Editorial La Jornada
Componentes económicos, socioculturales
y políticos configuran la crisis educativa que afecta a un buen número
de países en el mundo, con la gran cantidad de consecuencias adversas
que esto tiene para esas naciones. Pero resulta especialmente
preocupante que los esfuerzos hechos a lo largo de la historia para
construir buenos modelos formativos, hayan desembocado en un problema,
según los especialistas, muy generalizado y que socava la base misma del
proceso de transmisión de conocimientos. Se trata de lo que hace unos
días el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), António Guterres, llamó una
crisis del aprendizaje. Varios documentos dados a conocer recientemente por el máximo organismo internacional certifican con datos duros la expresión de Guterres.
Con todo y los inconvenientes físicos que los sistemas educativos
tienen en las naciones menos desarrolladas (deficiencia o ausencia de
espacios adecuados, escasez de material, falta de aulas, etcétera), no
se puede negar que ha habido, a lo largo del tiempo, una evolución
progresiva en lo que al acceso a la educación se refiere. El pasado 12
de agosto, Día Internacional de la Juventud, reportes de la propia ONU
señalaron los aumentos comparativos en los índices de escolaridad en
décadas recientes. Pero realizaron, a la vez, una precisión inquietante:
ir a la escuela no equivale a aprender.
La humanidad tiene la población de niños y jóvenes más vasta de su
historia: cerca de mil 900 millones. La gran mayoría de ellos reciben
instrucción, pero eso no significa que la asimilen: según datos de la
Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(Unesco), poco más de 10 por ciento del gasto mundial en enseñanza
primaria –unos 129 mil millones de dólares por año– se pierde en una
educación que no garantiza que los niños aprendan. El objetivo número 4
de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (un plan de acción
lanzado por la ONU en 2015) pretende
garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa y promover oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida para todos, lo que no deja de ser una bonita aspiración que requiere, por lo menos, de enorme trabajo.
¿A qué se debe esta crisis de aprendizaje? Varias inercias que los
sistemas no pueden, no quieren o no saben cómo romper: 40 por ciento de
la población que recibe instrucción lo hace en una lengua que en el
mejor de los casos apenas entiende; dos tercios de la niñez refugiada es
educada (si tiene suerte) fuera de todo sistema, y en las naciones con
más recursos económicos las escuelas sencillamente no están equipando a
los jóvenes con las habilidades que necesitan para desenvolverse en los
términos de los cambios tecnológicos. Es decir, el problema tiene
distintas facetas, pero causa estragos tanto en naciones prósperas como
en países en desarrollo, aunque como pasa siempre en estos últimos es
cuantitativa y cualitativamente más grave.
Los pronunciamientos sobre cuestiones sociales que hacen los grandes
organismos internacionales suelen ser más ampulosos que accesibles; pero
como propósito es digno de apoyo el expresado por el titular de
Naciones Unidas, en el sentido de trabajar por una educación que combine
conocimientos con habilidades para la vida y pensamiento crítico, y que
incluya datos sobre sustentabilidad y cambio climático, a la vez que
promueva la paz, la igualdad de género y los derechos humanos.
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