María Teresa Priego
“¿Quién sabe lo que una mujer puede ser cuando por fin son libres de convertirse en ellas mismas?”, Friedan, citada por Cheryl Dellasega en Mean girls grown up (Las niñas malas crecen). Es una pregunta que podríamos imaginar respecto a cualquier ser humano.
El tema somos las mujeres. Conviviendo. Con todo lo bello que podemos intercambiar, cuando predomina lo bello. Espacios femeninos privilegiados en donde se puede decir lo indecible. No son espacios perfectos y desfriccionados. Son espacios en lo que lo justo importa. Y se negocia. La honestidad y la lealtad importan. Y se negocian.
En los que el amor se construye a partir de la aceptación de un anhelo: reencontrar el espacio amoroso-femenino de los orígenes. Cuando fue amoroso. O crearlo, cuando no fue amoroso. Pero nos hubiera gustado tanto que lo fuera. La otra cara de la l-una y la otra. El daño que podemos infligirnos. “Hay mujeres de las que temo estar cerca”, escribe Cheryl. Las bullies. A las que ella llama Queen bee (Reina abeja). “Encuentros con una de estas mujeres son dolorosos recordatorios de los años de adolescencia, cuando el bullying femenino está en su punto”. O una creía que estaba en su punto. Faltaba vivir lo que seguía.
Hay malvadas que comenzaron desde pequeñas. No eligen sanarse. Fueron y serán. Suena escrito demasiado rotundo. Es rotundo. Pero he observado que el bullying femenino se recrudece después de los 40/50. Como si el vivir a la otra como una amenaza imaginaria alcanzara extremos telúricos. Las bullies forever, o antes sólo medio propensas, se desatan. Como si existiera en ellas un algo dolorosísimo que registra los cambios de edad, sobre todo, como pérdida. Ninguna tiene más logros por denigrar a la otra.
Pero es la manera más rápida de descargar rabias, negar carencias. Tapar —con un mínimo de esfuerzo— ese vacío que traemos dentro. Y si a una guapa, hoy de 20 años, le da por suponer, esperanzada, que el ser banquete preferido de las bullies descenderá “cuando maduremos”, mejor que aprenda a protegerse a la brevedad. Va para peor. “La bully vuela propagando incomodidad e intentando manipular a las demás”, explica Cheryl. “La agresión adolescente en general involucra a tres personas: agresora, víctima y cómplice-testigo”. Descubre que la agresión femenina adulta suele mantener los lugares.
La Queen bee ataca. La Middle bee refuerza. Y la Afraid to bee se queda catatónica. Y en lágrimas. Me gusta este juego de palabras entre Abeja (Bee) y el verbo ser (To be). La que tiene miedo (o culpa) de ser la que es, será con mucha más frecuencia víctima de la bully. Por miedo a plantarse en lo que es suyo, por prudencia o samaritanismo desplazado: “Es que ella sufre, la comprendo”. La empatía no obliga a soportar de más. Soportar los ataques de una bully podría ser una forma de gozo bien oscuro. Reencontrar un lenguaje descalificador. Que quizá conocimos en la infancia. Y que en algún lado nos tranquiliza tanto como nos daña.
Hasta un día. El bullying femenino tiene sus armas: la maledicencia, la intriga, el halago envenenado. El ejercicio de formas raras de espionaje y de control. Cheryl cita a Tanya: “Sí, algunas mujeres me desprecian porque soy ama de casa. Los hombres me aceptan más en mi elección que las mujeres”. También existe el discurso descalificador a la inversa: “Pobres de sus hijos abandonados, qué frívola”. El tan innecesario pleito/descalificación entre mujeres que trabajan fuera de su casa y las que trabajan en su casa, es un clásico (cuando existe) del bullying femenino. “Relational agression es usar la amistad (o la cercanía) para herir, un modo de violencia verbal en los que el daño es infligido con palabras”.
Como las profesionales del halago envenenado. Una de las formas más eficaces de la agresión femenina: “Qué adorable tu hija. ¿Habrá abueleado?” “Qué trabajo tan interesante el tuyo, luego, luego se ve que tú sí sabes con quién moverte”. Éste me encanta: “Con lo inteligente que eres, no le has de gustar a nadie”. More bullying. Desde que la “bipolaridad” existe como diagnóstico, una cantidad considerable de las exes de las actuales parejas de las mujeres a las que escucho, la padecen. Así lo afirman ellas.
Como casi todas somos las exes de alguien-es (incluidas las que hablan) si nos seguimos sumando a ese discurso, tendríamos que imaginar la bipolaridad como epidemia femenina. ¿Por qué necesitaríamos descalificar a otra, para sentir que nuestro lugar es nuestro? “La agresión es un mecanismo de defensa ante la amenaza que la otra representa”. La bullie daña. Porque no soporta el límite de lo que no es o no tiene. Aunque sea y tenga mucho de bello. No le basta. Quiere lo suyo y lo de la otra. ¿Y su víctima cómo se deja? (cuando se deja). En Stand up for yourself, Hammers plantea un paralelismo entre autoestima y límites. “Cuando una persona es clara respecto a lo que espera y toleraría de otros, la tratan de manera más respetuosa”.
A trabajar para la Afraid to bee... “Sentirse desempoderada mantiene a víctima y bully atrapadas en una trampa. La bully puede sentir que si es menos agresiva no podrá mantener su posición”, dice Cheryl. ¿De imaginario dominio? ¿De completud y superioridad? “Para la víctima, sentir que no tiene más opción que la de ser pasiva puede encerrarla en un lugar que invita a más agresiones”. ¿En la re-creación de un gozo inconsciente? ¿En su mesiánico/doloroso: “Si no salvé a mi madre de sí misma, a esta mujer sí que la salvo?” Justo el intercambio en donde ambas pierden. Mejor buscar, como escribió Rosario Castellanos: “Otra manera de ser humano y libre. Otra manera de ser”. Escritora
“¿Quién sabe lo que una mujer puede ser cuando por fin son libres de convertirse en ellas mismas?”, Friedan, citada por Cheryl Dellasega en Mean girls grown up (Las niñas malas crecen). Es una pregunta que podríamos imaginar respecto a cualquier ser humano.
El tema somos las mujeres. Conviviendo. Con todo lo bello que podemos intercambiar, cuando predomina lo bello. Espacios femeninos privilegiados en donde se puede decir lo indecible. No son espacios perfectos y desfriccionados. Son espacios en lo que lo justo importa. Y se negocia. La honestidad y la lealtad importan. Y se negocian.
En los que el amor se construye a partir de la aceptación de un anhelo: reencontrar el espacio amoroso-femenino de los orígenes. Cuando fue amoroso. O crearlo, cuando no fue amoroso. Pero nos hubiera gustado tanto que lo fuera. La otra cara de la l-una y la otra. El daño que podemos infligirnos. “Hay mujeres de las que temo estar cerca”, escribe Cheryl. Las bullies. A las que ella llama Queen bee (Reina abeja). “Encuentros con una de estas mujeres son dolorosos recordatorios de los años de adolescencia, cuando el bullying femenino está en su punto”. O una creía que estaba en su punto. Faltaba vivir lo que seguía.
Hay malvadas que comenzaron desde pequeñas. No eligen sanarse. Fueron y serán. Suena escrito demasiado rotundo. Es rotundo. Pero he observado que el bullying femenino se recrudece después de los 40/50. Como si el vivir a la otra como una amenaza imaginaria alcanzara extremos telúricos. Las bullies forever, o antes sólo medio propensas, se desatan. Como si existiera en ellas un algo dolorosísimo que registra los cambios de edad, sobre todo, como pérdida. Ninguna tiene más logros por denigrar a la otra.
Pero es la manera más rápida de descargar rabias, negar carencias. Tapar —con un mínimo de esfuerzo— ese vacío que traemos dentro. Y si a una guapa, hoy de 20 años, le da por suponer, esperanzada, que el ser banquete preferido de las bullies descenderá “cuando maduremos”, mejor que aprenda a protegerse a la brevedad. Va para peor. “La bully vuela propagando incomodidad e intentando manipular a las demás”, explica Cheryl. “La agresión adolescente en general involucra a tres personas: agresora, víctima y cómplice-testigo”. Descubre que la agresión femenina adulta suele mantener los lugares.
La Queen bee ataca. La Middle bee refuerza. Y la Afraid to bee se queda catatónica. Y en lágrimas. Me gusta este juego de palabras entre Abeja (Bee) y el verbo ser (To be). La que tiene miedo (o culpa) de ser la que es, será con mucha más frecuencia víctima de la bully. Por miedo a plantarse en lo que es suyo, por prudencia o samaritanismo desplazado: “Es que ella sufre, la comprendo”. La empatía no obliga a soportar de más. Soportar los ataques de una bully podría ser una forma de gozo bien oscuro. Reencontrar un lenguaje descalificador. Que quizá conocimos en la infancia. Y que en algún lado nos tranquiliza tanto como nos daña.
Hasta un día. El bullying femenino tiene sus armas: la maledicencia, la intriga, el halago envenenado. El ejercicio de formas raras de espionaje y de control. Cheryl cita a Tanya: “Sí, algunas mujeres me desprecian porque soy ama de casa. Los hombres me aceptan más en mi elección que las mujeres”. También existe el discurso descalificador a la inversa: “Pobres de sus hijos abandonados, qué frívola”. El tan innecesario pleito/descalificación entre mujeres que trabajan fuera de su casa y las que trabajan en su casa, es un clásico (cuando existe) del bullying femenino. “Relational agression es usar la amistad (o la cercanía) para herir, un modo de violencia verbal en los que el daño es infligido con palabras”.
Como las profesionales del halago envenenado. Una de las formas más eficaces de la agresión femenina: “Qué adorable tu hija. ¿Habrá abueleado?” “Qué trabajo tan interesante el tuyo, luego, luego se ve que tú sí sabes con quién moverte”. Éste me encanta: “Con lo inteligente que eres, no le has de gustar a nadie”. More bullying. Desde que la “bipolaridad” existe como diagnóstico, una cantidad considerable de las exes de las actuales parejas de las mujeres a las que escucho, la padecen. Así lo afirman ellas.
Como casi todas somos las exes de alguien-es (incluidas las que hablan) si nos seguimos sumando a ese discurso, tendríamos que imaginar la bipolaridad como epidemia femenina. ¿Por qué necesitaríamos descalificar a otra, para sentir que nuestro lugar es nuestro? “La agresión es un mecanismo de defensa ante la amenaza que la otra representa”. La bullie daña. Porque no soporta el límite de lo que no es o no tiene. Aunque sea y tenga mucho de bello. No le basta. Quiere lo suyo y lo de la otra. ¿Y su víctima cómo se deja? (cuando se deja). En Stand up for yourself, Hammers plantea un paralelismo entre autoestima y límites. “Cuando una persona es clara respecto a lo que espera y toleraría de otros, la tratan de manera más respetuosa”.
A trabajar para la Afraid to bee... “Sentirse desempoderada mantiene a víctima y bully atrapadas en una trampa. La bully puede sentir que si es menos agresiva no podrá mantener su posición”, dice Cheryl. ¿De imaginario dominio? ¿De completud y superioridad? “Para la víctima, sentir que no tiene más opción que la de ser pasiva puede encerrarla en un lugar que invita a más agresiones”. ¿En la re-creación de un gozo inconsciente? ¿En su mesiánico/doloroso: “Si no salvé a mi madre de sí misma, a esta mujer sí que la salvo?” Justo el intercambio en donde ambas pierden. Mejor buscar, como escribió Rosario Castellanos: “Otra manera de ser humano y libre. Otra manera de ser”. Escritora
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