Aleph
De las madres de migrantes y madres migrantes mexicanas recibí una carta que compartiré parcialmente en esta columna, solo un día después de haberse celebrado allá y aquí otro “Día de la Madre”. Mientras millones de “reinas del hogar” fueron celebradas ayer con licuadoras, perfumes y flores, estas madres que migraron o vieron partir a sus hijas e hijos, se pronunciaron, como lo hacen año tras año, con el propósito de ser escuchadas por los Estados de origen, tránsito o destino.
Para
ellas, ese día no es de júbilo. Ellas extrañan, viven la incertidumbre
y el desarraigo, y están lejos de sus hijas e hijos. Si son ellas
quienes se han quedado en el país de origen y la separación ha sido
prolongada, muchas relaciones se deterioran, por lo cual solicitan de
los Estados apoyo a prácticas que fomenten la convivencia transnacional
y permitan visitas a familiares en el país de destino, por medio de
programas culturales y vínculos con las comunidades adonde llegan sus
hijas e hijos.
Si son las madres las que han migrado,
dejando atrás hijas e hijos, es casi matemático que vivan su decisión
con mucha culpabilidad. A pesar de ir tras el dinero que servirá para
mejorar la situación de sus familias y de ellas mismas, para pagar la
educación o la salud de hijas e hijos o para dejar atrás la violencia
intrafamiliar, son ellas las que padecen la culpa por la carga cultural
que conlleva el estereotipo de la madre y sus roles asociados. El
porcentaje de mujeres mexicanas que migran hacia Estados Unidos ha
crecido muchísimo desde 1960, y aunque la mayoría va con la esperanza
de estar por un tiempo no mayor a tres años, termina siendo casi
siempre bastante más.
En el caso de que sean madres
intentando viajar con sus hijas e hijos, no solo asumen los grandes
desafíos de migrar en esas condiciones, sino “los altos costos de
traficantes-coyotes o el riesgo de separarse durante el viaje, por
cruzar por rutas diferentes. (….) Pero el precio más caro es la pérdida
de una hija e hijo, ya que en algunas ocasiones el coyote separa a las
y los niños al momento de cruzar” y, en esas condiciones de alta
vulnerabilidad, son presa fácil para los tratantes y traficantes de
personas.
Están también las “madres migrantes que durante
una situación de detención en Estados Unidos pierdan contacto con sus
hijas o hijos. Si el Estado obtiene la custodia, el proceso de
reunificación familiar en Estados Unidos o México puede ser tardado y
burocrático. Entre el 2010 y el 2012, Estados Unidos deportó a 204 mil
810 madres y padres de niñas y niños estadounidenses. Esta cifra no
incluye a las madres y padres que dejaron atrás a sus hijas e hijos
migrantes con o sin documentación migratoria. Las deportaciones de
personas con mucho arraigo en el país vecino ha agudizado la situación
de separación familiar”.
Finalmente, están aquellas que
han perdido contacto con sus hijas e hijos cuando estos van de camino.
Muchas los han buscado por años y muchas han vivido la indiferencia y
el silencio de las autoridades de los países involucrados. Por ello, en
la última década se han incrementado las “caravanas de madres” y grupos
de familiares de migrantes desaparecidos, principalmente procedentes de
Centroamérica. Ayer, estas madres marcharon en México para exigir
respuestas a las autoridades de aquel país.
“Ante estas
realidades”, dicen, “las madres necesitamos compromisos, por parte de
los gobiernos, para crear políticas públicas que apoyen a las familias
y les garanticen los recursos necesarios para ofrecer a sus hijas e
hijos una vida digna y mejores oportunidades educativas, de salud,
económicas y emocionales. Necesitamos información y soluciones ante las
prácticas y políticas migratorias de la región, que han separado a
nuestras familias, que han dejado que el día de las madres se convierta
en un día simbólico para la exigencia de estos derechos, más allá del
perfume y las rosas”.
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