Gerardo Fernández Casanova
(especial para ARGENPRESS.info)
Del artículo de la semana pasada recibí diversos comentarios, algunos en apoyo a la propuesta de que las fuerzas progresistas canalicen su potencialidad por la vía de la política, incluso en el marco del Pacto por México (PPM); muchos otros me expresaron su rechazo a cualquier forma de participación con el gobierno de Peña Nieto, dado su origen fraudulento, algunos me adjetivaron como colaboracionista u oportunista, entre otras linduras. Creo pertinente aclarar mi postura.
En primer término quiero distinguir entre los casos de Calderón y de Peña Nieto. El primero se hizo de la presidencia a través de una acción de tergiversar los números de la elección, lo que significó un robo de la voluntad del electorado. El segundo compró la voluntad de un amplio sector del electorado para hacerse de la presidencia, excediendo con mucho los límites al gasto de campaña, pero no se encontraron elementos para considerar que los números de la elección hubiesen sido alterados. La diferencia es importante: Calderón se robó la presidencia cual vulgar delincuente, de manera que la sociedad jamás debió haber permitido e hizo obligada la negativa al reconocimiento y la opción por el gobierno legítimo de AMLO. Peña la compró aprovechando la pobreza y la ignorancia de un amplio sector del electorado y la lenidad de los encargados de la justicia electoral, es tramposo a secas; ganó porque tuvo más dinero que nosotros que, de haberlo tenido, igual hubiésemos procedido con grupos que antes de escuchar alguna propuesta exigen la dádiva; incluso aquí mismo denuncié a dirigentes progresistas que pagaron la promoción a destajo a tanto la firma de protagonista del cambio (RASCARSE LA HONESTIDAD 09/11/2011). En estas condiciones no procede el no reconocimiento de Peña Nieto como presidente y hay que actuar en consecuencia.
Me manifesté por que las fuerzas progresistas, de preferencia unidas, hagan uso de la política para hacer valer el peso de sus quince millones de votos y participen en la negociación. Sólo los regímenes totalitarios no negocian y sólo las corrientes totalitaristas se abstienen de negociar. La política no es cosa de todo o nada, sino procuración de encuentros y definición de desencuentros que, en el camino del debate puede acercar posiciones; las decisiones se toman por mayoría pero puede y debe procurarse el consenso. La negociación política honesta no es cosa de toma y daca, de que te apruebo esto si tú me apruebas esto otro; la oposición no deja de serlo y sería aberrante que participara en un ejercicio de ese tipo. Tampoco se trata de colaborar con el régimen, sino de hacer una oposición eficaz que haga valer la fuerza retresentada. Hay antecedentes: las reformas electorales del último cuarto del siglo pasado, no fueron dádivas graciosas del PRI, sino el resultado de una permanente presión política y de negociaciones. También los retrocesos neoliberales siguieron un camino de presiones y negociaciones, incluso de omisiones de quienes se abstuvieron de participar.
Al contrario de la rigidez de los panistas, aferrados a sus dogmas, el PRI es un partido carente de ideología, flexible a la negociación; su mayor afán, si no es que el único, es mantenerse en el poder y ser el fiel de la balanza; incluso Salinas –el recalcitrante neoliberal- tuvo que moderar sus intenciones para no romper el equilibrio, de lo contrario hubiera entregado el petróleo y todo lo que aún queda. El PRI actual está empeñado en recuperar la fortaleza del estado y para ello requiere de consensos, busca darse mayores grados de libertad de decisión, interna y externa, le urge sumar. Exhibe su garrote represor para actuar en los extremos, pero también zanahorias al centro.
En esta circunstancia, es pertinente insistir en la conveniencia de dotar al PPM de un mínimo de institucionalidad para superar su actual condición precaria. Es la oportunidad de avanzar hacia la conformación de un Consejo Económico y Social, como lo han venido postulando las organizaciones sindicales independientes, donde tengan cabida todos los factores de la producción y de la vida nacional; que sea el ámbito de confrontación y de negociación, capaz de procesar los conflictos y las diferencias en busca de los consensos factibles.
Por último, creo necesario un replanteamiento de las formas de manifestar los rechazos. Las marchas y los plantones han perdido eficacia, igual que las huelgas de hambre; tanto en México como en el mundo resultan contraproducentes y sólo afianzan la necedad de los regímenes de la derecha.
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