues seguimos creciendo en el norte 1
–donde las personas de origen mexicano representan más de 40 millones
de ciudadanos o residentes– a pesar de las fantasías racistas de Donald
Trump y los de su clase). Desde comienzos del siglo XIX hasta nuestros
días, los mexicanos han sido despojados de sus tierras, linchados,
asesinados, encarcelados, segregados, subyugados, vilipendiados; han
sido utilizados como chivo expiatorio, esterilizados, violados,
golpeados por turbas blancas, maltratados por la policía, y objeto de
todo tipo de violencia racial.
En la
actualidad, entre los culpables de estos atroces actos y crímenes se
encuentran los racistas más poderosos del planeta (Trump y compañía), el
moralmente corrupto Partido Republicano, los medios de comunicación
estatales (Fox News), los deplorables seguidores de Trump, los
capitalistas y los agentes del Estado.
Aunque Trump se empeñe en
convencernos de que hay “buena gente” entre aquellos que apoyan la
supremacía blanca, la violencia y el odio racial (y actúan en
consecuencia), y entre aquellos que se oponen a los peores elementos de
nuestro entorno, lo cierto es que estamos viviendo otro periodo sombrío
de la historia de Estados Unidos en el que es preciso que nos
posicionemos. Cuando el gobierno amenaza a un grupo étnico determinado
con políticas y programas brutales (esclavitud, reservas, Jim Crow 2, campos de internamiento, jaulas para niños…), o estás a favor de las políticas inhumanas del Estado o estás contra ellas.
En lo tocante a la injusticia no existe la neutralidad.
Tal y como afirmaba el fallecido pedagogo y filósofo Paulo Freire en su obra Pedagogía del oprimido,
cuando los opresores –o aquellos que detentan el poder y deshumanizan a
los oprimidos y a los vulnerables– deshumanizan a otros, ellos mismos
pierden su humanidad. Por ejemplo, cuando el gobierno de EE.UU. y sus
agentes o apologistas separan a los niños de sus padres o tutores y les
confinan en jaulas, los responsables de esos actos deshumanizadores se
deshumanizan.
En mi último libro, Defending Latina/o Inmigrant Communities: The Xenophobic Era of Trump and Beyond
(En defensa de las comunidades latinas e inmigrantes: la xenofobia en
la era de Trump y otros), en el que analizo la grave situación de los
latinos y de los inmigrantes en general, sostengo que el antimexicanismo
en concreto tiene raíces profundas en la historia de este país. Dentro
de dicho libro de plena actualidad, el ensayista Juan Gómez-Quiñones
ofrece un brillante análisis y un paradigma del antimexicanismo en el norte: “El antimexicanismo es una forma de nativismo que practican los colonialistas y sus herederos”.
Tal
y como he dicho, el antimexicanismo se ha convertido en uno de los
pasatiempos favoritos de Estados Unidos, como el beisbol. Pero, a
diferencia del deporte favorito de los estadounidenses, el
antimexicanismo se remonta a la década de 1820, cuando los primeros
inmigrantes blancos se asentaron en lo que ahora es el estado de Texas.
En aquel tiempo, siendo territorio mexicano, muchos inmigrantes blancos
se asentaron allí, con y sin permiso. Cuando México prohibió la
esclavitud en 1830 (según el fallecido doctor Ronald Tataki en A Different Mirror: A History of Multicultural America),
los colonos blancos junto a los propietarios de esclavos iniciaron una
guerra contra el gobierno mexicano que llevó a la anexión de Texas a
EE.UU. en 1836, como la República de Texas. Me parece que los colonos
blancos estadounidenses o los gringos codiciosos se tomaron literalmente la palabra cuando mi gente les dijo cortésmente, “Mi casa es su casa”.
¡Ya basta!
En resumen, ya es hora de que todas las personas de origen mexicano (sin los vendidos)
así como nuestros simpatizantes y defensores alcemos la voz, nos
organicemos y actuemos para defender nuestros derechos humanos en el norte y en el sur.
Notas del traductor:
1. He conservado las cursivas originales del artículo cuando utiliza términos en castellano.
2.
Las leyes de Jim Crow propugnaban la segregación racial en todas las
instalaciones públicas y estuvieron vigentes entre 1876 y 1965.
El
Dr. Álvaro Huerta es profesor asistente de planificación rural y urbana
y estudios étnicos y de la mujer en la Universidad Politécnica de
Pomona, California. Es autor de “Reframing the Latino Immigration
Debate: Towards a Humanistic Paradigm”, San Diego University Press
(2013).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario