Víctor Flores Olea
La Jornada
Ya nos hemos referido
al encuentro que tuvieron en Hermosillo Andrés Manuel López Obrador y
Noam Chomsky, y a algunos de los aspectos de la ideología política del
primero expresados en más de 20 años de militancia en la izquierda
mexicana con ideas cercanas a las de la Revolución de 1910, como un
claro nacionalismo y, por tanto, una política exterior que afirma la
soberanía de México y la cooperación internacional; y, en lo interior,
por haber planteado una reforma agraria importante, adelantándose a
todos los países de América Latina y del grupo de subdesarrollados, y un
derecho del trabajo que también fue pionero a nivel internacional.
Estas características de la Revolución mexicana y esfuerzos educativos
de vanguardia están sintetizados en la obra de José Vasconcelos, quien
también impulsó el muralismo, una de las muestras brillantes de la
expresión artística en el siglo XX.
Esta carga histórica estuvo presente en la política y en los
políticos mexicanos nacidos antes de los años 50 del siglo pasado, y por
tanto en AMLO, quien apenas cumple 65 años. Por supuesto, fue en ese
mismo tiempo que surgió una amplia crítica a los gobiernos surgidos de
la Revolución mexicana, crítica que se radicalizó al paso de los años.
Él es un ejemplo vivo del político mexicano influido por las ideas
centrales de la Revolución y también de la crítica a la política real
que practicaron los gobiernos
revolucionarios, una de cuyas culminaciones ha sido precisamente López Obrador, quien asumió inteligentemente esas críticas que lo llevaron al triunfo del primero de julio de 2018.
Sus críticos más radicales han tomado los aspectos de la Revolución
mexicana que persisten en el programa político de López Obrador para
alegar que repite principios ya utilizados sin demasiado éxito en el
pasado y de una crítica a la política real en México, de la que también
ha echado mano AMLO, demostrando entonces que su enfoque no es
genuinamente revolucionario sino apenas siguiendo algunos principios
burgueses. Tales críticos, a lo que parece, desearían que dichas
críticas se hicieran en nombre del socialismo, para mostrar realmente el
fondo de la ideología del Presidente.
Pese a tales observaciones, que por momentos parecen abstractas y
fuera de la realidad, López Obrador ha tenido el talento de llegar hasta
las fibras ocultas del pueblo y ha decidido no romper –no por la vía
del lenguaje– los límites que podrían ser aceptados por una mayoría, sin
que sus críticos hayan llegado, ni de lejos, a conformar una mayoría
equivalente. Por el contrario, todo indica que AMLO no sólo conserva
sino que ha incrementado el número de sus simpatizantes.
Por lo que hace a Noam Chomsky pudieran establecerse ciertos
paralelismos con la conexión vital de AMLO respecto de los
acontecimientos de su época. El hoy famoso lingüista, filósofo y crítico
político vivió también una juventud muy vinculada con las discusiones y
enfrentamientos de su tiempo: contra la guerra de Vietnam, la
discriminación racial, la acumulación de armamento nuclear. Ha sido
siempre un activista consumado, y a pesar de que sus estudios de
filología y lingüística lo llevaban a campos aparentemente alejados del
análisis político, pronto incursionó en la discusión política y en la
militancia, estableciendo la importancia que para la sociedad tienen las
decisiones políticas y económicas.
Al paso de los años, Chomsky amplió su visión y desarrolló una
crítica cada vez más radical del capitalismo y del ejercicio de los
poderes públicos en Estados Unidos, y concluyó que la acumulación de la
riqueza en pocas manos es el mayor adversario de la democracia, al
excluir a las mayorías sociales del ejercicio del poder público, o de su
participación relevante en ese ejercicio. Al igual que López Obrador,
nunca aceptó la calificación de socialista, ya que la palabra tenía
connotaciones dogmáticas inadmisibles para el filósofo y lingüista. Por
cierto, el encuentro de AMLO y Chomsky en Hermosillo se debió a una
conferencia del académico estadunidense en la Universidad de Sonora, con
el título Capitalismo Gángster.
Chomsky, en sus propias palabras, nos expresa algunas imágenes
críticas del funcionamiento del capitalismo: “El neoliberalismo existe,
pero sólo para los pobres. El mercado libre es para ellos, no para
nosotros. Esa es la historia del capitalismo. Las grandes corporaciones
han emprendido la lucha de clases, son auténticos marxistas, pero con
los valores invertidos. Los principios del libre mercado son estupendos
para aplicarlos a los pobres, pero a los muy ricos se les protege… Todos
ellos viven con un seguro: se les considera demasiado grandes para caer
y se les rescata si tienen problemas. Al final, los impuestos sirven
para subvencionar a estas entidades y con ellas a los ricos y poderosos.
Pero además se le dice a la población que el Estado es el problema y se
reduce su campo de acción. ¿Y qué ocurre? Su espacio es ocupado por el
poder privado y la tiranía de las grandes corporaciones resulta cada vez
mayor”.
Y agrega:
Hasta Orwell estaría asombrado. Vivimos la ficción de que el mercado es maravilloso porque nos dicen que está compuesto por consumidores informados que toman decisiones racionales. Pero basta con poner la televisión y ver los anuncios: ¿buscan informar al consumidor para que tome decisiones racionales? ¿O buscan engañar? Pensemos, por ejemplo, en los anuncios de coches. ¿Ofrecen datos sobre sus características? ¿Presentan informes realizados por entidades independientes? Porque eso sí generaría consumidores informados capaces de tomar decisiones racionales. En cambio, lo que vemos es un coche volando, pilotado por un actor famoso. Tratan de socavar al mercado. Los negocios no quieren mercados libres, quieren mercados cautivos. De otro modo, colapsarían.
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