Luis Linares Zapata
La historia, todavía en
ciernes, ha empezado a registrar una cualidad básica de la presente
administración federal: la honestidad. Es, esta cualidad, un trasfondo
de extendidas impresiones y certezas ya manejadas entre buena cantidad
de ciudadanos. Certezas que se han generado por el accionar y la actitud
de los funcionarios integrantes del círculo que toma las decisiones de
alto nivel. Dicho calificativo va marcando, también, la hondura y la
eficacia de su funcionamiento. Tan apreciada característica,
desafortunadamente, no se hace, al menos por ahora, extensiva a todo el
rango burocrático inferior. Algunos, sin duda y por el rumbo contrario,
cederán a la tentación –alegada como muy humana– de meter la mano en
lugares indebidos. Pero, sólo con el anterior rasgo distintivo de la
élite enunciado, muchas cosas cambiarán para bien en el gobierno. ¿Qué
tanto cundirá el ejemplo entre los demás rangos? No es posible
afirmarlo, por ahora. Se espera que sea, al menos por contagio, una
pulsión de cambio que trastoque la decadente cultura burocrática aún
dominante. Esperanza a la que habría de añadir la voluntad superior de
implantar un conjunto de normas y mecanismos que, andando el sexenio,
vayan tomando cuerpo dentro de las actuales o nuevas instituciones.
Además de su incuestionable legitimidad, al presente gobierno se le
irán añadiendo otras características que, en conjunto, habrán de
resultar en logros concretos para beneficio de la sociedad. Ya no sólo
se cae en la acostumbrada y negativa reprobación hacia los políticos y
hacia la misma política en general. Ahora se puede, con firmes bases,
distinguir entre distintas famas, rostros, trayectorias y
características de funcionarios y políticos. Se empieza a tomar precisa
conciencia de la enorme fuga de haberes que implicaba la extendida
corrupción que inundó la vida pública del país. Y no sólo cobra
importancia el monto de los haberes desviados a través de los llamados
negociosde gran calado que se vienen aireando. Cuentan, también, las mismas formas mafiosas con las que se acostumbraba proceder en las altas esferas del poder, público y privado. En tan perversas rutinas, las complicidades constituían, hasta hace pocos días, el sólido y seguro pegamento del ascenso. Así como el acceso a las oportunidades, la obtención de riquezas mal habidas y las mutuas protecciones. La confusión, en mucho inducida pero todavía mayoritaria al inicio de la era Morena, por fortuna, ha comenzado a clarear. El decidido y hasta radical vuelco de los votantes exilió gran parte de las dudas y oscuridades impregnadas en las prácticas del pasado. Pero todavía se oyen, cada vez más aislados ciertamente, los reclamos, por parte de los afectados y sus numerosos socios de viaje. Son estos afectados un trabuco, poderoso por cierto, que sigue bien posicionado dentro del sistema. Las visiones y usos patrimoniales, de generoso reparto entre asociados, en buena parte subsiste.
El imperioso vuelco de rectitud que se observa contrasta con las
exigencias de imponer, sobre el mando político actual, un conjunto de
consejas. Se llama con insistencia a proceder con calma, con sensible
cuidado, sin dureza polarizante ni temperamentales improvisaciones. El
propósito de los llamados aparece cada vez más claro en su urgencia ante
el proceso de saneamiento en intempestiva marcha.
En estas tempranas horas del nuevo modelo, la claridad de sus
contenidos, propósitos y ruta ha empezado a esparcirse sin remilgos ni
contratiempos. No obstante, las oposiciones, sin recalar directamente en
apoyos de los vetustos procederes de mercaderes de influencia o de
cínicos atracadores bien conocidos en sus modos de operar, optan por
sinuosas rutas de defensa, acomodo y resistencia. No pueden ni tampoco
deben negarse los impactos de sus hábiles argumentos en el cuerpo social
y político, pero, sin duda, la tendencia declinante de dichas voces no
les favorece. Menos habrán de favorecerles en cuanto se vayan
concretando los programas y los proyectos que se han definido como
prioritarios, pensados para sustentar el desarrollo igualitario
prometido.
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