9/07/2020

Experiencias de mujeres violentadas en San Cristóbal de las Casas; una problemática social de grandes dimensiones


Tuxtla Gutiérrez, Chis. En Chiapas, nacer mujer marca una diferencia en trato. Desde edades tempranas las mujeres son violentadas por sus padres y madres en sus hogares, algunas por sus abuelos. Insultos o regaños, golpes con cinturones, palos o cueros, son algunas violencias que viven desde la infancia, desde donde se les “prepara” para la obediencia y servidumbre de los varones.
Así lo demostró “El género en las experiencias de violencia de mujeres de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas”, un trabajo realizado por la investigadora de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach), Mariana Ruíz Gómez, y el investigador de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), Juan Iván Martínez Ortega, en el que destacan la importancia de estudiar la violencia contra las mujeres desde su propia mirada, analizar cómo la viven a partir de su sentir y pensamiento.
Para la investigación se realizaron entrevistas a 14 mujeres de diferentes perfiles sociodemográficos. Los resultados indicaron que las experiencias de violencia de las mujeres se presentan por la situación vital y por la condición de género.
Las entrevistadas experimentaron en diferentes momentos de su vida, lo que significa ser mujer. En cada una de esas etapas, aprendieron por medios violentos lo que se espera de ellas, cómo ser una niña, joven decente, buena madre y esposa, y cómo es que no deben ejercer su sexualidad, puntualizaron Ruíz Gómez y Martínez Ortega.
“Al momento de las entrevistas, cuatro de las mujeres tenían entre los 16 y 25 años, cinco de 26 a 39, y cinco de 40 en adelante, la mayor fue de 80 años”, mencionan los autores.
Respecto a su estado civil, tres eran solteras, 3 vivían en unión libre, cuatro casadas, dos divorciadas y 2 viudas, en cuanto a los hijos e hijas, tres dijeron no tener, cuatro tenían 1, una 2, tres 3 y tres 4.
Sobre la procedencia de las entrevistadas, son de San Cristóbal de Las Casas, Comitán de Domínguez, Chanal, Bachajón y de la ciudad de Veracruz.
Con relación al máximo grado de estudios, los autores mencionaron que tres no cuentan con instrucción escolar, cuatro cursaron hasta la primaria, una la preparatoria, cinco tienen estudios de licenciatura y una tiene doctorado.
A todas las entrevistadas les aseguraron confidencialidad y el anonimato de sus respuestas, por lo que sus nombres verdaderos fueron cambiados por otros.
La y el autor de la investigación expusieron que de acuerdo con los testimonios, todas las mujeres comenzaron a experimentar algún tipo de violencia desde edades tempranas, recibían golpes, insultos o regaños, además el maltrato ocurría con objetos como cinturones, palos, cueros o utensilios.
El espacio de mayor ocurrencia del maltrato era la casa, sólo una de ellas indicó que también en la escuela.
Respecto a las personas que ejercían violencia sobre ellas, eran padres y madres, pero también los abuelos, indicando que son las personas responsables del cuidado de las hijas quienes las maltratan, precisa la investigación.
Los autores resaltaron que el maltrato físico también da lugar al maltrato psicológico, por ello, las entrevistadas en sus experiencias de violencia sugieren emociones negativas, como coraje, miedo, frustración y tristeza.
“¡Uy!, pues nada más llorar y llorar, siempre andaba yo triste pues. ¡Ay!, es que no sé qué decir, porque no nos quería por ser niñas (su padre), pues no nos quería porque éramos niñas y pues quería un hijo varón y pues qué se podía hacer”, dijo Ernestina respecto a cuando les pegaban.
Ernestina
En el caso de Ernestina y sus dos hermanas, comenzaron a experimentar menos valor por ser mujeres, ya que su padre quería un hijo, dando pie a que, la experiencia de género que comienzan es aquella en el que las mujeres valen menos que los hombres.
Asociado a lo anterior, desde la infancia, comienzan los mandatos sociales que les corresponden por ser niñas y niños, hay expectativas y deberes sociales sobre ellas y que son distintos al de ellos, se traduce en un trato distinto y desigual.
“Mi mamá nos enseña bien todo, a tortear, a lavar, a moler el maíz, hacer comida desde chicas, por eso ya sé bien pues”, compartió Macaria, empleada del hogar.
Macaria
La y el investigador, añadieron que, en algunos casos, la experiencia de género se construye cuando les dicen lo que tienen que hacer, pero en otros casos también les indican para qué deben hacer eso.
 “Pues desde chicas hay que saber hacer los oficios de la casa para cuando tengamos marido ya sabemos hacer algo”, mencionó Ernestina, empleada del hogar.
Ernestina
De acuerdo con la investigación, desde la infancia, la experiencia de género se conformó a partir de lo que hacen como mujeres, es decir, se les enseña y se les exige hacer ciertas cosas porque la expectativa que recae sobre ellas es la de casarse, tener hijos e hijas, y atender al esposo.
Asimismo, Ruíz Gómez y Martínez Ortega compartieron que un testimonio representativo, sobre el primer periodo menstrual como una experiencia de género, es el de una de las informantes a quien su abuela le dijo:
“No hija, cuando estás así vas a ser mujer, ahorita estás como hombre, ya después ya viene tu menstruación, a los 12 o 13 dice, pero yo no, yo a los 10 años”, dijo Macaria.
Macaraia
Además, en la juventud fue cuando experimentaron sus primeros acercamientos amorosos con el sexo opuesto, las edades estaban entre los 15 y 20 años, en esta etapa no dejaron de experimentar violencia, al contrario, se acentuó.
“No cambió mucho porque conforme íbamos creciendo pues nos cuidaban más, de que no jugáramos con los niños porque era peligroso, porque nos podía pasar algo o nos podían faltar el respeto y pues no podíamos andar solas a altas horas de la noche, y si salíamos pues ya con nuestros papás, pero sí, a esa edad ya nos cuidaban un poco más, bueno en mi caso pues siempre me cuidaron hasta que me casé”.
Carmen, ama de casa
Otro de los testimonios, obtenidos por los investigadores narra que el cuidado que recae sobre las mujeres cuando inician la juventud, es distinto al infantil.
“Ya me cuidaban más ya, ya no como niña otra vez, porque ya si salía yo en la calle ya decían que iba yo a encontrar novio o me iba yo a ir por ahí”, dijo Elvira, ama de casa.
Elvira, ama de casa
También refleja una preocupación constante por lo que pueden hacer las mujeres con los hombres.
“(su papá) no nos permitía ni salir, ni nada, porque si no… nos dice que ya estamos buscando hombres”, mencionó Ernestina.
La y el autor explicaron que lo anterior es una intención de privar el ejercicio de la sexualidad por la posibilidad de que queden embarazadas fuera de la norma social, religiosa y civil, es decir, la preocupación es que “deshonren a la familia”, esto produce miedo en las mujeres, lo que minoriza su autonomía y autoestima.
Cuando lo anterior ocurre, el temor se convierte en realidad, porque las expone a la posibilidad de experimentar violencia.
“Lo que sí, era el miedo de decirle a mi papá de que estaba yo embarazada, y de hecho yo busqué un lugar así público para decirle”, mencionó Manuela, ama de casa.
Manuela
Cabe recordar que la antropóloga y feminista, Marcela Lagarde, ha señalado que ser madre y esposa es construido en torno a dos definiciones esenciales: su sexualidad procreadora, y su relación de dependencia vital de los otros por medio de la maternidad y la conyugalidad.
Con base en lo anterior, los investigadores mencionan que resaltan estos elementos: la relación con sus hijos y la relación con su esposo.
Respecto a cómo experimentan la violencia en ambas relaciones, en la primera son ellas quienes perpetran la violencia, y en la segunda son ellas las violentadas.
En cuanto a cómo se llevan con sus esposos, Ruíz Gómez y Martínez Ortega compartieron que varias manifestaron que desde pequeñas les enseñaron cómo debían relacionarse con ellos.
“Por eso decía pue’ mi mamá que tenemos que hacer el trabajito porque cuando se casa uno, no va a venir atrás nuestra mamá, y para que no se enoje el marido tenemos que saber ya solas cómo mantener pue’ el esposo”, comentó Jovita.
Jovita
Incluso en esas enseñanzas, les hacían énfasis en que si había golpes, estos podrían ser justificados por el incumplimiento de sus deberes.
“Mi mamá decía que yo me portara bien, que yo le obedeciera todo mi marido y, que para que no hubiera ningún problema, que yo lo atendiera bien y todo eso, para que no se enojara y no me fuera a pegar porque si eso pasaba era porque algo estaba mal hecho y si me pegaba pues era con justa razón”, mencionó Elvira.
Elvira
Cuando a las entrevistadas les cuestionaron sobre cuáles eran los motivos por los que había conflictos con sus parejas, independiente de si derivan en violencia o no, las respuestas más recurrentes fueron: porque el esposo consume bebidas alcohólicas, lo desobedecían, por falta de confianza, infidelidades del cónyuge, por problemas con los hijos o hijas, falta de comunicación y problemas económicos.
“Bueno, no lo hace seguido, pero así de que él sí puede llegar a veces ya medio tomado y a altas horas de la noche, yo no lo podría hacer, porque no sé, siento que… como ya tengo una niña, siento que ya no tengo esa libertad de poder llegar a esas horas ¿con quién la dejó y todo eso? Y porque además él es hombre”, mencionó Manuela.
Manuela
Por último, la mayoría de las entrevistadas resaltaron que procuran tener con sus hijos o hijas relaciones de confianza, apoyo, comunicación, libertad sana y responsable, sin embargo, manifestaron que a veces es conveniente recurrir a regaños y golpes leves, solo una dijo que era importante educar con mano dura.
Cabe mencionar que, San Cristóbal de Las Casas es el cuarto municipio más poblado de la entidad chiapaneca, cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía indican que, en 2015 la población ascendió a 209 mil 591 personas, de las cuales 111 mil 383 son mujeres.
“Se estima para ese año que 30.9 por ciento de los hogares del municipio cuentan con jefatura femenina, lo cual lo coloca en el noveno lugar de los municipios chiapanecos en ese rubro. La población de 3 años y más que habla alguna lengua indígena asciende a 63 mil 454 personas, de las cuales 34 mil 305 son mujeres”, compartieron Ruíz Gómez y Martínez Ortega.
Agregaron que en un sondeo realizado en el año 2004 por el Colectivo Feminista Mercedes Olivera y Bustamante A. C. (Cofemo), encuestaron a 380 mujeres de 15 a 45 años, de las cuales 148 reportaron alguna forma de violencia. Indicaron que el número de mujeres agredidas se triplicó en el periodo 2000-2004.
“De ellas, 57.6 por ciento tenían entre 15 y 25 años y 21.4 por ciento entre 25 y 35 años. De las 380 mujeres encuestadas 9 fueron violadas y 11 experimentaron intento de violación, además, 70 por ciento sufrió agresiones como hostigamiento verbal, manoseo y persecución”, datos de Cofemo, compartido por la y el investigador.
Otro estudio compartido por éstos cuenta los altos índices de violencia contra las mujeres en los Barrios de María Auxiliadora y Santa Lucía, considerados de mayor importancia en el municipio.
Documentaron que en 2008, 70.1 por ciento de las mujeres encuestadas padecieron algún tipo de violencia al menos una vez en su vida y 63.2 por ciento en el año previo a la encuesta.
Sobre este último dato, 54.7 por ciento de ellas manifestó haber experimentado violencia psicológica, 29.9 por ciento física, 26.5 por ciento sexual y 36.8 por ciento económica.
“Los datos y estudios indican que la violencia contra las mujeres en este municipio representa una problemática social de grandes dimensiones. Los estudios citados dan cuenta del panorama en su conjunto, pero pasan por alto las especificidades de las experiencias de cada una de las mujeres que son incluidas en la generalidad de un dato”, finalizan los investigadores.
* Artículo retomado del portal Chiapas Paralelo

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