La crisis de la salud,
reflejada en la experiencia mundial de la pandemia del coronavirus, nos
llegó a todos por sorpresa. Para las organizaciones sindicales del
mundo, la prioridad inmediata ha sido proteger y defender la seguridad y
la vida de los trabajadores, derivada de la caída de las economías y de
las fuentes de ocupación. De pronto, en unos cuantos meses, hubo que
buscar y establecer mecanismos para conservar al máximo los empleos,
negociar el pago de los salarios en los mejores términos ante la fuerte
ola de desempleo y los abusos que les siguieron por parte de muchas
corporaciones y, desde luego, las dedicadas a la subcontratación,
conocida como outsourcing. Gracias a aquella reacción, millares
de trabajos se conservaron, aunque también muchos se perdieron, pero la
mayoría pudo permanecer en casa, evitar la propagación del virus y
conservar la vida.
Recuerdo que don Napoleón Gómez Sada les decía a los mineros: ante
una situación de riesgo más vale perder el empleo que acabar con su
existencia misma. No se expongan, demanden la aplicación urgente de las
medidas de corrección, dénle seguimiento y si los patrones ignoran sus
demandas, paren las actividades y pónganse al margen de riesgos hasta
que se corrijan las estructuras afectadas y ustedes se sientan fuera de
peligro. Esa filosofía fue una lección de sobrevivencia en momentos y
tiempos difíciles como los que estamos enfrentando, ya sea directamente
en los procesos productivos, o ante una realidad como la actual.
El resultado de esta crisis global que estamos experimentando ha
generado un cierre generalizado de empresas, ya sea parcial, temporal o
definitivo, sin precedente y desde el inicio de la pandemia el mundo ya
cambió para todos y para siempre. En algunos casos se fortaleció el
sentido de humanidad general y de la responsabilidad general hacia los
demás. Hay muchos ejemplos de sacrificio, esfuerzo y solidaridad que han
conmovido al mundo entero. Al mismo tiempo, sin embargo, hemos cobrado
conciencia y han emergido experiencias y casos de que los puestos de
trabajo básicos, que son los que se conservan unidos a nuestras
organizaciones y sociedades, son algunos de los peor pagados, sin
derechos o prestaciones, aunados a la explotación y abusos que ya se
venían cometiendo.
Como señala el compañero Valter Sanches, secretario general de
IndustriALL, el organismo sindical más grande del mundo con 55 millones
de afiliados en 140 países:
muchos han aprendido el valor que tienen los empleados de los supermercados, del transporte y las entregas, de los trabajadores de la salud y del personal de limpieza en los hospitales, que a menudo tuvieron que ir a trabajar sin equipo de protección. No todos estamos juntos en esto, ya que la desigualdad de los ingresos ha venido creciendo durante muchos años y la pandemia ha creado un caos que aceleró el proceso.
Hoy es claro que en el mundo las mujeres y las personas de raza de
color han sido de los más afectados, así como aquellos que venían
trabajando sin sindicatos o sin contratos colectivos que les cubrieran
sus derechos fundamentales, la seguridad y la vida misma. Algunos
líderes políticos ignoraron o restaron importancia a la crisis, o bien
la utilizaron para otros fines. Otros tomaron decisiones equivocadas, y
en muchos países se aprovechó la situación para crear excusas y
pretextos a sus obligaciones, con objeto de disminuir la protección a
los derechos laborales y así vulnerar más los derechos humanos. Hemos
visto de todo y también muchas experiencias que claramente indican que
algunos se han aprovechado de la crisis.
Es fácil hacer el bien durante un periodo de crecimiento económico, pero es en los tiempos de crisis cuando las empresas revelan su verdadero compromiso con la responsabilidad social, afirma Sanches. En el caso de México, los mineros hemos sido una organización que a lo largo de este proceso hemos mantenido la mayoría de las fuentes de trabajo y todavía los mejores y mayores incrementos en salarios, prestaciones y condiciones de vida en todo el país, con un promedio de aumento de entre 10 y 12 por ciento por año, llegando a duplicar los salarios de muchos trabajadores en menos de cinco años, algo que no habíamos vivido en México desde los años ochenta.
En el inicio de la época neoliberal en México los gobiernos, en
contubernio con los grupos empresariales, impusieron una política
equivocada que permitió durante más de 30 años controlar los ingresos de
los trabajadores, ponerles un tope o techo salarial, al mismo tiempo
que mantener el control de la mayoría de los sindicatos y de sus
dirigentes con el objeto de establecer un modelo de crecimiento para
favorecer a las clases privilegiadas. El costo social ha sido muy
elevado en las injusticias salariales, que los grupos patronales y el
gobierno argumentaban que era para promover la competitividad y la
eficiencia de las corporaciones, sin importar los riesgos ni el tamaño
de los abusos. Una estrategia diseñada también para complacer los
objetivos y recomendaciones del Fondo Monetario Internacional.
Por eso hoy, ese modelo obsoleto ha sido puesto a prueba por la
pandemia. Las consecuencias que vendrán serán el reto que defina la
dimensión social y el compromiso de los actores principales frente a los
derechos de los trabajadores y del pueblo de México.
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