Alejandro Nadal
La Jornada
“La palabra ‘marfil’ timbraba
en el aire, era susurrada, era parte de un suspiro. Cualquiera diría que
se trataba de un rezo. Un tinte de rapacería imbécil atravesaba la
atmósfera, como si fuera la emanación de un cadáver”. Con estas palabras
inquietantes Joseph Conrad evoca en su novela El corazón de las tinieblas la violencia y la maldad que rodean la obsesión por el marfil.
El escenario es un viaje por el río Congo a finales del siglo XIX. El
comercio de marfil se confundía con el tráfico de esclavos en una
tragedia dantesca, cuyo legado todavía padecemos. Y si no cambiamos el
rumbo de los acontecimientos, nuestros hijos serán los testigos de la
extinción de los elefantes.
A principios del siglo XX la población de elefantes se acercaba a la
cifra de 12 millones de animales. Después de décadas de cacería
implacable, dicha población sufrió un colapso extraordinario y en la
actualidad quedan 490 mil en todo África. En 1989, la Convención sobre
Comercio Internacional de Especies Amenazadas (Cites) decretó la
prohibición total de comercio de marfil y eso frenó la cacería furtiva
de elefantes. Algunas poblaciones de elefantes pudieron recuperarse.
Pero las fuerzas económicas volvieron al ataque, y en 1997 las Partes
de la Cites aprobaron una venta de 50 toneladas de marfil provenientes
de acervos existentes de Botswana, Namibia y Zimbabue, y en 2008 se
autorizó otra venta de marfil (esta vez proveniente de esos países y de
Sudáfrica). Los destinatarios de estas ventas fueron China y Japón. Los
argumentos para justificar esas transacciones fueron que los recursos se
destinarían a soportar los gastos de la conservación de elefantes y a
apoyar las comunidades locales.
El resultado de esas dos ventas de marfil fue un repunte espectacular
de la cacería furtiva. En la actualidad, el número de elefantes
asesinados cada año rebasa 20 mil. ¡Un elefante masacrado cada media
hora! Con razón se mantiene activo el mercado ilegal en el mundo, a
pesar de que China ya cerró ese comercio interno.
Esta semana se lleva a cabo en Ginebra la reunión decisiva sobre el
porvenir de los elefantes en África. No es exageración decir que el
futuro de esta especie está en peligro mortal. En esta Conferencia de
las Partes (Cop18) de la Cites se enfrentan dos posiciones sobre el
destino de los elefantes. Por una parte, la Coalición para el Elefante
Africano (AEC), que incluye 32 países del continente, propone colocar a
todas las poblaciones de elefante africano en el Apéndice Uno, que
prohíbe terminantemente el comercio de las especies ahí enlistadas. Con
esta propuesta se regresaría a la protección que permitió reducir de
manera significativa la cacería furtiva de esos animales.
Frente a esta coalición se erige un grupo de países de África austral
que sostiene que sus poblaciones de elefantes están en aumento. Estas
naciones reclaman el derecho a vender marfil como si fuera un recurso
natural cualquiera. Se trata de Sudáfrica, Zimbabue, Namibia y Botswana.
En estos países los elefantes se encuentran en el Apéndice Dos de la
Cites y, por tanto, en ellos no está prohibido el comercio de marfil.
Sin embargo, bajo un complicado proceso de anotaciones, en estas
naciones todavía no se permite dicho comercio. Estos cuatro países
pretenden cambiar esa situación para reanudar el comercio.
La postura de este grupo adolece de varios problemas. Primero, las
poblaciones de elefantes, que son migratorias, se desplazan
constantemente de un territorio a otro. Con frecuencia muchos elefantes
son avistados al anochecer en Namibia (Apéndice Dos), pero esos mismos
animales pueden encontrarse al amanecer en Angola (donde prevalece el
régimen del Apéndice Uno).
Segundo, mantener a la misma especie bajo dos apéndices es siempre
desaconsejado en el marco de la Cites. La razón es sencilla: el listado
dividido promueve el mercado ilegal y abre las puertas al lavado de
marfil. Las fuerzas comerciales no conocen fronteras y la conectividad
mercantil tiende a borrar todas las barreras artificiales.
Tercero, quienes promueven la venta de marfil ignoran todo sobre la
estructura y dinámica de los mercados de ese producto. Volver a abrir el
mercado mundial de marfil puede llevar a un proceso sin control, tal
como sucedió con las ventas anteriores. Tampoco es cierto que la venta
de marfil haya generado recursos que sirvieran para la conservación de
los elefantes o para beneficio de las comunidades locales. No hay un
solo estudio que pueda documentar esa canalización de recursos.
Muchas votaciones importantes se llevarán a cabo en esta conferencia
de la Cites en Ginebra. Pero, por mucho, la más emblemática será la
concerniente a la elevación al Apéndice Uno de todas las poblaciones de
elefante africano. ¿Cuál será el rostro que México enseñará al mundo?
Podría dar un ejemplo de lucidez y liderazgo, mostrando que la
protección de la biodiversidad debe ser la prioridad. ¿O seguirá
votando, para usar las palabras de Conrad, con la
rapacidad imbécildel mercantilismo aplicado a la vida silvestre?
Twitter: @anadaloficial
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