Martiza Buitrago García es una activista y defensora de derechos humanos, desplazada forzadamente de Landázuri (Santander)
Enfrentarse a un nuevo
territorio fue lo más difícil para Maritza Buitrago, una campesina
santandereana, que creció en la vereda Bueno Aires, de Landázuri,
rodeada de naturaleza.
Se crió corriendo en las quebradas, sacando
pescaditos de sus aguas, saltando entre las piedras, trepándose a los
árboles y aunque ya no era una niña cuando fue obligada a desplazarse
extraña profundamente a los árboles.
La finca de su padre era
maderable. Allí crecieron imponentes ante ella los abarcos: unos árboles
de gran tamaño, de hojas pequeñas y delicadas. “Yo tenía una relación
con unos árboles que se llaman abarcos. No sé porque logré una conexión
con esos árboles –dice Maritza- y yo siempre que andaba con mi depre,
esos árboles siempre fueron para mí como mi escape y a pesar del tiempo
que llevo acá aún los extraño”.
Maritza
recuerda que cuando estaba embarazada de su hija, y su familia no
sabía, se sentó sobre unas piedras enormes debajo de los árboles y
observó como el viento movía sus hojas: las bajaba, las subía… Ese
movimiento rítmico le generó paz.
Hoy en día cuando está muy
estresada busca la naturaleza, pues Bogotá no le permite relajarse como
lo hacía en su tierra descansando en silencio mientras contemplaba los
árboles.
Dejar sus esbeltos árboles, las gallinas, las yeguas y
los perros fue como dejar atrás una parte de su vida. Sus animalitos
terminaron abandonados y sus perros fueron envenenados. (No siempre
éstos son incluidos cuando se hace balance de los daños de las personas
desplazadas).
“Casi que todas salimos y pasamos por lo mismo:
dejar una cantidad de animales a la deriva. Aún me afecta todo eso y que
mi papá y mi hermano ya no estén”.
A su padre lo asesinaron por
su resistencia a los cultivos declarados ilícitos y sus discusiones con
paramilitares; a su hermano, de 31 años, por saber quién asesinó a su
padre y que los asesinos pensaran que podría vengarlo.
La
administración municipal de aquella época, en Landázuri, era amiga de la
familia y, por eso, les recomendaron a Maritza y sus hermanas que se
alejaran antes de que acabaran con todos.
Llegó a Bogotá en el
año 2005 y uno de los retos más grandes que enfrentó fue llegar a esta
ciudad desconocida con una hija pequeña y encontrar una casa dónde
vivir.
Muchas mujeres desplazadas enfrentan la dificultad de
conseguir un lugar en arriendo para ellas y sus hijos, en algunos casos
hasta cinco hijos, sin fiadores, lo cual hace casi imposible la
búsqueda.
Esto sumado a la búsqueda de empleo cuyas vacantes se
reducen a oficios como ayudantes de cocina o meseras en restaurantes,
trabajos tradicionalmente destinados para las mujeres.
Atención psicosocial
Maritza,
al igual que otras mujeres, ha recibido atención psicosocial con
organizaciones no gubernamentales. Además su hija fue atendida por una
Empresa Prestadora de Salud (EPS).
El día que asesinaron al padre
de Maritza, su niña estaba en la casa; escuchó los disparos y vio a su
abuelito empapado en sangre. Después de la muerte del abuelo lloraba y
repetía que Dios era malo porque se lo llevó. En el 2013, Maritza y sus
hermanas hicieron un acto simbólico: tomaron los restos de su padre y
hermano y armaron los esqueletos junto a sus hijos.
En el año
2012 Maritza fue elegida como delegada -por la Mesa del seguimiento al
Auto 092 de 2008, pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre los
derechos de las mujeres desplazadas- ante la Mesa Nacional provisional
de víctimas cuando les consultaron a las víctimas acerca del Programa de
Atención Psicosocial y Salud Integral a las Víctimas (Papsivi).
En
esa oportunidad, las víctimas propusieron que gestores comunitarios
formaran parte de los equipos de atención. Dentro del Papsivi, Maritza
trabajó como gestora psicosocial.
Maritza es crítica sobre la
atención psicosocial porque hizo parte de los equipos; estuvo seis meses
con el Papsivi y un año con Tejiendo Esperanzasi programa de la Secretaría Distrital de Salud de Bogotá para las víctimas.
Del
Papsivi explica que como gestora no tuvo una participación tan activa,
pero servía de puente entre la comunidad y la institución cuando
organizaban reuniones y colaboraba en logística.
En el programa
Tejiendo Esperanzas sí fue parte activa del proceso y sabía quiénes eran
atendidos. Las personas que llegaban a los Centros Dignificarii, decidían si querían la atención en el centro o en casa.
Maritza
señala que fue un buen proyecto pero se quedó corto ante la magnitud de
las necesidades. Critica, constructivamente, el hecho de que trabajen
con metas y la ausencia de una dimensión psiquiátrica, pues algunas
personas la requieren.
Destaca otro aspecto de Tejiendo
Esperanzas: tener un médico dentro del equipo pero que no puede hacer
mas que detectar el problema y remitir a la persona a la EPS a que lo
atienden o le den un medicamento que, a veces, no tienen por falta de
recursos del Fosygaiii.
“Es
difícil ofrecer atención psicosocial cuando la población no tiene
comida o lugares a dónde ir. No juzgo a los profesionales, sí al
sistema; usted puede brindar atención psicosocial, pero si la sacan de
la casa y no tiene a dónde ir y está peor. Algunas personas de Tejiendo
Esperanzas ayudaban a conseguir empleo, tienen que salirse de la
profesión de ser psicólogo para que su atención haga un medio efecto en
la población”, asevera.
Maritza no recibió atención psicosocial
constante porque no cree necesitarla. Sin embargo, recomienda no hacer
cierres de la atención psicosocial, en algunos casos, como lo contempla
el Papsivi.
Su argumento es que algunas personas tienen recaídas.
Las lideresas, por ejemplo, escuchan diariamente historias más crueles
que las propias, confrontan a las instituciones, trabajan con
funcionarios y tienen jornadas extenuantes, por eso, a ellas no deberían
terminarles la atención.
“Nosotras las mujeres lideresas
mantenemos nuestros cuerpos predispuestos y alterados casi el 80 por
ciento del tiempo. Entonces a nosotras no se nos puede cerrar la
atención, uno está bien y puede tener recaídas”.
Ella tuvo una
sesión pero consideró que no requería más porque es por temporadas que
se siente mal, en parte debido a la sobrecarga del trabajo y cuando
piensa demasiado en los casos de su padre y hermano. Por eso, procura
que no le falte actividad nunca ya que la muerte de su hermano la afectó
mucho. Fue la época de su vida en la cual estuvo más flaca y durante un
año no pudo dormir bien, tenía pesadillas y se preguntaba si su hermano
fue torturado o no.
Activismo
La labor de Maritza
no terminó al ser miembro de estos equipos psicosociales; con el paso de
los años se consolidó, es ahora una reconocida activista en Bogotá.
Desde el año 2006 hace parte del proceso de visibilización del Auto O92 de 2008iv
de la Corte Constitucional, que se pronunció acerca de la necesidad de
adoptar medidas de protección a mujeres víctimas del desplazamiento
forzado por causa del conflicto armado.
Tanto Maritza como sus
compañeras del grupo distrital de promoción del Auto 092 de 2008 están
conscientes de que ser lideresas es una tarea compleja. Para desarrollar
esta actividad sacrifican a su familia, el trabajo, ingresos económicos
y su propio bienestar, lo cual muchas veces no es valorado por los
demás.
“Yo definitivamente en esto he hecho de todo. He estado
vinculada laboralmente por temporadas, he intentado negociar los tiempos
para seguir en el procesos, no es fácil. Cuando he considerado que he
salido demasiado de los procesos, renuncio. Yo estaba con la Secretaría
de Salud y renuncié, estoy hace más de un año dedicada al proceso
social”, afirma.
Esta mujer se ha convertido en una reconocida
activista con esfuerzo, demostrando a cada paso que tenía la capacidad y
siendo diligente. Maritza está a cargo de la secretaría técnica del
grupo distrital que visibiliza el Auto 092 de 2008 de la Corte
Constitucional, que insta al Estado a adoptar medidas de protección para
las mujeres víctimas del desplazamiento.
El grupo distritalv
está constituido por 15 organizaciones, cada organización con una
delegada y una suplente. Este grupo ha sido constante en la
visibilización del Auto 092, donde quiera que van hablan de éste, son
mujeres desplazadas que abogan porque sus derechos sean respetados.
En
el año 2012 tuvieron un proyecto con la Cooperación Técnica Alemana
(GTZ) gracias al cual organizaron talleres y socializaron el fundamental
contenido del Auto 092 de 2008, que aún hoy socializan.
El grupo
distrital es reconocido por este trabajo de exigencia de los derechos
de las mujeres y, por lo cual, varias mujeres fueron atacadas. Han sido
víctimas de violencia sexual, amenazas, golpes, un intento de secuestro
de una de sus hijas y atentados. Algunas tienen medidas cautelares,
apoyo de la Unidad Nacional de Protección (UNP) y otras, como Maritza,
no tienen medidas de protección.
Como consecuencia de esta
victimización su caso fue revisado, en el año 2013, y hoy en día son
sujeto de reparación colectiva, tras varios meses de recolección de
pruebas y la documentación exigida. Como sujeto de reparación colectiva
están solicitando, entre otras demandas, profesionalización para 100
mujeres de las organizaciones del grupo distrital.
Maritza
persiste, al lado de sus compañeras, en lograr que se implementen los 13
programas para las mujeres del Auto 092, que después de siete años
sigue siendo urgente.
“Algunas compañeras, lideresas y
organizaciones grandes abandonaron el Auto 092 y nosotras no. Estamos
más decididas a hablar del Auto 092 (…) ¿y por qué lo vamos a dejar si
fue nuestro mayor logro de incidencia? Estamos ahí. Yo creo que lo
importante del proceso que hemos hecho nosotras es no haber dejado morir
el Auto”, asevera.
¡Martiza no se rinde! Continúa en Bogotá con
su activismo a pesar del dolor que le causó la pérdida de sus familiares
y la nostalgia por su tierra. Participó en varios procesos de duelo y
eso le permite hablar sobre esto, conmovida, sin derrumbarse.
Cuando
mira hacia atrás ve el camino recorrido: su llegada a Bogotá sin saber
qué era ser desplazada, sentir que la miraban raro, recibir una carta
donde le explicaban sus derechos, y leerla cuando ya no podía
reclamarlos porque perdió vigencia, y también a alguien que le dijo que
no tenía cara de desplazada y su respuesta: ¿Y qué cara tiene un
desplazado?
A Maritza lo que más le duele, es haber salido de su
territorio, pero aún así no volverá. “Es posible que nosotras
recuperemos la finca en un proceso de restitución y no hacemos retorno
porque continúa el peligro. Los paramilitares de Santander no todos
fueron a la cárcel y hay una creencia de que porque el paramilitarismo
se desmovilizó ya no existe (…) el problema es que ahora no están
uniformados, se han quedado armados, en la comunidad, son personas que
aparentemente se desmovilizaron y ahora son un civil más, pero que usted
sabe que son personas que su corazón no cambió, que siguen ahí para
entregar información, para asesinar.”, afirma Maritza.
Notas:
i Tejiendo Esperanzas http://tejedoresdeesperanzas.blogspot.com.co/p/tejiendo-esperanzas-ruu.html
ii Centro de Atención Integral a las víctimas Dignificar http://www.victimasbogota.gov.co/?q=centros-dignificar
iii Fondo de solidaridad y garantía. http://www.fosyga.gov.co/AcercadelFOSYGA/QuéeselFOSYGA/tabid/103/Default.aspx
iv Auto 092 de 2008 http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/autos/2008/a092-08.htm
v
Las mujeres del grupo distrital son madrinas de la Mesa Departamental
del Tolima, del seguimiento al Auto 092, y la secretaría técnica
nacional del Auto 092 está a cargo de Casa de la Mujer.
Décima entrega de la beca del Centro Carter. Desplazamiento y salud mental.
Fernanda Sánchez Jaramillo, periodista, magíster en relaciones internacionales y trabajadora comunitaria.
@vozdisidente
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