Tumbando Caña
Ernesto Márquez
Hay nombres insoslayables
en la música popular nuestra que por encima de la distancia y el tiempo
se recuerdan por el imperativo de una historia escrita gracias a la
sustancia de su arte. Tal es el caso de Ignacio Jacinto Villa Fernández,
Bola de Nieve, pianista, compositor y chansonnier cubano.
Originario de Guanabacoa (11 de septiembre de 1911) se crió en el
seno de una familia de clase media, gustosa de la bohemia. Su madre,
Inés Fernández, y su padre, Domingo Villa, eran frecuentados por
músicos, trovadores, poetas, actores y toda una legión de libres
pensadores que colmaban con su bullicio las tardes y noches de la casa
familiar.
Ese ambiente alimentó el gusto musical del futuro artista. A temprana
edad fue matriculado en el Conservatorio Mateu de Guanabacoa y en otros
colegios particulares. A los 16 años de edad, Ignacio ya era un
pianista destacado que lo mismo daba recitales de música clásica que
acompañaba a cantantes populares.
El paso a seguir fue ir a La Habana a probar fortuna. Trabajó como
pianista de películas mudas y músico de cabaret. En ese deambular
conoció a Rita Montaner con quien estableció una larga relación amistosa
y laboral. Cuenta la historia que fue precisamente ella quien lo
bautizó como Bola de Nieve aludiendo a su cuerpo redondo, su tez negra y su blanca sonrisa. Fue ella también quien lo impulsó a cantar en público.
Un día, trabajando en el teatro Lírico de la Ciudad de México, Rita se sintió mal de la garganta, por lo que le pidió a Bola de Nieve hacer un tema mientras ella iba a medicarse. Pese a su nerviosismo, él entonó el poema de Nicolás Guillén Vito Manué tú no sabe inglé.
La magia escénica que prodigaba aquel pianista mulato levantó una gran
ovación del público que le hizo regresar una y otra vez, a tal grado que
la Montaner le sugirió que terminara el concierto.
A partir de ahí Bola de Nieve decidió iniciar su carrera
como solista. Se quedó en México y desde aquí planeó lo que haría en el
futuro. Su gracia, desparpajo y gran técnica pianística llamó pronto la
atención. Trabajó casi de fijo en el restaurante de su amigo Alex
Cardini y en algunos teatros de la capital mexicana interpretando sones,
guarachas, pregones, afros y boleros. Posteriormente viajó a Venezuela,
Colombia, Perú, Argentina y España, ya como solista o integrate de la
compañía de Ernesto Lecuona.
Durante muchos años, Bola de Nieve fue más conocido fuera de
Cuba que dentro. Con el triunfo de la Revolución vino a ocupar el sitio
que merecía. Apoyado por el Ministerio de Cultura, viajó a países
europeos y asiáticos. En todos fue recibido como un auténtico mensajero
musical del pueblo cubano.
Era sorprendente ver cómo los públicos que no entienden el español y mucho menos el
español cubanose le entregaban cuando interpretaba con su gracia Messie Julián, de Orefiché, el afro de Carpentier Écue-Yamba-ó, o esa gracejada de Simmons, Chivo que rompe tambó.
Bola de nieve fue también compositor excelso, pero nunca aceptó tal mérito.
¿Compositor? es una palabra muy grande que implica un gran respeto, decía.
Lo que yo hago son cancioncitas. Sin embargo, su buen amigo Nicolás Guillén le prodigaba consideraciones en ese sentido. Decía que Bola de Nieve no era sólo un gran compositor, sino también poeta cuyo arte estaba siempre del lado del pueblo.
Cuando apareció en una casa editora de La Habana su famosísima canción de cuna Drumí mobila, el poeta Roberto Fernández Retamar simplemente la calificó de
obra genial. Pero Bola de Nieve no hacía caso de los halagos y ensimismado en la música seguía escribiendo
cancioncitas, de las que ahora se recuerdan Ay, venga paloma, Becqueriana, Pobrecitos mis recuerdos, Si me pudieras querer, Arroyito de mi casa y Ay, amor, entre más de 100 que hizo en vida.
Bola de Nieve falleció el 2 de octubre de 1971 en la Ciudad
de México. Su cuerpo fue trasladado a Cuba, donde se le rindió un gran
homenaje. A Nicolás Guillén le tocó decir las palabras de despedida:
“Queridos amigos, para mí en lo personal, la extinción de Bola de Nieve
ha sido una catástrofe sentimental. Estoy ligado a su presencia y su
arte como me hallé siempre por más de 40 años. Estoy seguro que la
sacudida no ha sido menor para el pueblo en cuyo seno vivió y ha muerto.
Pero no le lloremos. La muerte fracasa allí donde tiene que enfrentarse
a la gestión vital de sus víctimas, si esta gestión ha sido útil.
¿Acaso no es vivir este quedarse en la memoria de nuestros amigos, en el
temor de nuestros adversarios, en el reconocimiento amoroso de nuestros
conciudadanos? Veamos pues a Bola como siempre. Bola con su piano, Bola con su frac. Bola con su sonrisa y su canción”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario