Alberto Aziz Nassif
En estos días, de forma intensa los partidos y sus aspirantes a la Presidencia de la República mueven sus fichas, hacen sus cálculos y toman decisiones para la batalla electoral del 2012. Ya quedaron definidas las alianzas, el PRI va con el Partido Verde y Nueva Alianza (lo peor del espectro político, juniors y mafias). Se han vuelto a juntar porque huelen el regreso al poder. El panismo deshoja la margarita en un proceso interno que prolonga la incertidumbre de su candidato y va sin alianzas electorales. La izquierda ya definió el perfil de su candidato: es Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Marcelo Ebrard acepta. El arreglo se cumplió en sus términos y la alianza entre PRD, Movimiento Ciudadano (antes Convergencia) y PT quedó registrada.
Estamos en un mundo al revés, como se dijo en el programa de Aristegui. Vimos al PRI tomar la tribuna de San Lázaro, impugnar su convocatoria y mostrar signos de división; al PAN, pedir voto por voto en Michoacán y al PRD resolver su candidatura de forma ejemplar. Sin duda, de todos los acontecimientos que hemos visto en estos días el más relevante es la candidatura de AMLO. No se trata de una sorpresa, pero sí de un nuevo intento. En México no es frecuente que los candidatos repitan en su intento de buscar la Presidencia. Una excepción ha sido Cárdenas, que en tres ocasiones hizo el intento. Sin embargo, en otros países se ha han dado casos exitosos de varios intentos hasta lograrlo, como el de Salvador Allende en Chile y el de Lula en Brasil. AMLO ya está encarrilado para buscar la Presidencia por segunda vez.
Las condiciones de 2006 son bastante diferentes a las que habrá en 2012. Para empezar hace seis años AMLO era el puntero, el candidato a vencer y ahora está rezagado; además, el PRD ha perdido prestigio y posiciones, hay signos de una clara división en la izquierda y Andrés Manuel tiene una gran cantidad de voto negativo. El PRI se ha posicionado como puntero y Peña Nieto parece imbatible en todas las encuestas de opinión. El PAN, como partido gobernante, carga con los resultados de una mala estrategia en contra del narcotráfico y el crimen organizado que ha dejado 50 mil muertos. Ante estos rasgos que describen una realidad complicada, muchas personas se preguntan si realmente existe alguna posibilidad de que AMLO se vuelva un candidato competitivo que pueda llegar a ganar la Presidencia. Con los números actuales y la posición de los competidores la respuesta es negativa. Pero, si el supuesto se mueve y se pone en juego la incertidumbre de estar ante un panorama que no está definido, las perspectivas cambian. Lo que hoy vemos no necesariamente será lo que veremos en julio.
Ante la modificación entre 2006 y 2012, las estrategias también tendrán que ser diferentes. Para decirlo de forma simple, AMLO tendrá que hacer todo lo que no hizo hace seis años y, además, tendrá que corregir lo que hizo mal. Hay que salir de inmediato de la herencia que lo dejó marcado como un político conflictivo que no respeta a las instituciones, como un radical. Cierto o falso, se trata de un juego de imágenes que se alimentaron desde el plantón de Reforma y la presidencia legítima, hasta el discurso de la mafia que se apoderó del poder. Para ganar la Presidencia desde la izquierda hay que dar garantías a la derecha de que sus intereses no se van a desplomar, es decir, que no van a darse cambios radicales y sin consenso. Así lo hizo Lula, y también Obama; uno resultó más exitoso que otro, pero no hay otra forma.
AMLO puede crecer si logra bajar sus votos negativos, para lo cual necesita reconstruir su imagen y presentar un proyecto alternativo viable. Tiene que convencer a la mayoría de que ha llegado el momento de un gobierno de izquierda democrática que pueda hacer cambios necesarios, porque la derecha, PRI y PAN, no los van a hacer. Los cambios necesarios apuntan hacia las correcciones de un modelo económico —estancamiento estabilizador— que expulsa trabajadores a la migración, a la informalidad y al desempleo, que no crea trabajo y agudiza la desigualdad. Cambios para combatir la pobreza en vez de sólo administrarla, como se ha hecho en los últimos 20 años. Cambios para recuperar la capacidad del Estado y regular los intereses, acotar los monopolios y poner un alto a los poderes fácticos. Porque si México continúa con más de lo mismo, el país permanecerá en caída libre y el PAN o el PRI seguirán administrando la decadencia. En este escenario la disputa sería entre cambio o continuidad, entre un proyecto de centro-izquierda con una agenda distributiva y un Estado regulador o un proyecto similar al que hemos tenido desde los años noventa. Ya se verá en los próximos meses si esta alternativa es factible. Por lo pronto, AMLO ya despegó por un segundo intento...
Investigador del CIESAS
Alejandro Encinas Rodríguez
Sólo el primer paso
Andrés Manuel y Marcelo honraron su palabra y cumplieron el compromiso que habían asumido para encontrar un mecanismo transparente que permitiera definir la candidatura que representará a las izquierdas en las elecciones presidenciales.
A través de una encuesta —caso único en el mundo— cuyo resultado nadie ha cuestionado, incluso quienes auguraban una inevitable ruptura, hoy las izquierdas tienen candidato. Se trata de un acontecimiento de la mayor importancia que trascenderá el proceso electoral.
Con ellos, las izquierdas han dado un paso fundamental, primero, para dejar atrás el desaseo y confrontación recurrente que ha caracterizado la elección de sus dirigentes y candidatos. Segundo, para dejar atrás la inminencia de su división. Basta recordar cómo en enero de este año, ante la posible alianza entre el PRD y el PAN en el estado de México, se iniciaba un camino sin regreso para ir con dos candidatos a la presidencia, y en tercer lugar, para que tras la elección surja del Movimiento Progresista un nuevo partido que abandone las inercias que desdibujaron el proceso unitario iniciado con la fundación del PSUM en 1981 y consolidado en 1989 con el PRD y alejado al PRD de su proyecto original.
Sin embargo, y pese a su relevancia, debemos tener claro que se trata sólo del primer paso para alcanzar un resultado exitoso en la campaña que se avecina, ya que deben adoptarse mayores decisiones, pues como lo hemos visto en procesos anteriores no basta estar unidos, contar con un buen candidato, haber logrado la coalición de las fuerzas progresistas, tener una propuesta viable y alternativa a la que representan el PRI y el PAN o volver a tener acceso a los medios de comunicación. Se deben dar otros pasos y forjar nuevas condiciones.
En primer lugar, se requiere resolver adecuadamente el conjunto de las candidaturas federales a jefe de gobierno, delegados y asambleístas en el DF y en las demás elecciones concurrentes, siguiendo el método de encuestas ahora acreditado, sujetándose todas y todos a las mismas reglas y sus resultados, para que emerjan candidatos del escrutinio público y no del reparto de cuotas entre corrientes y partidos. Se necesita, como nunca, de candidatos que aporten a la elección presidencial y que no sean un lastre en la campaña.
Es necesario un esfuerzo de integración real. Que todas las expresiones partidistas se sumen a la campaña, las que apoyaron a Marcelo Ebrard o en su momento a otros candidatos. Nadie puede quedar fuera. Sé, por experiencia propia, que esto difícilmente sucede, no sólo por la polarización alcanzada en el interior del PRD o la actitud antiperredista anidada en diversos sectores del movimiento, lo que ha conducido en elecciones anteriores a no apoyar a un candidato distinto al de la corriente o hacer el vacío a la campaña, e inclusive al voto diferenciado o al cambio de partido. Sin embargo, esta es una condición que rebasa el diferendo con los candidatos, es una condición para la competencia y la viabilidad futura de la izquierda, ante un adversario que no va a escatimar recursos ni práctica alguna para imponerse.
Pero el mayor reto es superar los linderos partidistas para sumar a amplios sectores del movimiento social a la causa electoral. La crítica tradicional nos ha señalado que las izquierdas llenamos las plazas, mas no las urnas. Ello tiene que ver con diversos factores, como falta de organización y una endeble estructura electoral, y la reproducción de las prácticas clientelares que antes se cuestionaban. El desafío es abrir la campaña, incluir a todos, incluso a aquellos en el PRD y otras expresiones de la sociedad con quienes hemos tenido disputas y diferendos profundos, pero especialmente en lograr que las múltiples expresiones de la sociedad organizada, harta de la profunda crisis de las instituciones y la ética pública, que engrosa las filas del abstencionismo, participen y acompañen una voluntad de cambio.
Se ha dado un importante primer paso de los muchos que deberán darse para reconstruir la mayoría y el triunfo despojado en 2006.
Diputado federal del PRD
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